¿No es para que partas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; para que cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu semejante?
Isaías 58:7
Había una delgada línea que Samuel no cruzaba. Esa que lo mantenía apartado del resto de las personas. De los sacerdotes y sacerdotisas, del sacerdote supremo, de los otros cavatumbas, de los saqueadores, pero sobre todo, de las personas que estaban dentro del domo.
Él se preguntaba constantemente porqué seguía llevando esas plantas medicinales a la casa del enfermo. Tal vez era por una buena razón, por algo que estaba más allá de su entendimiento. Quizá se debía a que en sus visiones de el quinto amanecer, ese chico estaba ahí, entonces ¿Quien era Samuel para ir en contra de una ley más grande que él mismo? Nadie, él no era nadie, por eso estaba cruzando las tumbas con su pala apretada en la mano derecha y un montón de plantas en la izquierda. Trataba de no respirar rápido, para que ninguno de los cavatumbas viera en su dirección, tampoco podía correr para evitar sus miradas lascivas, así que simplemente caminó con lentitud entre las tumbas. No sería la primera vez que alguno de ellos quisiera propasarse, pero desde que cumplió con la edad suficiente para ser un hombre, ellos dejaron de molestarlo. Aunque también podría ser por el hecho de que algunos tenían heridas fuertes en sus cabezas al despertar, y sabían que habían sido hechas por un golpe con una pala. Les hacía saber que podía matarlos mientras dormían, pero decidía no hacerlo. Y había algo mas, y eso era que Samuel podía pelear con las bestias más pequeñas, aquellas que se atrevían a acercarse a los campamentos y templos.
Soltó la respiración cuando llegó al hueco en el domo norte. Tal vez debía entrar y dormir un poco en el domo central, mientras las luces de dentro de atenuaban, esas que hacían le doliera la cabeza.
Entró cuando supo que no podía postergarlo por más tiempo. Se encontró con la sorpresa de que las luces ya eran tenues, eso lo ayudó a relajarse. Podía dejar las plantas en esa casa y volver al exterior, donde dormiría en el templo.
Llegó hasta ese lugar, le parecía extraño que las personas no estuvieran afuera, o que los trabajadores no salieran de ese lugar, de esos huecos en las paredes. O que las luces fueran tenues tan temprano... a pesar de que le gustaba el silencio, sentía como si algo no estuviera bien. Samuel corrió hacía esa casa y dejó las plantas donde las había puesto la ocasión anterior. Giró sobre sus talones y... esta vez no era un niño quien lo observaba.
―¿Que estás haciendo?― gruñó una chica.
Samuel abrió la boca un par de veces, pero nada salió de sus labios. Creía que podía atragantarse con su respiración.
―¿Tu eres quien ha estado trayendo estas cosas?― dijo, agitando el racimo en dirección a Samuel. Él quería moverse para quitárselo, pues estaba maltratando las hojas.
―No...no...
―¿No? ¿No qué?― espetó la chica y retiró las plantas del alcance de Samuel―. Largo de mi casa, tu...
―¡Sarah!― gritó una voz desde el interior, una voz cargada de dolor y amargura, lo que provocó un estremecimiento en Samuel―¡Sarah! Vuelve adentro, hay toque de queda.
―¡Ya voy, mamá!― chilló la chica―. Lárgate― dijo una última vez y le dio la espalda a Samuel.
―Sarah― susurró él. Ella se detuvo de golpe y lo miró por encima del hombro―. Sarah es un nombre que proviene del hebreo y significa princesa ― Samuel deformó la palabra, no porque no supiera pronunciarla, si no porque no creía que quedara con aquella chica.
No parecía una princesa de aquellas que se quedaban sentadas. Él más bien pensaría en una guerrera, como de las que el sumo sacerdote le contaba historias.
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El Quinto Amanecer
Ficção CientíficaCristina vive en la Fortaleza norte, aquella que ha sido la base de la sociedad durante los últimos cien años. Un día, los Padres Fundadores desaparecen sin dejar rastro. El mundo ha pasado por guerras y desolación. Se dividió a la sociedad en...