Capítulo 1

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Bailar. Eso era lo único que quería esa noche. Olvidarme de todo lo demás con la ayuda de grandes dosis de alcohol. Después de todo ¿no era ese el objetivo de aquellas vacaciones? Divertirme sin pensar en el desastre que había dejado atrás y que me estaría esperando cuando llegara a casa era mi única meta. Preocuparse ahora no arreglaría nada.

Había tirado el trabajo de cuatro años por la ventana en un solo momento o, como prefería pensar, había desperdiciado cuatro años de mi vida creyendo que perseguía un objetivo que cada día se volvía más borroso e indefinido, hasta que llegué al punto de preguntarme: «¿qué rayos estoy haciendo?».

Ser periodista había sido mi meta soñada desde que podía recordar, pero la idea romántica de la profesión, como todas las ideas románticas, tenía muy poco que ver con la realidad. De todas formas, incapaz de detenerme, porque así soy una vez que me trazo algo en la mente, seguí avanzando.
En cuatro años pasé de ser un redactor más para el noticiario matutino de una estación de televisión a Productor General de los Servicios Informativos.

Horas, días, semanas y meses encerrado allí haciendo que todo fuese perfecto: transmisiones en vivo, redacción de noticiarios, trabajos especiales o noticias de última hora, todo pasaba por mis manos.
Durante ese tiempo vi decenas de personas recién salidas de la universidad convertirse en reporteros estrellas, respetados presentadores e incluso algunas que entraron conmigo tenían ahora sus propios programas. Todos menos yo.

Cuando se me ocurrió expresar algún tipo de aspiración en ese sentido, la gerencia me hizo saber que yo era demasiado "competente" y moverme a otro destino sería desperdiciar recursos; además, muy cortésmente, me notificaron que no era lo suficientemente "guapo" para estar frente a la pantalla.

Un día desperté dándome cuenta de que tenía veinticinco años y que lo más lejos que iba a llegar era a ser Jefe de los Servicios Informativos, eso cuando el señor inconforme y cascarrabias que ahora ocupaba el puesto se retirara en dos años.

Analizado fríamente era una posición espectacular, nadie lograba un cargo así antes de los treinta, pero solo significaría más llamadas nocturnas cuando algún desastre ocurriera, más turnos de fin de semana, más horas de trabajo y con cada "más" venían muchos "menos". Mi familia era una extraña para mí, mis amigos se reducían a los compañeros de trabajo y ni hablar de parejas o algún tipo de relación sentimental.

En conclusion, era una profesion para adictos al trabajo muy solitarios y yo estaba cansado de estar solo, de casi perderme la boda de mi hermana, de no estar en los aniversarios de mis padres, de dejar de ver a mis amigos de toda la vida hasta que se volvían solo un recuerdo. Así que renuncie.
Una mañana entre en la oficina de mi jefe y le dije que ya era suficiente. Me iba, ya, en ese momento, sin quince días de aviso, sin permitir que la adrenalina que te llena cuando una noticia de ultima hora estalla o la satisfacción que sientes cuando un noticiario queda perfecto me retuviera como lo había hecho durante los últimos dos años.

¿Lo mas triste? Mi jefe ni siquiera protestó, no me ofreció más dinero u otra posición. Después de cuatro años de reventarme el trasero, de contestar al teléfono a las tres de la mañana, cuando un suceso tenía la indecencia de presentarse a esa hora, de trabajar fines de semana corridos cuando alguien se enfermaba o no aparecía, el sujeto firmó mi carta de renuncia y escupió una sola frase sin levantar los ojos para verme:

—Es mejor que te vayas ahora con tu récord intacto. Tarde o temprano ibas a meter la pata y hubiésemos tenido que prescindir de ti.

Eso fue todo. Nadie me llamó, ni me escribió. Solo Matt, diminutivo de Matthew, el único amigo que había podido conservar en esos siete años, me estaba esperando en la puerta de mi apartamento con una botella de vodka, su medicina para todos los males.

Ballet en Londres (Gay +18) [Terminada] #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora