Capítulo 4

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Si la hubiesen golpeado, Lucero estaría más compuesta de lo que se sentía en ese momento. ¿Qué hacía el ahí? ¿Sería posible que... No, no, no, eso debía ser una broma... Pero ahí estaba, era real y la miraba fijamente.

La expresión de Fernando era indescifrable, ella no atinó a saber si estaba sorprendido de verla, tanto como lo estaba ella.
Le sostuvo la mirada por un momento y luego se volvió a mirar a Carla.
Esta les ofreció unas sillas. Lucero lo agradeció pues no sabía cuánto tiempo más podría estar de pie, le temblaban las piernas y sentía el estómago contraído por lo que le dio coraje ver que Fernando estaba de lo más tranquilo, lo maldijo mentalmente por eso.
Sintió ganas de mascar un chicle pero se acordó que le dio a su hijo Manuelito el último que le quedaba.

Luego se hicieron las presentaciones de lugar para los que no se conocían.

--Bueno —Dijo Carla —veamos de que se trata todo esto.

Fernando se desparramó en su asiento. Su cuerpo llenaba la silla que era algo chica para él, puso las manos sobre la mesa y entrelazó los dedos. No llevaba argolla de matrimonio, por supuesto, su fama de soltero eterno lo precedía. Ella había oído mil historias de sus romances con sus compañeras de trabajo y sabía que algunos eran reales aunque otros no. En el mundo en el que ellos se movían había muchas mentiras verdaderas y verdades a medias, ella misma había sido víctima de todo eso.
Se les informó de todos los detalles de la telenovela y de los personajes. Y confirmó sus sospechas de que Fernando sería el galán, claro era ridículo pensar otra cosa, si era uno de los actores más cotizados de la empresa y uno de los favoritos de Carla.

Luego cada quien expuso su parecer acerca del libreto. Lucero sonreía pero sin humor, su mente estaba centrada en el hombre sentado frente a ella. Estaba elegantemente vestido, llevaba el pelo algo largo y se había dejado la barba.
Entonces fue el turno a Lucero de hablar y de pronto temió que su voz sonara quebrada pero gracias a Dios no fue así.

Fernando la observo atentamente, era tan hermosa como la recordaba pero los años le habían regalado esa elegancia tan particular de las mujeres maduras y realizadas.
La vio gesticular las palabras, la vio hacer esos gestos tan propios de ella y que él había observado atentamente en las mil entrevistas que vio de ella a lo largo de los años. Sin darse cuenta se detuvo en sus labios y sin poder evitarlo recordó aquella noche en que se habían besado en la azotea de ese mismo edificio. La noche en que había tocado a la mujer más dulce que existía sobre la tierra, la noche en que casi pierde la cabeza...
Por suerte había huido a tiempo, ella no era una mujer de una noche y él lo sabía y también sabía que era muy fácil enamorarse de ella. Por eso prefirió cortar por lo sano antes de perder el corazón. Solo que lo había perdido de todas formas, y de la peor manera. Ahora ella estaba casada y muy lejos de su vida.
Pero el destino los había vuelto a juntar y aunque su cerebro le indicó que no debía aceptar trabajar junto a ella, algo en el fondo lo empujo a hacerlo.
Ella terminó de hablar y entonces él observo que Ernesto se inclinaba a susurrarle algo al oído, la vio sonreírle ampliamente con esa expresión de angelito que lo mataba. Sintió una punzada en el estómago. Ya conocía esa sensación, se llamaba "celos", sí, sintió celos de ese simple gesto y maldijo a su cerebro por ser tan desubicado.

Al cabo de un rato la reunión concluyó y todos se pusieron de pie. Fernando la vio salir y sin pensarlo salió detrás de ella.

Lucero caminó por el pasillo, no se volvió pero sabía que él venía detrás de ella. Era extraño pero a veces le sucedía eso con él. Apretó el botón del ascensor y espero. Entonces lo sintió a su espalda y se giró para darle la cara.
Lo observó en silencio y él la miró fijamente a los ojos. El ascensor llegó y subieron juntos.

Él estaba serio y ella pensó que no diría nada pero de repente le extendió la mano.
—Lucero —en su boca, su nombre sonaba tan extraño que apenas se dio cuenta de lo había pronunciado—Que bueno que pudiste venir.

Ella se limitó a asentir y le estrechó la mano.
-- ¿Sabías que yo vendría?—
-- Si—sus ojos fijos en los de ella— Lo sabía.
-- Y de todas formas aceptaste el papel
-- ¿Por qué no habría de hacerlo?
-- Cierto, ¿por qué no?
El ascensor se abrió y ellos salieron
-- ¿Nos vemos el lunes entonces?
-- Si—lo miro de frente— el lunes.

Él le sonrío y se marchó dejándola allí parada y ella no podía creer que simplemente él había olvidado lo sucedido entre ellos aquella noche. O al menos era lo que parecía.
Tal vez era mejor así, si tenían que trabajar juntos era importante que se llevaran bien y un incidente de esa naturaleza podría hacer muy incómodo el trabajo
Ella se encogió de hombros y decidió dejar de lado ese asunto. Se marchó a la casa de su madre a buscar a sus nenes.

Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora