Maraton 1/3
New York. 12 de Abril.
Golpeó fuerte sobre el saco de boxeo, que se movía brusco de un lado para otro. Y otro golpe, ahora uno por la derecha, y ahora otro por la izquierda. Daba pequeños saltitos en su sitio, ubicando el punto de su siguiente golpe y dejando que las gotas de sudor se deslizaran por su frente y tocaran sus labios.
Y una vez más… demonios… ¿Cuánto tiempo llevaba haciendo todo esto? No tenía noción de la hora, podía llevar metido en su propio gimnasio todo el día y no se daría cuenta de aquello. Esa era su única manera de sobrellevar las cosas y sobre todo… el control. De otro modo, podría estar armando un lío muy grande con cualquier desconocido ahí afuera. Y le favorecía, sus puños se desquitaban con un saco lleno de arena pesado que le servía mucho. Desde hace varios meses ese había sido su método para relajarse en los días tensos. Como hoy, como mañana, como casi siempre. En esos días llenos de recuerdos que aun… sí, maldita sea, aun seguían intactos en alguna parte de su memoria.
Su cuerpo, cansado y sudoroso, dejó de moverse. Estiró su brazo derecho hacia el suelo, inclinándose y tomó de su gran botella de agua.
Siete de la tarde. Y una lluvia se acercaba. Tal vez una tormenta, podía predecirlo.
Secó su transpiración con una toalla azul y caminó tarareando una canción. “Yellow” de ColdPlay. Cerró la habitación del gimnasio y se dirigió a la cocina. Suspiró, haciendo una mueca y caminó esta vez hasta el pasillo de habitaciones. Abrió suavemente la primera puerta. Una mirada tierna invadió sus ojos. Marie dormía todavía, perdida entre las sábanas y con una almohada entre sus piernas.
Cerró la puerta y caminó en puntillas…
- Despierta… - enredó el tobillo de Marie con las manos y lo movió suavemente, zarandeándolo.
Un pequeño suspiro salió de los labios rosas de ella. Pero aun sin despertar, se acomodó en la cama, buscando a Justin con las manos.
- Mnh… ¿qué buscas? – sonrió este. Pasó su lengua por sus labios secos y decidió inclinarse sobre la cama, estampando sus labios sobre la piel fresca de ella. Subiendo poco a poco a base de besos sobre la pierna desnuda de Marie. Esta abrió los ojos de inmediato, alarmada.
- Eras tú… - dijo tranquilizándose, aun aturdida por su reciente sueño.
- ¿A quién esperabas? – Justin enarcó una ceja, con una sonrisa pícara en los labios.
- A ti, supongo. – sonrió y se apoyó sobre sus brazos para poder inclinarse en la cama y alcanzar a Justin con los labios.
Un beso extenso, un beso húmedo…
Enredó sus dedos entre el cabello dorado de Justin, atrayéndola hacia ella y haciendo que aquel beso se pierda entre la tranquilidad de las sábanas.
- Estás sudado… - murmuró ella entre los labios de él.
- Eso se te pone.
- Sí, mucho. – sonrió y sintió la cálida mano de Justin abrazarle el muslo. Mnh… solo él podía tocarla de esa manera.
Se dejó hacer por él, perdiéndose una vez más en las innumerables sensaciones que le producían su experto tacto. Y era feliz. Él, Justin, era su imperfecto sueño hecho realidad. No necesitaba más. Desde hace dos años, ella había sido la única que lo había hecho revivir después de meses en los que Justin había estado perdido consigo mismo. Perdido en los recuerdos y en la melancolía.
Ahora vivían y trabajan juntos. Las cosas iban de maravilla. No había nada que pudiese con ambos.
- Tenemos que cambiarnos. – le advirtió él. Sabía que si seguía tocándola, terminarían como casi todas las noches…
- Sí, lo sé… ¿estás emocionado?
- Mnh… sí, tal vez.
- Pues yo sí, y estoy muy orgullosa de ti. – apretó las mejillas de Justin mientas él ponía los ojos en blanco, sintiéndose como un niño entre las manos de su madre.
“Lincoln Jazz Center”, el club donde ahora trabajaba Justin los fines de semana, realizaría una cena con los más importantes negociadores del mundo del Jazz en honor a él. Varios contratos y personas interesadas en él llegarían esta noche, por lo que sería realmente importante estar ahí. Y aunque vestirse de smoking negro, caro y elegante no era para nada lo suyo, se sentía de alguna manera un tanto emocionado. Estas cosas no le habían pasado nunca. El mejor club de Jazz de todo New York estaba realmente impactado con él y el performance que ofrecía todos fines de semana. Y sí… todo había mejorado desde entonces. Él, su vida, su trabajo, su relación con Marie. Sin embargo, no sabia que su vida mejoraría aun más después de esta noche.
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Emily Prescot se había hecho un corte sensacional. El cabello iba cortado en flequillo hasta llegar hasta sus hombros. Se lo había teñido de negro y estaba realmente en forma. Iba más guapa, más madura y elegante. Lejos tal vez de la última vez que _____________ la había visto. Pero seguía siendo Emily… la alocada, tierna y nada discreta Emily Prescot. Sobre todas las cosas, su mejor amiga.
- Se parece a ti. – dijo ella, observando a Sofia con detenimiento. – enserio se parecen mucho.
________ sonrió y abrió la última caja que quedaba en todo el viejo departamento. Su viejo y desgastado departamento. Después de dos años, él era el único que no había cambiado. Seguía intacto, incluso la pintura seguía en buen estado. Los cuadros seguían en el mismo lugar. Su estante de música. Su vieja cocina. Su habitación. Y aquel balcón… ese, que en noches incontables había sido utilizado como medio de escape, de perdición, de libertad… de él.
- ¿Cuántos años tiene? – preguntó Emily, interrumpiendo los pensamientos de ___________.
- Dos. – contestó ella, sonriendo enternecida al mirar a su hija.
- Vaya, es realmente guapa. ¿Le has pintado el cabello?
- Por Dios, claro que no. - __________ negó con la cabeza. Sintió dentro de ella un gran alivio por tener a Emily. Sus comentarios nunca dejarían de entretenerla. A pesar del tiempo, habían recuperado la confianza con muchísima rapidez. Y le alegraba poder tener una amiga a quién poder contarle todo por lo que había tenido que pasar.
Emily frunció el ceño. Analizó a otra vez a la pequeña Sofia, que jugaba con sus dedos y por gracia del cielo se había dejado cargar por otra persona que no fuera su madre.
- También se le parece mucho. – murmuró y se giró para mirar a __________. Esta, exhausta, dejó la caja llena de cosas suyas a un lado y pegó su espalda contra la pared. Hizo la cabeza para atrás y un suspiro lleno de miedo salió de sus labios. - Yo… - cerró los ojos y trató encontrar las palabras indicadas. Vamos, tenía que decirle esto a alguien. – no sé que voy a hacer. – admitió exhausta. Por primera vez admitía su más grande temor. – no sé cómo voy a ir, después de dos años, a enfrentarle… verlo de nuevo… no sé si voy a poder… no sé si él va a poder con todo esto.