Capítulo 22.

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Todo pareció suceder como un relámpago. Primero, los guardias, uno a uno, entraron en el balcón con los pies golpeando el suelo alfombrado. Justin y Ariana seguían besándose cuando los guardias aparecieron delante de ellos y cuando se dieron cuenta de su presencia, se separaron. Los guardias miraron a los dos amantes sorprendidos, confusos y con odio; sus bocas estaban abiertas y sus cabezas alzadas, sus ojos pasaron desde el inconsciente rey Edward, tumbado en el suelo, hasta Ariana y Justin.

El corazón de Ariana galopeaba como un guepardo; con cada latido, se ponía más y más nerviosa. La lluvia seguía cayendo intensamente y sus ropas estaban empapadas; la capa del rey, arruinada. Hubo un estallido de luz provocado por un relámpago, que iluminó las caras de los guardias; eran siete u ocho.

—¿Qué es esto, Su Majestad? —dijo un guardia sorprendido. Aunque Ariana estaba asustada, el rey no; miraba a los guardias con dureza y valentía, sin apartar la mirada. Se levantó despacio y cogió el brazo de Ariana para ayudarla. Se tambaleó y abrazó al rey, asustada. Él apartó su pelo mojado.

—Escuchad —dijo, seguro de sí mismo—: ninguno de vosotros irá al Consejo para decirles lo que visteis, ¿me habéis oído? —Los guardias lo miraron neutralmente con las manos apretándose en las espadas—. Os daré a cada uno de vosotros más oro —empezó el rey—, el doble de lo que ya poseéis. Tendréis lo que queráis, pero solo si no vais al Consejo.

Los guardias se miraron como si dijesen: ¿Deberíamos coger el oro o ir al Consejo y contarles este rollo ilegal?

Ariana y el rey esperaron, uno al lado del otro, una respuesta. ¿Aceptarían la proposición del rey? Ella esperaba que lo hiciesen. Después de un momento de silencio, los guardias empezaron a hablar y Ariana intentó escucharlos pero la lluvia y los truenos bloqueaban el sonido. El rey la miró con el ceño fruncido.

—Todo irá bien —le aseguró pero, en el fondo, él no tenía ni idea de qué haría si los guardias no aceptaban. Ariana se agarró a él fuertemente como si él fuese a protegerla de cualquier peligro. La besó en la cabeza, acariciándole el pelo. Tenía miedo de que Justin pudiese dejar de ser rey y fuese asesinado instantáneamente una vez que el Consejo lo descubriese, de que incluso ella misma fuese asesinada por tener un lío con él. Pensando eso, abrazó más fuerte al rey.

Los guardias empezaron a apartarse y miraron al rey.

—Bien —dijo un guardia—, aceptaremos el oro —el rey sonrió. Estaba a punto de responder cuando el guardia le interrumpió—. Solo si triplicas la cantidad que ya tenemos a cada uno de nosotros.

—Está bien —contestó el rey—, lo triplicaré —el guardia que había hablado asintió con gratitud—. Pero —dijo—, sigo siendo el que manda y si alguien trata de salir del castillo por alguna razón que no sea visitar el pueblo, será asesinado —el guardia lo miró a él y a Ariana.

—Sí, Su Majestad —dijo con una reverencia. Los guardas que estaban detrás de él lo siguieron y se inclinaron.

—Ahora —habló Justin—, quiero que llevéis ropa limpia a mi habitación para Ariana —un guardia asintió y se marchó, siguiendo su orden. El resto se quedó ahí—. El resto —el rey suspiró—, volved a vuestros sitios y dos de vosotros llevad a Edward a la enfermería. Una vez que se recupere, echadlo inmediatamente; no quiero ver su cara en mi castillo nunca más —miró a sus trabajadores seriamente. Ellos asintieron y dos cogieron el cuerpo de Edward.

El rey abrió la boca para volver a hablar.

—Nada sucedió esta noche, dejémoslo así —lentamente, todos se marcharon. Ariana observó el cuerpo de Edward hacerse más y más pequeño, hasta que los guardias no estuvieron a la vista.

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