Elena IX - Julio II

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Elena IX

Julio II

El dolor y los gritos impedían cualquier otro acto de Elena, viva y consciente de la tortura, deseando morir con la certeza de que el infierno debía ser un lugar con menos sufrimiento. La habitación olía a sangre, gas, humo y carne quemada. Los ojos de Mapuche se clavaban extasiados en las heridas, parecía poseído. Su camisa, que alguna vez fue blanca, estaba empapada de un rojo escarlata como su rostro y sus brazos.

- Esto me está aburriendo, creo que vamos a ir terminando- murmuró sádico quemando la última porción de carne sangrante debajo del seno derecho, pegándole la ropa a la piel.

Mapuche estaba en la cumbre de su venganza, ignorando que un descuido, la caída de Excalibur, que pasó por alto a causa de la obnubilación de la tortura y la proximidad de la muerte, era un error fatal. Con el rostro de un demonio, acariciaba el fin y la victoria, levantando el hacha verticalmente a la cabeza de Elena que miraba resignada la cercanía del golpe letal. Cuando el hachazo comenzó a bajar con fuerza, de repente, las manos soltaron el arma, cayendo a un costado. Mapuche cayó muerto sobre la mujer como una bolsa de papas, por un balazo, certero, en el centro de la nuca.

- Listo, se terminó- sentenció Julio con las dos manos esposadas sosteniendo a Excalibur, el arma que dio muerte a Alberto y Esteban ahora ejecutaba a Mapuche.

Caminó, con las piernas temblando por el esfuerzo del forcejeo que rompió las manijas, hacia los cuerpos pegados, el hedor a carne asada y pólvora. Apoyó el arma en un costado de su hermana y empujó el cadáver que yacía sobre ella con el hombro haciéndolo caer al suelo. Elena quedó libre del peso, respirando despacio, con un estertor. Con cuidado, Julio desató las extremidades rostizadas. Le levantó el torso y la abrazó con cuidado como si fuese una niña indefensa y temerosa.

- Tranquila, Elena, tranquila, ya pasó, ya está, ya está.

Manchado con la sangre de su hermana, Julio la apretó contra su pecho, temblorosa, con la cabeza escondida, para observarlo. Se sentía humillada, vencida, de sus ojos caían lágrimas de dolor, alivio, odio y resignación. Como había predicho en su viaje de vuelta: todo se había ido a la reverenda mierda. Estudiaba sus brazos, sus piernas, su abdomen, heridas quemadas, con tela pegada, sangre coagulada, no reconocía ese cuerpo como suyo. Dos días atrás había sido una bella mujer, ahora su figura era la de una sola gran herida que su hermano, un joven rubio, con las mismas facciones del padre, que la sostenía entre sus brazos, como aquel le había profetizado hace años que estaría cuando lo necesite.

- Como dijo el viejo, la sangre llama la sangre. Apareciste en un momento importante, Julio. Pero tarde, creo que bastante tarde.

Julio la separó de su pecho para observar a esa mujer resistente y fuerte, primero con admiración luego con lástima, pues en sus ojos descubrió lo que se ocultaba detrás de esa coraza un ser rendido y agotado de tanta lucha por sobrevivir.

- No te rindas, no es tarde. Big Fish te perdonará. Fuiste una fiera. Por las heridas y las quemaduras no te preocupes, la plata para reconstruir todo no falta.

- No sé, Julio, no puedo continuar, si supieses lo que sufrí, en estas horas, lo entenderías. Si nos hubiésemos encontrado antes hubiese sido diferente. Pero aquí me ves, parezco más un cadáver que una mujer, perdí todo. No se puede arreglar nada, perdí contra el hijo de puta de Raúl. Me ganó, me demostró que solo puedo tener poder sobre muertos y eso no es lo que deseaba.

- No digas pavadas, calculo que papá jamás te hubiese permitido un planteo así. Él siempre quiso que seas fuerte. En sus cartas, que enviaba a Bogotá, me contaba del entrenamiento que llevó adelante con vos para que seas un ser frío y lo matases – respondió Julio sosteniendo de frente con los brazos extendidos a la figura resignada que con un último esfuerzo, se tiró veloz hacia atrás para tomar impulso y darle un cabezazo, el segundo en el día, a Julio que cayó inconsciente.

- Nunca vas a entender, ni yo podría explicártelo con palabras esta decisión. Pero no es simple seguir luego de todo este infierno, luego de estar, en menos de dos días, dos veces al borde de la muerte, una por un sádico hijo de puta y la otra por mi mejor hombre. Maté a Alberto, a la única persona que aprecié por traición, traicioné a todos. Alberto tenía razón al comienzo de esta locura. ¿Quién soy yo para usar esa palabra? No doy más.

Elena miró a su derecha, en el piso, estaba muerto Mapuche cerca de su hermano inconsciente; al costado de su mano, brillaba Excalibur, la que Julio había apoyado antes de empujar el cadáver del indio. Ese brillo parecía llamarla para el final. No lo dudó. Tomó el acero caliente a causa del disparo reciente. Lo puso de perfil sobre su nariz, entre los ojos, ¿Quién lo diría, Alberto?, el arma con la que te maté va a ser la encargada de lo mismo para mí. Es jodidamente ridículo, pensó mientras el arma se deslizaba lentamente hacia abajo hasta meterse dentro de la boca. Apretaba el gatillo.

¿Ese ruido? ¿Qué mierda pasó? Dos golpes en la cara en el mismo día, qué dolor. ¿Y Elena? ¿Ese ruido? Cuesta levantarse, me duele todo. ¿A qué me mandaron? Esto es un quilombo.

- ¡Aaaaah! ¡Elena estúpida!

Se voló la cabeza, loca de mierda. ¿Cómo pudo hacer algo así?, todo se podía arreglar. Esto es una locura. Todos muertos. Big Fish estará contento. Al final, padre, la visión que me llevo de mi hermana es de una mujer sin cabeza. ¿Por qué lo hizo?, cansancio, culpa, miedo, orgullo, quizás una mezcla de todo. Aquí todo está literalmente acabado, no tiene sentido que me quede mucho. Me hubiese gustado haber tenido la oportunidad de conocerte y trabajar juntos, lo poco que vi fue brillante, tonta. ¿Dónde están las botellas de alcohol que uso este enfermo? Ahí. Voy a mojar todos los papeles, un poco para el cuerpo del indio de mierda. A vos Elena te quemo también para que nadie pueda reconocerte. Acá está el soplete. Un papelito para quemar. La puerta del pasillo, el lugar rociado. Me despediré con fuego, purificaré este antro de muerte, este templo de traición. Aquí termina mi actuación.

SicariosWhere stories live. Discover now