Capítulo 25. Ho ho ho, Chelsea

886 128 29
                                    

Chelsea

Me arreglé para ir a cenar fuera con estos tres. No sabía por qué Max y Wes habían aceptado, pero la curiosidad me pudo tanto que no les intenté quitar las ganas. Me miré por última vez en el espejo y me mordí el labio sabiendo que Wes se daría de bruces contra la pared cuando me viera con ese vestido. Era lencero, negro con escote hasta el estómago y largo hasta casi los tobillos. La espalda estaba al aire solo cruzada por unos finos tirantes.

En realidad, no me gustaba sacar la artillería pesada, no te confundas, no quería hacer sufrir a Wes, pero quería tenerlo a toda costa. Así que con ese vestido rompería con Manny y volvería con Wes, si es que al muy capullo le daba la gana de dejar de hacerme sufrir.

Manny entró en la habitación sobresaltándome, intenté cerrarme la gabardina, pero él me detuvo. Se puso detrás de mí y contemplamos nuestro reflejo en el espejo.

No sabía qué le pasaba, pero parecía distraído y distante. A lo mejor, estar a punto de ser engullido por un pony le había afectado más de lo que creía.

—¿Versace?

—Dior —susurré cuando sus labios se posaron sobre la delicada y sensible piel del cuello.

—Te encanta las cosas caras, ¿verdad, Chelsea?

Deslizó un tirante por mi hombro que resbaló con facilidad.

—Si quieres decirme algo, dímelo ya.

No me iban los juegos si no eran con Wes. Y mucho menos viniendo de una persona que tenía peor perder que un crío de tres años.

Además, estaba cansada de que todos vinieran a mí con el mismo juego. Si pensaban que era una aprovechada, pues que lo dijeran ya, y a ser posible a la cara.

—Me conoces demasiado bien. —Sonrió de lado. Paseó hasta la cómoda y empezó a ponerse los gemelos con una lentitud meditada—. He estado pensando mucho en nosotros, en el tiempo que llevamos juntos y, bueno, he sacado la conclusión de que podíamos casarnos para año nuevo.

Tragué saliva, me subí el tirante y me fui a la cómoda para ponerme los pendientes y la pulsera que tenía preparada. Estaba a mi lado esperando una contestación que no sabía dar. La verdad, no me apetecía discutir las fechas de una boda que no se celebraría, o no lo haría si Wes moviese el culo y se pusiera las pilas.

—Sí, supongo que un año de antelación será suficiente.

—No me refiero al año que viene, me refiero a este.

Me volví con la mandíbula desencajada y solté lo primero que se me vino a la cabeza:

—¿Se te ha ido la pinza? Eso es en seis días.

¡Seis míseros días! Pero si habíamos tardado diez años en volver a mirarnos a la cara, ¿cómo íbamos en solo seis días arreglar la que habíamos formado? A nuestro paso, acabaríamos por sentaros a hablar como adultos civilizados allá por mi vigésimo aniversario.

La situación se estaba descontrolando y alguien tenía que tomar las riendas. Puesto que Wes me había dado un ultimatum, supe que esta vez era yo la que tenía que dar el paso. Era mi responsabilidad hablar con Manny y hacerme cargo de lo que había sucedido con Wes. Por primera vez en mi vida, tenía que ser consecuente con mis actos y asumir mi responsabilidad: le había sido infiel a Manny y lo justo era contarle la verdad.

Por mucho que Manny fuera el hombre más perfecto con el que podría casarme, esa no era mi intención. Se lo tenía que decir, ya.

—Yo estoy seguro de lo que quiero, ¿y tú? —preguntó un tanto a al defensiva.

Muerde el muérdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora