XIII (Diario del discípulo)

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Esta noche dormí de maravilla. No tengo la menor idea de la razón, pero lo cierto es que dormí como nunca antes había dormido. Cuando desperté, me sentía completamente renovado,como si fuera un chaval de pocos años, con toda la energía de la juventud y toda la vida por delante.Es extraño el cuerpo.

Por la mañana, mientras tomaba un café, bajé a ver a Natasha. El ácido ha continuado su camino, y los estragos que está haciendo en sus órganos vitales son ya irreparables. Estuve allí,observándola un rato. Su cuerpo sufría convulsiones. Sus músculos se tensaban y se relajaban automáticamente, como disparados con un resorte. El hígado está prácticamente destrozado. Su piel parece la de un muñeco de cera. Me fijo en su rostro, que ya es irreconocible. Donde antes había un ojo, ahora hay una cavidad extraña, rodeada de una masa rojiza. Creo que el ácido está empezando a alcanzar las primeras zonas del cerebro, a través del agujero que se ha ido formando.

Miro a Natasha. El otro ojo está cerrado. Me imagino qué debe pensar ahora, si es que piensa algo. ¿Cómo funcionará el cerebro? ¿Se habrá desconectado por completo? Si es así, en este amasijo de carne ya no queda nada. Si, por el contrario, no es así, debe estar padeciendo la mayor agonía que se pueda sufrir en esta vida. Calculo que morirá en unas cuantas horas. Decido que me quedaré allí a verlo.

Vuelvo arriba, a la cocina, y preparo una buena ración de comida. Al cabo de un rato, bajo ami pequeño laboratorio con una bandeja repleta de alimentos, y una botella de agua. Suficiente para pasar allí todo el día. No quiero perderme nada. También bajo la cámara de vídeo. Pienso grabar todas las horas que faltan. Es una prueba. Si sale bien, lo repetiré contigo. Pienso grabarte en tus últimos días. Será una película que veré una y otra vez.

Sostengo la cámara en un trípode, y conecto los cables a un ordenador portátil, que he colocado sobre una mesa pequeña. Me siento en la silla junto a la mesa, con el portátil y la comida.Allí pienso pasar todo el día.

La imagen se reproduce en la pantalla de mi ordenador. Es como si estuviera viendo una película. Es curioso. Luego, giro la cabeza y veo la realidad, veo a Natasha deshacerse en sus últimos momentos de vida. Al rato, vuelvo a la ficción de la pantalla. Este cambio de lo real a lo virtual me produce una sensación extraña. Cuando miro la pantalla siento como si ella no estuviera allí. Sin embargo, cuando vuelvo la mirada hacia ella, todo se aclara, todo es mejor.

Estas reflexiones ocupan las horas, mientras veo cómo su cuerpo sigue sufriendo espasmos aleatorios. Hacia las cinco de la tarde, noto que todos los músculos de su cuerpo se tensan en un movimiento rápido, casi imperceptible. Al poco rato, ocurre lo contrario, y todo su cuerpo se relaja,convirtiéndose en una masa sin vida compuesta de sangre, vísceras y ácido.

Definitivamente, Natasha ha muerto. Y yo lo tengo todo grabado. Creo que es la mejor snuffmovie del mundo.

De repente, una gran idea se me pasa por la cabeza: matar a alguien para ti. Ya, ya sé que debería recoger todo este desorden y pensar en deshacerme del cuerpo de Natasha, pero ¡qué demonios!, ya lo haré mañana.

Corto el goteo de ácido y dejo el cuerpo allí, aún atado sobre la mesa. Salgo de casa y conduzco hasta el centro de la ciudad. Hoy mataré algo más cerca de ti. Quiero que sientas que me acerco a ti, que acepto tu reto.

Matar no es difícil. Sólo hay que esperar el momento adecuado. No necesito demasiado tiempo, ni demasiada preparación. Llevo una cuchilla afilada en el bolsillo, y un movimiento certero será más que suficiente. Esto sí lo aprendí de ti, maestro. Es justo reconocerlo.

El objetivo es un pobre hombre que pasaba por una calle demasiado solitaria, en una hora que, sólo porque a mí me interesaba, se convirtió en su última hora. Me acerque a desde atrás y le rajé la garganta. Un chorro de sangre salió disparada. Cayó al suelo. De su cuello abierto manaba un imparable caudal rojo. Me miró. Lo miré. Después, me di la vuelta y corrí.

Por la noche, ya en casa, vi en las noticias que la policía estaba desconcertada, y que no sabían qué estaba pasando. Pobres, siempre llegan tarde a todo.

Paso el resto de la noche trabajando sobre el cuerpo de Natasha. A eso de las dos de la mañana ya he terminado de cortarlo en pedazos pequeños, y lo tengo almacenado en bolsas de basura. Acerco mi coche al garaje y cargo el maletero con los pedazos. Conduzco una hora hasta un lugar apartado, en mitad de un bosque. Entierro el cuerpo y lo tapo. Hasta siempre, Natasha.

Cuando vuelvo a casa ya está amaneciendo, pero yo no me siento cansado. Qué suerte tengo:me encanta lo que hago.

Yo psicópata. El diario de un asesino IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora