Feliciano estaba jugando solo en el patio, probando algunas combinaciones de colores con las pinturas y pinceles que le dio su abuelo; las flores blancas, y de suave fragancia, que caían con el viento del árbol de naranjo bajo el que estaba, se posaban en su cabello.
Su hermano solía jugar con él— aunque de mala gana—; Que debía admitir que pasar el rato con su abuelo daba menos miedo, escuchando esas canciones extrañas que tocaba con su vieja guitarra, mientras ponía una silla bajo el naranjo, hasta que el cielo se volvía púrpura con el anochecer. Igual amaba a su hermano, sólo deseaba que fuera menos enojón.
Lamentablemente, esa tarde su hermano cayó con un fuerte resfriado, obligando a su abuelo a vigilarlo mientras su fiebre bajaba. Feliciano de poco más de ocho años, intentó no entristecerse al estar solo, y mantener esa sonrisa que parecía alegrar a otras personas.
A sus espaldas, detrás del tronco, se escuchó una rama romperse, y la hierba seca ceder a unas pisadas. El pequeño dejo sus pinturas, y giró su cabeza lentamente, temblando temeroso. Su abuelo, y su hermano seguían adentro, podía verlos desde la ventana que daba al cuarto de Lovino.
—No te hare daño. —Se puso en cuclillas aquella persona, con una voz que le parecía imposible denominar como femenina o masculina—. Feliciano, ¿verdad?
El chiquillo volvió a girarse dándole la espalda al, ¿extraño?; en verdad ni siquiera viendo aquel rostro, podía decidir cómo llamarle.
Se armó de valor, y acomodó sus piernas para terminar sentado frente al desconocido; su abuelo siempre le decía que le hablara en situaciones así, pero, a pesar de que esa persona se veía de lo más extraña, su miedo se fue totalmente.
El hombre tenía cabellos lacios, oscuros que cubrían sus mejillas. Sus ojos eran del color más extraño, y fantástico que hubiese visto, reflejando la luz de la tarde en cientos de colores. Lo único que aún le inquietaba, era aquella expresión amable, sonriente, y terriblemente triste.
—Debo decirte algo —dijo el extraño, esperando por la respuesta de Feliciano—, algo importante.
–Esta...está bien, ¿señor? —contestó con su dulce vocecilla.
—Necesito que pongas atención, ¿te parece? —Feliciano volvió a asentir tímido.
El extraño se sentó junto al tronco del árbol, apreciando las hojas de papel, con diversas figuras creadas por las habilidosas manos del niño, su expresión se volvió más melancólica.
—Pondré atención —aseguró.
—Yo puedo ver...en cierta forma el futuro —explicó el aquella persona, sin expresión, pero que mostraba en sus ojos la intensidad de sus emociones—, y vi el tuyo, por eso te contare lo que pasara, lo cual debes guardar como un secreto; nunca, nunca debes decirlo.
— ¿Por qué? —el niño se asustó por la gravedad de esa advertencia—. ¿Pasará algo malo?
—No es eso, es sólo que...es algo que nadie debe saber —agregó—, pero quise decírtelo a ti, es algo que pasará.
— ¿Cómo es eso de ver el futuro? —La curiosidad del pequeño, pudo más que su nerviosismo a esa situación.
—Veamos —Reflexionó para explicar sencillamente aquello—: Es como ver algo que pasará de varias formas, probabilidades.
Feliciano asintió
—No estoy muy seguro de entender Señor, ¿pero ve cosas que pasan, pero no igual?
— Sí, exactamente —El hombre dejó que pasara un poco de silencio, apreciando el sonido del viento contra las hojas de aquel cuadernillo de dibujo—. Entonces te lo contaré, y si un día quieres compartir tu secreto, supongo que voy a confiar en la persona a la que se lo digas; pero lo mejor es que sea algo que sólo tu sepas.
Feliciano aceptó aquello, prometiéndole al extraño, que lo que fuera a decirle nunca lo diría. Y su naturaleza noble, quiso también prometer aquello, para alejar esa tristeza de ese rostro sin expresión.
—Solo quisiera que me prometas algo—pidió el hombre, y le sonrió por primera vez—. Sigue siendo como eres, tu abuelo tiene razón, tu sonrisa siempre alegra a otros.
Le contó el secreto, uno que lo hizo cerrar los ojos con fuerza, aterrado; aunque, la indefinida expresión de ese hombre lo consolaba, y su sola presencia le hacía entender que aquello, no era tan terrible, sino algo normal.
—Sonreiré todo lo que pueda, señor —Prometió Feliciano, ya más tranquilo; sin embargo tomaría algunos años entender del todo las implicaciones de lo que esa persona le dijo; tomó sus dibujos, y le dio una pintura del naranjo donde estaban sentados, con muchos, muchos colores.
—Es un regalo —sonrió con ternura el niño.
—Siento decirte algo así, tal vez eres muy pequeño todavía —comentó con arrepentimiento.
El niño inclinó un poco su cabeza, pensando en que responder.
— Mi abuelo me lo explicó un poco, pero creo que ahora lo entiendo; Nonno me dijo que no es algo que tengamos que temer —sonrió nuevamente, soltando la pintura de sus manos.
—Ya veo —acarició la cabeza del niño.
—Señor, ¿Quién es usted?
Los labios del hombre respondieron, sus palabras se perdieron un poco con un fuerte ventarrón que agitaba las ramas del árbol que los cubría; a pesar de todo, Feliciano lo escuchó, y siempre recordó aquella respuesta.
Los tonos del cielo, imitaron los colores de la pintura que regaló a ese hombre— un regalo para el hombre sin expresión, solía recordar—. Terminando otro dibujo, observó las estrellas que comenzaban a derramarse, haciéndole pensar en cuanto se parecían a un océano de lejanas luces; el pequeño permaneció un rato más, admirando el escenario nocturno, pensando en la inmensidad de este, y sonriendo al pedir un deseo.
Espero que mañana todos podamos sonreír como hoy.
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El puñetazo de inspiración- y la canción de Thank you blue de Daoko-, dio como resultado otra historia, iba a ser victuuri, pero Hetalia es el amor de mi vida xD.
No entiendo mi mente...
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As the seasons go by [Hetalia] [Gerita]
Fanfiction[Omegaverse, Human AU] Feliciano Vargas es un Omega de carácter alegre, siempre siendo una persona que parece traer felicidad a los demás; pero, un secreto que tiene desde la niñez, le hizo prometerse jamás enamorarse, o dejar que alguien se enamora...