Capítulo 12

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Lucero estaba con insomnio.
Miró a su marido que dormía a su lado y se sintió culpable por millonésima vez. Hacía más de tres meses que no tenían intimidad pues ella se negaba, pretextando un dolor de cabeza o cansancio y, aunque la telenovela estaba a punto de concluir y el trabajo se había redoblado, la verdad era que no quería hacerlo. Cada vez que pensaba en eso su mente se llenaba con el recuerdo de los besos de Fernando.

Se levantó en silencio y caminó descalza hasta la habitación de su nena, que dormía, abrazando su osito de felpa. Se agachó y le dio un beso en la frente.

Después se dirigió al cuarto de José Manuel. Al niño se le había corrido la cobija y ella se la colocó nuevamente.
-- Por ustedes—le acarició el pelo-- sólo por ustedes.

Con el celular en la mano, bajó las escaleras a oscuras, se sentó en el sofá y subió las piernas.
Abrió el archivo de imágenes y la cara sonriente de Fer la saludó.

Eran las 2:27 am.

¿Por qué tenía que ser todo tan complicado?
¿Por qué simplemente no se lo sacaba de la cabeza y ya?
¿Por qué tenía que sentir esa pena tan honda?

Ella sabía bien porque.

Lo había ignorado.
Mil veces se repitió que no podía ser.
Obligó a su mente a no pensar en esa idea y luchó contra el sentimiento con todas sus fuerzas.
Pero había perdido.
Pasó el dedo por la pantalla justo sobre sus labios.
Ya no podía negarlo más.
Estaba profundamente enamorada de ese hombre.

Lucero sintió el escozor de las lágrimas en los ojos.

Odiaba escuchar su propia música, nunca lo hacía.
Pero tenía una canción suya en el teléfono. La buscó y la escuchó en volumen bajito.

Las notas de "amor secreto" se clavaron en su pecho como un dardo y entonces ya no pudo contener el llanto. Se mordió los labios mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Lloró por el...

Fernando no sabía qué lo había despertado. Encendió la lámpara de su mesita y vio la hora. Las 2:27 am.
De repente una idea absurda le vino a la mente. Tomó su celular. Buscó una foto y se quedó mirándola un momento.

-- ¿Estás pensando en mí?—Lo dijo como si la imagen le fuera a contestar— Claro que no, a esta hora debes estar en la cama con él.

Apagó el celular y lo lanzó sobre la almohada.
Se paró de la cama y fue a la cocina por un vaso con agua. Mientras bebía, pensó en ella en brazos de su esposo y algo amargo le pinchó el estómago.

Debía olvidarse de ella de una vez.
No podía seguir sufriendo por una mujer que nunca sería para él. Lo que pasó entre ellos fue un momento y ya. Su amistad era lo único que ella podía ofrecerle y se lo había dejado bien claro.
Entonces ¿por qué se martirizaba de esa forma?

Subió a su cuarto, se acostó boca arriba con las manos en la nuca y cerró los ojos.
Tenía que sacársela del pecho como fuera. Tenía que hacerlo, por su propio bien.

Fernando era un buen actor, él lo sabía de sobra. Pero, en este momento se hallaba representando su papel más difícil.

El de mejor amigo de la mujer que amaba.

Desde el día que se besaron en el camerino las cosas habían cambiado, pero no como Fernando hubiera querido. Ya no se sentían tensos pero ahora se trataban con demasiada camaradería.
Ella le sonreía amablemente, le tocaba el hombro y entrelazaba sus manos con las de él, pero siempre guardando la compostura.

Ella lo hacía reír y sacaba lo mejor de él. Eso era más de lo que él podía pedir. Y claro, no era que eso no le agradara, pero odiaba verla tan candorosa con él, tan simpática y risueña como si no pasara nada.

Ella estaba sentada en su mesa muy cerquita de él, le sonreía y él en lo único que podía pensar era en que pronto dejaría de verla. Estaban en la fiesta de despedida de la telenovela. Después de eso, ella se marcharía y todo habría terminado.

