Capítulo 7. Big Tree

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Chelsea

La comida iba de mal a peor por momentos, y no porque estuviera incómoda teniendo a Marcus sentado a mi izquierda, sino porque tenía a Wesley a la derecha. Era el queso apretado de un sándwich a punto de fundirse entre Wesley con sus miraditas de rencor y Marcus con su sonrisa. Me había metido en un gran aprieto. A pesar de eso, supongo que, por estar en un lugar público, se comportaron como personas adultas... al menos los primeros diez minutos.

Fred's canteen era conocido en el barrio como uno de los mejores buffets del condado. No era de extrañar que hubiera una cola horrorosa para entrar, pero por suerte Marcus había trabajado allí como camarero, por lo que no tardaron en darnos una mesa justo al lado de los postres, un lugar privilegiado.

Todo iba genial, hasta que a mi madre le dio por preguntar y restregarle al resto, e incluso a mí, lo maravilloso que era Marcus.

—Bueno Marcus, ¿qué tal Harvard? Me han dicho que Cambridge en esta época del año es preciosa. ¿De verdad decoran las calles como sale en la televisión? Es una pena que Chelsea nunca haya ido a verte, seguro que le gustaría Cambridge. Más cerca de casa, más de nuestro estilo. ¿Verdad, Francis? —preguntó refiriéndose a mi padre que ya se había dado por vencido.

Max y Wesley resoplaron.

A nadie le gustaba la idea de tragarse un tostonazo a cerca de Cambridge, e incluso el propio Marcus parecía abrumado por la insistencia de mi madre de sonsacar y destripar cada pequeño detalle.

Aproveché lo enfrascados que estaban hablando para tomar algo de comer. Primero pasé por la sección de ensaladas. Wesley pasó por mi lado con un plato repleto de diferentes carnes, mientras que yo aún no me había decidido si por una ensalada con lechuga a secas o me atrevía con la salsa césar. Era casi Navidad, quizás pudiera tirar la casa por la ventana y comer algo con más sustancia.

—No sabía que te habías vuelto tan insípida. Como todos tus gustos sean iguales... —murmuró a mi lado.

—Es sano.

Mentira, no podría ser sano pasarse el día comiendo verde solo para mantener el tipo que se exige en la televisión, pero vivía de mi imagen. Si quería ese puesto no podía ganar ni un solo gramo.

Es fácil como las generaciones de hoy en día están a favor del movimiento curvy y el body positive. Es genial que las niñas vean que hay diferentes tipos de cuerpos y que todos ellos son igual de hermosos. Pero, ¿y mi generación qué? Es decir, las niñas de hoy en día crecerán con la presencia de esos modelos a seguir, sus cerebros al llegar a mi edad estarán tan acostumbrados a la diversidad que lo aceptará sin más. Mi generación en cambio estaba rota. ¿Cómo no estarlo? Habíamos crecido viendo los desfiles de Victoria's Secret y todas esas pelis románticas en las que la chica tenía que ser guapisíma y delgada para ligarse al chico de sus sueños. Y eso quiera o no, por mucho que luego cambien las cosas, te deja un poco rota por dentro para siempre.

—Bah, que aburrido. Mira que bien huele, antes eras capaz de matar por un buen costillar a la barbacoa. —Me restregó el plato en las narices.

Se me hizo la boca agua con el olor a barbacoa y carne recién asada en la parrilla. Ese delicioso olor había formado parte de los momentos importantes de mi vida: cumpleaños, cenas navideñas, el aniversario de mis padres, la cena de graduación...

Sí, para mi graduación también vine. Y sí, hay pruebas fotográficas de mí comiendo un costillar entero yo solita, con los morros llenos de salsa y sin mancharme ni un poquitín el vestido de noche.

Pero desde que había empezado a trabajar para la televisión y mi metabolismo no era la de una niña de dieciséis años, había tenido que privarme de ciertas cosas. La verdad, no es guay que te llamen a un despacho de un ejecutivo para echarte la bronca. Aún recuerdo lo que me dijo "las pantallas son hoy en día más grandes para tener mejor definición, el espectador medio no la compra para hacerte el favor de que te quepa el culo en pantalla, ¿lo entiendes, señorita Brown?"

Muerde el muérdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora