VICTORIA
Con una mezcla irracional de emociones seguí a mi madre hacia su despacho, o lo que fuese. Daba igual. Veía venir su discurso barato, y era lo que menos necesitaba después de enterarme que James no era James, ni Ryan era Ryan, ni Logan era Logan. ¿Quiénes eran en verdad? No tenía ni idea. Pero me enojaba que, habiendo hecho todo lo que hice por ellos, me mintieran con algo tan importante y valioso como lo es la identidad. Pensé que claramente tendrían sus razones, pero nada conseguía calmar mi furia. Y sabía con quien descargarla.
— Has sido imprudente, torpe, confiada, arriesgada y te han traicionado un par de niñatos —Comenzó, cruzándose de brazos y tomando asiento. —Pero eres la única maldita hija que tengo, y por lo tanto tienes todas mis cualidades, y lo has conseguido. Has llegado hasta aquí, con una estrategia sucia e incluso privando de su libertad a un maldito policía. ¿Sabes cuantos años de cárcel pueden darte por eso?
— No. —Respondí de mala gana.
— Yo tampoco, las Di Agostini ni si quiera consideramos la posibilidad de ir a la cárcel. —Sonrió ampliamente, creyendo que yo podía caer en las garras de un discurso preparado para alimentar una maldita psicología errónea. Yo soy líder. Nací para serlo; en lo que se me presente. Y mi naturaleza no me permite que un par de palabras inflen mi corazón de adrenalina, por lo que no salí corriendo detrás de mi madre.
— No vas a atraparme con un par de palabras, Margaret.
— No lo pretendo, solo quería hacerte una síntesis de tu día.
— Lo he vivido. Vayamos al punto.
— Hay algo que tienes que saber.
— ¿Qué es? ¿Cáncer? ¿Alzheimer? ¿Sida?
— Cáncer.
— ¿Cuánto te queda? —Pregunté con el corazón apretado. Y de golpe las imágenes de mi infancia se reprodujeron en mi mente como una película. Antes de saber quién era verdaderamente mi madre, éramos una familia. De dos, pero lo éramos.
— No más de un año, no pueden especificar más que eso, Victoria. —Mis ojos se nublaron, y una imagen nuestra corriendo por la playa cruzó ante ellos.
— ¿Qué tipo de cáncer, mamá? —Una expresión de sorpresa se instaló en su rostro, y en el mío. Hacía años no la llamaba mamá.
— Cáncer de mama. Sólo te pido una cosa, no sientas pena por mí. Ódiame como lo has hecho hasta ahora, porque es lo que realmente sientes. Y sabes que odio la pena. —Me senté, no podía mantenerme en pie. El nudo de emociones irracionales creció dentro de mí y mi maldito cerebro comenzó a reproducir una película de momentos felices vividos con Margaret. De repente tuve la necesidad de preguntárselo.
— Necesito saber... ¿Quién diablos es mi padre?—Su rostro se volvió serio, inamovible y frío como la mismísima nieve.
— Cuando esté lista, prometo decírtelo. Lo sabrás antes de que muera, Victoria, créeme que preferirás no haberlo preguntado. —Sacudí mi rostro, me estaba mostrando débil.
— Margaret. Vine aquí por algo y creo que sabes por qué.
— Necesitas ayuda. Y me conviene.
— Mis únicas condiciones son que todos aquellos que me acompañan hoy trabajen para mí. —Margaret asintió.
— Comienzas mañana, hija. Eres la nueva Reina Roja. —Sonrió ampliamente y yo salí de su despacho, con el único propósito de que me expliquen quién diablos eran aquellos chicos que creí conocer... y tal vez querer.
Al salir no estaban en el pasillo. Le pregunté a Steve y me dijo que Cristian, Mathew y Adam salieron por una "emergencia" y que Nathan y Abigail estaban en la habitación especial.
Comencé a marcar desesperada el número de "James" sin resultado alguno, hasta que al cuarto intento descolgó.
— ¿Dónde diablos están?
— Vamos en camino a la mansión de Andrade, Victoria. Tengo un hermano, me encontró y está yendo hacia allí. Charles va a morir si no lo encuentro antes... yo... no sé qué hacer. —Mi corazón se detuvo. ¿Cuántas sorpresas más me esperaban ese maldito día?
— Cristian, tranquilízate, por favor.
— No puedo... no puedo pensar Vick. Te necesito aquí. —Su voz tan rota, tan triste, hizo que mi piel se erizara. No quería que se sintiese así y mucho menos quería pensar en lo que podía pasarle si su hermano era asesinado por Andrade.
— ¿Dónde están exactamente?
— A quince kilómetros de la ciudad. La atravesaremos e iremos hacia la zona donde Charles está viviendo para hacer el recorrido que el debe haber hecho.
— Te veo en el camino que lleva a la finca. Los esperaré allí y de paso revisaré la zona por si lo llego a ver.
— Gracias, Victoria. Gracias. Por favor, ten cuidado.
— Cristian...
— ¿Sí?
— Te quiero. — Mis ojos se abrieron como platos ¡¿Yo había dicho eso?!
— Y yo a ti. —Dijo antes de colgar.