Capítulo 3.

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3.

Ariana se despertó con el sonido de alguien golpeando la puerta.

—¡Todo el mundo en pie! —La persona gritó. Ariana inmediatamente escuchó como la habitación se inundaba con ruidos de objetos y de personas moviéndose.

Oyó pasos detrás de la puerta y pensó en que quién fuese el que había llamado, se había ido. Ella seguía en la cama sin querer levantarse.

Finalmente, una mano fría le tocó el brazo y se estremeció ante el toque inesperado. Era Rachel.
—Vamos, Ariana —susurró—. Tienes que vestirte.
Despacio, Ariana se levantó y cuando se estaba sentando recta, se golpeó la cabeza con la cama de arriba.
—Au. —Gruñó tocándose la cabeza.

Este día iba a ser horrible.

Una vez que Ariana estaba lista, se miró en el espejo. La persona que veía no era ella. No era la chica feliz y dedicada del pueblo; era una triste, rota e infeliz sirvienta que se pasaría mucho tiempo trabajando para el rey.
—Hora de irse. —Le dijo Rachel. Asintió y la siguió a ella y a los demás fuera de la habitación.

El Rey le dio sus tareas ayer, así que sabía qué tenía que hacer y lo primero sería trabajar en la cocina preparando el desayuno. Gracias a Dios, Rachel también estaba ahí.

Anduvieron hacia la habitación que ella había visto el día anterior. Por alguna razón, parecía más grande de lo que recordaba.

Miró el centenar de ollas y sartenes colgadas en la pared. Los otros sirvientes vestían delantales blancos y se apresuraban a trabajar.
—Vamos —dijo Rachel—, te enseñaré dónde está todo.

Y así lo hizo. Le enseñó dónde estaban los delantales, sartenes, ollas, boles, platos, vajilla y demás.

Cuando hubo acabado, empezaron a hacer unos huevos revueltos para el Rey y sus amigos. Ariana siempre había cocinado huevos revueltos en casa, pero no con este equipamiento lujoso. Los platos y boles que usaba en el pueblo eran de madera en su mayoría.

Mientras vertía huevo y leche en el bol, miró al sirviente al lado de ella. Justo cuando iba a echar la mezcla a la sartén, el sirviente se giró hacia ella.
—¡Espera! —Dijo cogiendo sus manos para que no vertiese el contenido—. Al Rey le gustan los huevos muy mezclados hasta que estén como el agua. —Dijo y cogió el bol de Ariana.
El sirviente era probablemente un año mayor que ella o unos cuantos más. Tenía unos ojos avellana luminosos y pelo castaño y rizado. Miró hacia otro lado para que él no se diese cuenta de que le estaba mirando. Era hermoso.

Una vez que había acabado con la mezcla le devolvió el bol con una gran sonrisa en la cara.

¿Cómo podía alguien estar tan feliz en un sitio como este? Pensó Ariana para sí misma.

—Ariana, ¿no? —Dijo mientras volvía al trabajo.
—Sí. —Contestó tímidamente. El chico sonrió.
—Soy Harry. Harry Styles. —Dijo y Ariana asintió, bajando la mirada. Harry soltó una carcajada; una muy bonita carcajada.
—¿Por qué eres tan callada? —Preguntó.
Ariana suspiró.
—Bueno, quizás sea porque no me he acostumbrado a este lugar y no quiero estar aquí. —Dijo molesta. Los ojos de Harry se ampliaron y se mantuvo en silencio durante el resto de la mañana. Ariana se sintió mal por lo que había dicho, el chico solo trataba de ser amable.

Antes de que los sirvientes fueran a llevar la comida al salón, Ariana agarró el brazo de Harry y él se giró confundido.
—Oye, siento haber sido una estúpida, no quería herir tus sentimientos ni nada, es solo que no estoy acostumbrada a esto y echo de menos mi casa. —Dijo Ariana sinceramente. Harry elevó las cejas y una sonrisa creció en su cara.
—Está bien. Lo pillo. —Replicó y Ariana sonrió.

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