Uno de los actores del elenco la llevó a la pista de baile y él pudo ver como ella se divertía.
Está feliz—pensó Fernando—está radiante y eso es lo que importa.

Por primera vez no sintió celos de verla con otro, ella no era su esposa y era tonto que se sintiera con derecho a reclamarle nada.

A la salida de la fiesta, ella estaba esperando un taxi que la llevaría a su casa pero se estaba tardando demasiado.
Fernando la vio parada ahí sola y movido como por hilos invisibles se le acercó

-- ¿Por qué estás sola?
Ella se sobresaltó un poco, era obvio que no lo esperaba.
-- ¡Fer! ¡Qué susto!
-- Perdón, es que pensé que tal vez necesitabas algo, o ¿esperas a alguien?
-- Mi taxi, pero ya se tarda
-- ¿Y tu marido?
--Está fuera de la ciudad.
-- Si quieres te llevo a tu casa.
Ella lo miró a los ojos, lo miró como hacía mucho tiempo que no lo miraba
-- ¿Crees que sea una buena idea?
-- Somos amigos ¿no? ¿Qué tendría de extraño?
-- En realidad nada, es solo que...
-- Solo te daré el aventón y ¡ya!, tampoco es como si fuésemos a matar a alguien.
Ella pareció considerarlo por unos segundos y al final dijo:
-- Está bien, te dejo que me lleves

Fer sonrió ampliamente y la tomó de la mano, la llevó a su camioneta y la abrió la puerta del pasajero.
Fer se sentó a su lado. El interior era cómodo, pero los asientos estaban muy juntos y sus piernas se tocaban.
Él se quedó mirando el tablero. Sus manos rodeando el volante.

Lucero miró su perfil y algo en ella se agitó, lo amaba y no podía decirlo. Lo amaba y posiblemente, esa sería la última vez que lo tendría tan cerca.
Entonces levantó su mano y la puso sobre la de Fer.
Él la miro y ella le sonrió.
Subió la mano y le tocó los labios con los dedos, él cerró los ojos por un momento y luego la miró de frente, le tomó la mano con la suya y se la puso en el pecho justo sobre el corazón.
Luego se inclinó y la besó en la nariz. Ella aspiró su aliento y su pulso se descontroló.
La besó en los labios despacio, dejando que ella llevara el ritmo del beso. Entonces ella lo abrazó y sus dedos se enterraron en su espalda. Fernando acarició sus piernas y sintió que la sangre la ardía en las venas.
Lucero lo besó con ansias, con todas las fuerzas de su ser. Quería grabar sus labios en su memoria para no olvidarlos jamás.
"Debes detenerte" le decía una vocecita en su interior. "¡Para ya!"
Él estaba tan entregado como ella y no podía soltarla.

-- Sabes lo que quiero hacer ¿verdad?
Ella asintió
-- ¿Me vas a dejar hacerlo?
-- Si—Fue todo lo que dijo

Entonces encendió el motor y salió del estacionamiento, luego de un rato aparcó en un mirador solitario.
-- Si vas a detenerme hazlo ahora.
Ella lo deseaba más que a nada en la vida y ya era demasiado tiempo sin él. Luego se alejarían y no se volverían a ver. Le tocó la cara y le sonrió.
--No pensaba hacer nada parecido.
Fer le sonrío y volvió a besarla.

Se desnudaron sin prisa, se tocaron y se besaron mil veces.
Fer le besó el cuello y ella suspiró de genuino placer. Sus manos volvieron a recorrerla despacio, sus dedos la acariciaron hasta donde no se atrevían a llegar y ella no lo detuvo.

Entonces, bajó el asiento del coche y ella quedó bajo su cuerpo.
Acarició su pecho y su espalda. Era fuerte y ella estaba embriagada por ese aroma tan conocido, olía a manzana, a madera, a selva... olía a Fer.

Sus cuerpos se entrelazaron y sus almas se fundieron en una sola.

Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora