Epílogo (2da Temporada)

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Bailar. Era todo lo que quería hacer esa noche. Saltar tan alto que las rodillas me dolieran al aterrizar, girar una y otra vez hasta que todo a mi alrededor se desenfocara y, sobre todo, interpretar a un personaje hasta que se metiera debajo de mi piel, haciéndome olvidar la patética excusa de ser humano en la que me había convertido.

Cuando era más joven, no podía imaginar mi vida sin el ballet. Estar sobre el escenario era lo único que quería hacer. Ni siquiera podía creer que me pagaran por ello. Más adelante había habido otro momento en el que me había perdido a mí mismo. Las luces de los reflectores que siempre parecían enfocarme habían perdido su brillo, volviéndose molestas, y sentí que, cuando me miraban, todos veían solo lo que querían ver, mientras el verdadero Kylen Deshawn se diluía detrás del ícono.

Había estado muy cerca de perderlo todo, de perderme, hasta que llegó él, Danny. Quien, por cierto, es el novio de mí mejor amigo. Por eso no podía hacer otra cosa más que sentirme desgraciado mientras trataba de ocultar mis sentimientos a fuerza de pestañeos. El mencionado mejor amigo, Cedric, se apareció en mi apartamento en Nueva York, que en realidad es suyo, para pedirme que lo acompañara a Harry Winston a ayudarle a escoger el anillo con el que le pediría a Danny que se casara con él.

—¿No crees que es muy pronto? —fue todo lo que conseguí decir porque, honestamente, ¡era muy pronto! No por ellos sino por mí.

Aún no me acostumbraba a la quemazón interna que la idea me producía. Pero Cedric Vaughn, un magnate petrolero que puede levantarse una mañana y viajar de Londres a Nueva York en su avión privado para comprarle a su novio un anillo de compromiso de cinco millones de dólares, no llegó a ser quien es dejándose amilanar por comentarios tímidos como el mío.

—Llevo tres meses viajando entre Londres y Nueva York, ya es tiempo de ir en serio. —se quedó pensando un momento, con la mirada perdida, antes de decir, firme: —Cuando lo sabes, lo sabes.

Aunque una parte de mí quería estar de acuerdo con él, como el resto de la
humanidad cuando Cedric decidía emplear su tono práctico y esa mirada que parecía atravesarte, otra deseaba rebelarse y protestar como un niño pequeño exclamando a gritos: «Yo lo vi primero» o, tal vez incluso, «Yo lo besé primero».

Sin embargo sabía que no había vuelta atrás. Cuando a Cedric se le metía algo entre ceja y ceja no había maremoto que lo desviara. Además ellos se amaban y el tiempo que habían estado separados por un tonto malentendido había sido una tortura que prácticamente los había consumido a ambos. Por eso, en aquella oportunidad y sentado en ese mismo apartamento, lo había convencido de que debían estar juntos, de que lo perdonara y corriera antes que algún otro, es decir, yo, se lo arrebatara. ¡Que nadie diga nunca que Kylen Deshawn no es un hombre de nobles sentimientos!

Pero la idea de que fueran a casarse y que seguramente se mudaran a Londres abusaba de mi nobleza.

En los tres meses que habían pasado desde su reconciliación, él había estado
de aquí para allá pero, la mayor parte del tiempo, Danny era mío. Yo era quien lo acompañaba a los eventos a los que daba cobertura para su blog, yo lo llevaba al cine, yo me acurrucaba con el en su sofá a ver esas series de televisión que le gustaban. Y cuando hacía buen tiempo nos íbamos a Central Park a echarnos al sol mientras leíamos un libro. Bueno, él leía y yo imaginaba posibles escenarios de lo que podría llegar a ocurrir.

¿Qué hacía Cedric mientras tanto? Aparecía en Nueva York dos fines de semana al mes y ambos desaparecían del mapa.

Aunque me negaba a pensar en lo que seguramente hacían tras la puerta cerrada, tenía muy buena idea de ello. A fin de cuentas yo había sido el primero que había tenido la piel de Danny entre los dedos, el primero en conocer a qué sabían sus labios.

Algunas veces me preguntaba qué hubiese pasado si el alcohol no me hubiese traicionado haciéndome vomitar a sus pies y rompiendo nuestro momento. Probablemente no hubiese pasado nada. Así era yo en aquel entonces, llevándome a casa cada noche una persona que Cedric se encargaba de escoltar hasta la puerta cada mañana. Pero tal vez me hubiese dado cuenta, o tal vez él me hubiese reformado. Tal vez, incluso ahora, él no lo amara tanto como yo creía.

Eso era lo único que me mantenía alejado de mis antiguos vicios, un «tal vez» que podía no materializarse nunca.

—¿Cuándo quieres ir? —pregunté finalmente, aceptando mi derrota.

—¿Ahora? —preguntó a su vez, sonriendo como un jovencito.

Era tan raro verlo sonreír que no pude evitar contagiarme. No solo era mi amigo, sino una persona excepcional gracias a la cual me había mantenido con vida durante muchos años, demorando mi colapso final. Luego me había conseguido aquel trabajo en Alemania que me había ayudado a levantarme de las cenizas. En conclusión, Cedric siempre había estado allí para salvar mi trasero.

—Debí imaginar que alguien como tú no iba a comprar un anillo como cualquier mortal. Tienes que ir a Harry Winston a las ocho de la noche, cuando está cerrado. Seguro que todo el personal te está esperando con una botella de tu champaña favorita lista para ser descorchada.

No lo negó, solo sonrió aún más y sacó su teléfono para teclear lo que estaba seguro eran instrucciones.

—Es bueno ser yo. —Se encogió de hombros y se encaminó hacia la puerta.

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Así es, próximamente la segunda temporada de Ballet En Londres aquí en mi perfil. Muchas gracias por haber leído esta primera temporada, espero también puedan leer la continuación.
¿Qué pasará con este trío amoroso?

Ballet en Londres (Gay +18) [Terminada] #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora