Capítulo 2

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Lucero entró a su oficina y se dejó caer en el amplio sofá que había en una esquina. Estaba en shock y si le hubiesen dado un tiro en ese momento, seguro ni cuenta se habría dado.
Fer... Fernando Colunga... en persona y a todo color, tan bello como siempre, tan letal como siempre. Aunque "siempre" era una palabra que a él no le combinaba mucho.
La verdad es que a ella tampoco, la había pronunciado en el altar frente a Dios y frente a su esposo, y sin embargo la sintió tan falsa que había bajado el rostro sonrojada de vergüenza.

-- ¿Te sientes mal?— Su hermano Antonio la miraba con rostro preocupado— ¿pasó algo?
--No— se obligó a sonreír— me duela un poco la cabeza eso es todo.

¿Cómo podía contarle a su hermano la verdad? ¿Cómo podía decirle que acababa de ver al hombre que diez años atrás le había roto el corazón?
No podía, simplemente no podía. Para Antonio y para el resto del mundo ella y el Sr. Colunga no se conocían, para todos ellos eran simplemente dos extraños que poco o nada tenían que ver el uno con el otro... que lejos estaban de la realidad...

--Perfecto—dijo Antonio— ¿quieres un calmante?
Ella asintió y el salió a buscárselo.
Al rato volvió con el calmante y un vaso con agua. Espero a que se lo tomara y quitándole el vaso de la mano le dijo:
-- Quédate tranquila que yo termino esto luego—y salió dejándola sola.
Lucero cerró los ojos y dejo que su mente volara hasta ese día, ese único día en que casi toco el cielo... casi.
Era el día de la fiesta de aniversario de la televisora. Lucero lucía un hermoso vestido rojo escotado, que dejaba al desnudo sus hermosas y largas piernas. Ella tenía el número musical de entrada, y le habían preparado una presentación espectacular.
Cantó "electricidad" y todos la aplaudieron con energía. Su amigo Ernesto Laguardia se le acercó cuando bajo del escenario y le dio un abrazo de oso que casi la deja sin aliento. Era un gran amigo y en una época casi llegaron a tener un romance, pero se dieron cuenta que la amistad era mejor y así habían quedado.
-- ¡Eso fue genial!— Ernesto volvió a abrazarla y ella le devolvió el abrazo acompañado de un sonoro beso en la mejilla.
-- ¡Gracias adorado! ¡Viniendo de ti vale mucho!
De pronto sintió que alguien la observaba e instintivamente se llevó una mano al pecho, giró la cabeza y entonces sus ojos se encontraron. Él estaba parado allí en una esquina y la miraba fijamente. Estaba serio, como molesto y lo peor era que ella no sabía porque.
Días antes se habían encontrado en uno de los pasillos y él la había rescatado de unos periodistas que no la dejaban en paz. Y desde entonces, y como un acto de magia el aparecía de la nada, la saludaba y seguía su camino. No sin antes echarle una mirada a sus piernas que aunque había dicho que eran de "pollo" claramente le gustaban. A veces le regalaba una que otra goma de mascar que le dejaba en el camerino, siempre con la misma nota: "Maíz para un pollo" F.
Ella sonreía y se preguntaba como supo él que ella amaba el chicle hasta la obsesión. Nunca le hablaba en público, solo en los pasillos y solo si no había nadie, era extraño, él nunca le dijo que no comentara nada de eso con nadie pero ella había decidido no hacerlo. ¿Por qué? Ni ella misma sabía pero así había sido
Miró a Ernesto y se dio cuenta que le había dicho algo que no escucho
— ¿Podrías decirme de nuevo?
Ernesto sonrío y miro en la dirección en la que ella había mirado pero ya no había nadie allí.

-- Te decía que quería presentarte a alguien pero parece que se fue.
-- ¿Quién?-- Preguntó ella, aunque sabía la respuesta
--Fernando Colunga—Ernesto volvió a mirar y luego suspiro resignado— Bueno será otro día
--Sí—dijo ella con una sonrisa—será otro día...

La fiesta siguió su curso normal y al cabo de la media noche Lucero se sintió algo cansada, pero recordó que había luna llena y ella era una adicta a tomarle fotos, así que decidió subir un momento a la azotea de la empresa con su cámara. Se dirigió al pasillo y luego de caminar unos metros llegó a la escalera. Subió y una vez arriba aspiro el aire fresco de la noche. Sonrió y dejó que el oxígeno llenara sus pulmones. Tomo la cámara y tarareó una canción que hablaba de la luna, y luego de tomar varias fotografías, sonrío alegremente.

--Bueno amiga—dijo como si hablara con una persona— como dice mi paisana Ana Gabriel: "tú sí que sabes de soledad"...
-- ¿De veras crees que ella lo sabe todo?—dijo una voz a su espalda
Ella no tuvo que voltear para saber quién era, su aroma era inconfundible.

-- ¡Caray! ¿Ahora te dedicas a asustar mujeres indefensas?—Lucero se giró hasta quedar de frente a él. Esta vez no tuvo que alzar la cabeza ya que llevaba tacones altos, la idea la hizo sonreír
-- ¿Indefensa tú?— Fer soltó una carcajada que lleno el aire—difícilmente alguien te podría catalogar como indefensa.

Se acercó un paso hasta sentir el calor de su cuerpo pero sin tocarla. La miró a los ojos y lentamente bajó la vista hacia su escote. Sus ojos descendieron por su cuerpo hasta sus piernas y volvieron a ascender hasta sus ojos. Los de Fernando eran dos pozos profundos y oscurecidos por algo inexplicablemente perturbador.
Ella se sintió desnuda bajo su mirada, nunca ningún hombre la había mirado con semejante descaro. Sin querer se sonrojó

-- Y según tú ¿qué es lo que soy?—Lucero le sostuvo la mirada, aunque le temblaba el pulso. Fernando no respondió, solo la tomó de la mano y caminando unos pasos la puso de espaldas a la pared, la apretó con su rígida anatomía y lentamente le acarició la cara con la punta de los dedos.
Lucero sintió su aliento, olía a licor de menta y manzanilla, una mezcla de lo que habían servido en la fiesta. Su corazón le golpeó el pecho y el aire la abandonó, lo vio inclinarse hacia ella despacio, bajó la cabeza y entonces rozó sus labios...


Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora