CRISTIAN
Ya no más mentiras. Victoria lo sabía y tenía que contarle toda la verdad si quería evitar que pensara que yo era una mala persona. Venía llevando bastante bien la situación hasta que mi móvil sonó. Y era Charles, mi hermano. Sólo quería decirme que había descubierto toda la verdad y que se encontraba camino a la finca de Andrade para encontrarse conmigo y finalmente aclarar toda la verdad.
Fue entonces cuando mi alma se partió en el suelo y los fantasmas de mi pasado la pisotearon como a basura.
De inmediato les conté a los chicos y se ofrecieron a ir a buscarlo conmigo, incluso Nick. Adam y yo íbamos en una camioneta que Steve nos confió y Nick y Mathew en una motocicleta que tuvimos que pagar con el dinero de Andrade. Salimos pitando de la mansión hacia la ciudad, y una vez que llegamos a la zona donde mi hermano residía nos dividimos para chequear que no estuviese allí. Al comprobar que no, fuimos por el camino directo a la finca para encontrarlo, a él y a Victoria, que a pesar de todo lo que estaba sucediendo con su madre no dudo un segundo en presentarse para ayudarme. Y lo más importante de todo... Victoria me quería. Me lo había dicho. Y a decir verdad eso era lo que me mantenía aún con la cabeza en alto.
— ¡¿Dónde diablos estás?! —Le grité a la nada, cuando frustrado aparqué y me bajé de la camioneta, quedando a un lado de la carretera oscura. Ni estrellas había esa noche. Nada que prometiera esperanza, ninguna luz.
— Tranquilízate, hermano, lo encontraremos. —Intentó convencerme Adam, poniendo su mano en mi hombro. Un ruido a algo moviéndose entre los pastos llegó a nuestros odios, haciéndonos desviar la mirada. Entonces vi lo peor.
Corrí, y corrí torpemente, los metros parecían kilómetros, y la tierra parecía desplomarse bajo mis pies. Y ahí estaba él, completamente cubierto de sangre, con un pulso débil.
— ¡Llama a una maldita ambulancia!
— Ya vienen en camino, hermano.
— Charles, por favor, no te duermas. —Le rogué, con mi rostro lleno de lágrimas. Tenía alrededor de siete disparos en el torso. Me sentí morir en ese preciso instante. Mi hermano, mi verdadero hermano estaba muriendo y por culpa mía, y de mis malditas y pésimas decisiones tomadas en el pasado.
— ¡Cristian! —Victoria llego, y corrió hacia nosotros. Pero no venía sola, venía con ese tal... ¿Víctor? El policía.
— ¿Cuántos disparos le dieron? ¿Tú estabas? —Preguntó el uniformado, como si yo tuviera la fuerza necesaria para responder.
— Creo que siete, la ambulancia ya viene. —Respondió Adam por mí. Yo simplemente me hundía de a poco en el dolor.
— Dime que les has especificado cuantos disparos eran... —Adam negó. — ¡Demonios! —Soltó, tomando su walkie-tokie y pidiendo una nueva ambulancia. Dio códigos de gravedad, pero los escuché lejanos y ya no los recuerdo. Sé que durante un momento sentí las pequeñas manos de Victoria en mis hombros, y sentí paz.
— Debemos detener la hemorragia. — Víctor tenía razón, no tardé demasiado en quitarme la camiseta y sostenerla contra las heridas de mi hermano.
Un par de minutos después la ambulancia comenzó a escucharse, cada vez estaba más cerca y por cada segundo que tardaba el pulso de Charles se volvía más y más débil.
— Debemos marcharnos. Si nos reconocen iremos a la cárcel, Cristian. No solo viene la ambulancia, sino un patrullero. —Dijo Victoria con algo de pesar. Estaba mal de la cabeza si creía que me iría y lo dejaría solo.
No me moví.
— No sólo eso, si relacionan a Charles contigo podría tener problemas también. Hasta podrían maltratarlo en el hospital. —Añadió Adam, fracasando al intentar convencerme.
— No me iré, ¡joder!
— ¡Sáquenlo de aquí, ahora! —Maldito Víctor. —Me quedaré con él, te lo prometo, Cristian. No va a pasarle nada que yo pueda evitar, y si algo le sucede dejaré que mates.
— ¡No me iré! —Una motocicleta se detuvo a nuestro lado y Nick bajó de ella, Mathew se largó.
— Nick, Adam, ¡Métanlo al coche! —Ordenó Victoria. Y las sirenas sonaban más fuerte.
Me tomaron por los brazos, y a pesar de que grité y grité con todas mis fuerzas, no me soltaron. Miento. No tenía fuerzas. La única familia que me quedaba estaba desangrándose a un lado de la carretera y todo era mi culpa. Mi culpa y la de la maldita mafia, el maldito Andrade. ¡Le disparó y lo dejó tirado como a un perro! ¡A mi hermanito! Ese que solía ir conmigo al supermercado, ese al que solía ayudar con la tarea... ese que solía ser mi vida entera, mi todo. Me juré a mi mismo volarle los sesos a Andrade. Lo más pronto posible. Cuanto antes.
Viendo solo lágrimas, oyendo sirenas, y dejando a lo único que me quedaba desangrándose a un lado de la carretera, me marché. Con el alma y el corazón hechos pedazos, de nuevo. Y sintiéndome morir. Morir de verdad.