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VICTORIA

Algunas veces hay acontecimientos espantosos, es parte de la vida. Hay varios tipos de ellos; si lo que queremos es clasificarlos, tendríamos que decir que están: los acontecimientos insuperables, dolorosos y extremadamente trágicos, que son aquellos que marcan a las personas con un dolor interminable e infinito que los perseguirá por el resto de sus vidas, también están esos acontecimientos espantosos que te enseñan una lección, que te asegurará de que algo así nunca más suceda, y por ultimo (el más importante en este caso), esos acontecimientos trágicos que detrás tienen una luz de esperanza, pues sirven para una buena acción.

Lo que vivimos con Nathan, pertenece al último ítem.

Después de la trágica imagen que vimos al abrir la puerta de aquella cabaña, todo fluyó de maravilla. Lo que sea que haya querido hacer Nathan, aunque suene doloroso, nos sirvió para salvar el trasero de Abigail.

Simplemente, al levantar el cuerpo casi inerte del castaño, la puerta del sótano quedó a nuestra disposición, mejor dicho a mi disposición, ya que el resto de los chicos llevaron a Nathan a emergencias, y yo me encargué de Abigail.

Lo que voy a relatar a continuación, no lo olvidaré nunca en mi maldita vida.

Levanté como pude aquella puerta de madera crujiente y ruidosa, intentando a la vez preparar a mi débil mente para la imagen con la que posiblemente me encontraría; en el peor de los casos, el cuerpo sin vida de aquella mujer que me acompañó más que mi propia madre. La puerta se abría cada vez más y estando ya sola allí me pregunté si de verdad tenía aquella valentía que demostraba ante otras personas.

En un abrir y cerrar de ojos me encontraba bajando por las escaleras más viejas que había visto en mi vida. El sonido de mis pies al chocar con sus escalones me advertía una posible caída de la que no me levantaría jamás. Al llegar al suelo noté dos cosas: el suelo era de tierra y aquella oscuridad era la más solitaria que había visto en mi maldita vida.

Muy al fondo estaba ella. Yacía aún más inerte que Nathan y me paralicé por el miedo que me invadió en ese instante.

¿Latiría su corazón? Una imagen de ella sonriendo y llena de vida llegó a mi mente.

¿Volvería su boca a reír? Una imagen de ella riendo en clase llegó a mi débil cabeza.

¿Volvería a bailar? ¿Volvería a cantar? ¿Volvería a sentir? ¿Volvería a abrazarme? ¿Volvería? ¿Volvería a vivir?

Las lágrimas no dejaban de caer sobre mis mejillas y obligué a mis pies a moverse por aquel lugar, ese lugar cuyo olor era a muerte, a humedad, a orina, a rancidez, por aquel lugar casi tan oscuro como el alma de quien dejó a esa chica allí. Esa hermosa chica que pasó por tantas cosas y aún así sonreía en cada oportunidad, cantaba, bailaba, reía y vivía como si el mundo se terminaría al día siguiente.

Aquella chica que en ese momento tenía los ojos abiertos y sin su particular brillo. Su boca estaba entreabierta y sus labios morados. Su cabello lucía como una vieja escoba y en su rostro no había más que suciedad. Sus manos estaban atadas a su espalda, en una posición incómoda. Que de seguro Abigail hubiese sentido si hubiera estado consciente. La imagen no prometía esperanzas y mi mundo se derrumbaba poco a poco. Me arrodillé a su lado, y lleve mis dedos hacia su cuello en busca de un pulso que nunca encontré.

— ¡No! ¡No! ¡No! —No reconocí aquellos gritos desgarradores que salían de mi garganta. Pero reconocí una cosa; ya no tenía motivos para vivir.

Peligrosa VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora