Capítulo 22

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Fernando se giró en la cama, estiró el brazo para alcanzarla pero ella no estaba ahí.
¿Había pasado de nuevo? No ¡por Dios! ¿Sería posible que...? No, no y mil veces no.
Se incorporó e inspeccionó la habitación en busca de una señal que le dijera que ella aún seguía allí. Suspiró aliviado al ver su ropa en un rincón.
Pero ¿dónde estaba?
Entonces vio la puerta del balcón abierta y a ella parada allí. Traía una bata suya y estaba sonriendo. Tenía su celular en la mano y observaba el amanecer. Él se paró y se puso un pantalón de pijama. Se acercó despacio y la abrazó por detrás descansando la barbilla en su cabeza.
-- Es hermoso ¿no crees?—La voz de ella traspiraba felicidad
-- Cierto—La apretó más y ella acarició sus bíceps—y sabes qué
-- ¿Qué?
-- Hoy lo veo más hermoso aún
Ella suspiró y cerró los ojos.
Se quedaron así un rato, hasta que el sol asomó completo por el horizonte.
Era un nuevo día. Un día maravilloso y perfecto.

Se ducharon juntos y bajaron a desayunar.
Había una mujer en la cocina y Lucero se preocupó de verla ahí. Fer al ver su reacción le tomó la mano, le dio un beso en la palma.
-- No te preocupes, ella es incondicional
-- Supongo
Se sentaron en la mesa de la cocina y la mujer le sonrío a Lucero
-- Es usted muy bonita señora
-- Gracias—Lucero le devolvió la sonrisa
-- A mi nieta le encantan sus canciones—le dijo la mujer con tono solemne— ¿Me daría un autógrafo para ella?
-- Es una invitada—le advirtió Fer— no la molestes
-- ¡Bah!— La mujer se le acercó a Lucero y le dijo en voz baja
-- Es un negrero ¿sabía?
Lucero sonrío ampliamente.
-- ¿Tan mal te trata?
-- Pésimo señora.
-- Ya te oí—le dijo Fernando con aparente rudeza pero sus ojos reían— tendré que reprenderte por esto
-- No te preocupes—Lucero le puso la mano en el hombro— le daré el autógrafo a tu nieta—Miró a Fer— si es que el señor está de acuerdo.
-- Este—la mujer lo señaló con el cucharón que sostenía— no respeta mis canas
-- ¡Válgame Dios!—Fernando miró al cielo— ¡Dos contra uno no se vale!
Entonces todos empezaron a reír, Fernando y Lucero disfrutaron el desayuno. Luego se fueron a la sala y se sentaron juntos en el sofá.
-- Fer...
-- ¿Si?
-- Debería volver al hotel
-- ¿Por?
-- Allá están mis cosas
-- ¿Estas segura?
-- Allá las dejé
-- Tal vez ya no estén ahí
Lucero lo miró sorprendida. Acaso él... no, no podía ser
-- ¿Qué hiciste Fer?
-- Digamos que... conozco a un amigo, de un amigo que tiene un amigo, que le debe un favor.
-- Estas hablando como un mafioso
-- Déjame terminar quieres
-- Bien
-- Entonces ese amigo me hizo un favor a mí
-- A ver si entendí... ¿estás insinuando que mis cosas están acá?
El asintió
-- ¿Todo?
-- Sí
-- ¿Dónde?
-- Arriba—Fernando le acomodó un mechón de pelo— Vinieron contigo en mi camioneta
-- Y porque tu no...
-- ¿Por qué no te lo dije?
-- Ajá
-- Pensaba hacerlo pero—Fer le acarició los labios con el pulgar— en cuanto entraste por esa puerta lo olvidé todo.
-- ¿De pronto te volviste un chico malo?—le rodeó el cuello— ¿dónde está el Fernando que conozco eh?
-- Pues al parecer—acarició su nariz con la suya— cierta cantante de ojos marrones y sonrisa hermosa lo transformó.

Se dieron un besito suave, apenas un roce de los labios.

-- Te propongo algo
-- Dime
-- Tengo un yate en el puerto— Fernando le acarició el cuello con un dedo— ¿Quieres navegar conmigo?
Ella lo miró y sus ojos mostraron dudas
-- ¿Podemos?... es decir si alguien nos ve...
-- ¿Alguien te vio entrar a esta casa anoche?
Ella negó con la cabeza
-- ¿Confías en mí? — Fernando la miró directamente a los ojos
-- Ciegamente—Ella le sonrió
-- Nadie te verá salir

Se puso de pie y la ayudó a levantarse. Fernando llamó por el intercomunicador y le indicó a Lucero que subiera con él.
En cinco minutos subieron sus cosas y los dos hicieron una pequeña maleta. Marcó un número en su teléfono y bajaron las escaleras. Salieron al garaje y ella pudo ver que había un vehículo pequeño. Era un carro deportivo de dos asientos y con los vidrios oscuros. Lo abordaron y salieron de la casa. Fernando le rodeó los hombros con su brazo y ella recostó la cabeza en su pecho.

