Descendió del auto, cansada, sintiendo dolor en cada fibra de su ser. Pisó la acera calurosa y mojada por la garúa nocturna de la última madrugada. El recorrido, las cuatro horas de ruta, sirvieron para repasar, otra vez, su historia, como si intuyese el final. Sus tacos temblaron sobre la vereda rota, pero, rápido, se afirmó y marchó hacia el edificio gris ubicado en el centro de la ciudad, en Florida, entre Perón y Sarmiento. Las seis de la mañana la recibían rendida, pero orgullosa de seguir entera. Llamó el ascensor para ir al segundo piso.
Subió y vio su rostro en el espejo, su hombro lastimado por el violento cuchillo alemán. Tanteó las heridas, secas, se preguntó cómo había sido posible el llegar del coche hasta adentro sin que ninguna persona se aterrorizara con su imagen. El ascensor se detuvo y cortó su pensamiento. Al abrirse observó luces en la Agencia encendidas. Metió la llave, ansiosa, esperando lo inevitable, lo deseado, la sorpresa de encontrarse a alguien dentro.
Empujó la puerta y, frente a ella, apareció la mole morena, Mapuche, el hombre que necesitaba a su lado para saber que nada se había derrumbado aún, que un pequeño cimiento se podía sostener de todo el gran sueño destrozado. Con él a su lado construirían una alianza que le permitiría reestructurar. Notó, otra vez, una alerta, sintió que Mapuche mostraba una falsa emoción como si las lágrimas fuesen fingidas. Se arrojó hacia ella para abrazarla con la fuerza con que lo haría con un pariente.
- ¡Gracias a Neguenechen que llegó! ¿Qué le pasó, está muy herida?
- Es largo de contar, ya tendremos tiempo. Pero volví como prometí. ¿Esteban?
- ¡No soportaba más... Elena... a Esteban lo asesinaron! ¡Esteban... Raúl... Alberto... muertos... todo se fue al carajo!
El rostro de Elena se ensombrece en una mueca de decepción ante la noticia de Mapuche que muta su expresión de angustia a otra ambigua, aunque, por otro lado, piensa en la foto que dejó en poder de Alberto, en su inconsciente satisfecho por una lejana revancha.
- ¡Tengo al asesino del pibe esposado, lo estuve interrogando y habló poco, dice que el Big Fish nos tiene atrapados!
Elena comparte la alegría, sin perder cautela, ve las hachas en el cinturón, ubicación provocativa, desafiante. También ve Mapuche tiene a Excalibur encima, lo que la sorprende, pues el destino las volvía a encontrar y necesitaba explicaciones.
– Bien, por lo menos tenemos a uno de ellos para continuar con el juego. Veo que estás preparado para apretarlo con ganas y traes a Alberto con nosotros.- Nota en el rostro de Mapuche un gesto de incomodidad ante esta observación, pero prefiere por el momento mantener tranquila la situación y desvía el asunto.- No cuentes nada, no me adelantes, la alegría es grande a pesar de la perdida de Esteban, en serio. Quiero que me sorprendas.
- Será una dulce sorpresa, entonces, una gran sorpresa – susurró Mapuche con exagerada actuación.
Comenzó a seguirlo, despacio, detrás, para ver y charlar, amistosa, con el cautivo, mientras se ilusionaba con los vientos propicios. Sonrió. Los pasillos le revolvían la memoria, la llevaban, de acá para allá, del presente al pasado y a un futuro en que no veía. Marta, Raúl, Alberto, Mapuche y ella habían sido, en los buenos tiempos, un gran equipo. Pero ahora, como había expresado el indio estaban todos muertos. Apretó el paso para seguir los otros que percibía densos y tensos.
- Veo que el viaje a Venado Tuerto fue bastante violento. El prisionero me había dicho que la habían matado. – Mintió mientras se frenaba ante la puerta en donde se hallaba Felipe.