Luego de algún rato se desviaron por un sendero que los llevó a una especie de hangar. Alguien les abrió la puerta y ella notó que se quedaron a oscuras por un instante. Fernando le indicó que bajara y ella lo hizo. Una vez fuera Lucero pudo ver al mismo hombre que la había llevado a casa de Fer. Estaba parado junto a otro vehículo. Esta vez una camioneta con los vidrios oscuros.

Fernando le dio indicaciones al chofer de la camioneta y le entregó las llaves del deportivo. Este salió del hangar. Ella observó todo el asunto en silencio, estaba demasiado sorprendida para decir algo y solo cuando estuvieron solos le pregunto

-- Si, definitivamente esto parece una película de "James Bond".
Fer le sonrío. La tomó en brazos y le dio un beso profundo que duró una eternidad.

-- Te dije que nadie te vería salir—le dio besito suaves en los labios— Eres mi más preciado tesoro ¿no lo entiendes?
Ella le devolvió los besos, feliz
-- ¿Hasta cuándo vamos a estar acá?
-- Hasta que me avisen que ya podemos salir
Tras unos minutos lo llamaron y él le abrió la puerta de la camioneta
-- ¿Vamos?
-- Vamos
Subieron y salieron del hangar. El chico que les había abierto la puerta les sirvió de chofer esta vez. En un rato llegaron al puerto y rodaron hasta llegar a donde estaba el yate. Fernando bajó primero y tras cerciorarse que todo estaba en orden, la ayudó a bajar y entraron al yate. El chico les bajó las maletas y Fernando la llevó con el capitán.

El hombre la saludó con una sonrisa.
-- Es usted más bonita en persona señora.
-- Gracias Capitán.
-- Llámeme "Nemo"
-- ¿Nemo? ¿Como el del libro de Julio Verne?
-- El mismo.
Ella le sonrió.
Zarparon y, una vez en mar abierto, subieron a la cubierta. Al anochecer Fernando preparó una cena y la sirvió en la cubierta. El capitán los acompañó a cenar y le contó a Lucero mil historias del océano. Esta lo escuchó atentamente. Ahora entendía porque le habían puesto ese apodo. Era un hombre inteligente y en su piel llevaba las señales de haber vivido muchos años bajo el sol.
Luego el capitán volvió al puente y los dejó solos, Fernando la abrazó y ella se dejó consentir. La brisa revolvía su pelo.

-- Me gustaría que los niños estuvieran aquí
-- ¿Los echas mucho de menos?
Ella asintió
-- Te entiendo, no tengo hijos pero me encantan los niños
-- ¿Quisieras tenerlos algún día?
-- Tal vez
Ella guardó silencio un momento y luego le dijo:
-- Fer yo no...
-- Ya sé
-- Es decir aunque quisiera no puedo...
-- ¡No!—le puso un dedo en los labios—no hablemos de eso ahora ¿sí?, crucemos ese puente cuando lleguemos a él.
La abrazó fuerte y la dio la mano para que lo siguiera hasta el otro extremo del barco. Se acostó boca arriba y la invitó a acompañarlo.
Ella se acomodó en su regazo y así abrazados se quedaron contemplando las estrellas por un buen rato.
Una idea cruzó la mente de Lucero. No sabía cómo. Era algo descabellado pero tal vez era posible. Sonrío al pensar en esa posibilidad.
-- Estás pensando en algo agradable supongo ¿no?
-- Sí—ella le acarició la cara— muy agradable
-- ¿Puedo saber qué es?
-- No
-- ¿Tiene que ver conmigo?
-- ¿Qué te hace pensar eso?
-- Estas sonriendo ¿no?
-- Y según tú, ¿eres lo único que me hace reír?
-- Tal vez no lo único, pero sí lo más frecuente
-- ¡Eres un presumido!
-- ¡Pero te encanto!
Ella le dio un golpe suave en el pecho y él se puso sobre ella y la besó
Ambos rieron a un tiempo y volvieron a besarse. Luego Fernando se puso de pie y la dio la mano.
-- ¿Vamos?
-- Vamos
Y se fueron juntos a su camarote.

Una vez dentro, Fernando la besó intensamente y ella correspondió a sus besos, con toda el ansia de su corazón.
Esta vez, hicieron el amor... sin prisa.

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