- Ángela, nada es fácil- exhala Francisco, en la sucia cama de habitación de un cabaret de Flores, el humo del cigarrillo, las palabras se diluyen en la descarga de una noche agitada, como hace años, siglos, no había tenido.
– La mierda, la muerte nos rodea, querida.- Continúa.- Hoy encontramos a un suicidado, a un tal Alberto, en un departamento, que nos cantó un tipo que escuchó una discusión y después un tiro. El muerto dejó una carta explicando la causa: una traición de un tal Raúl y hasta ponía, bien clarito, dónde ubicarlo. Es muy dudoso el suicidio. El absurdo texto que contiene la carta demuestra que es una historia que no puede narrar alguien con ganas de matarse y la letra es sospechosamente femenina. Y no vieras la postura ridícula en que lo encontramos. Los peritos notaron, en las muñecas, marcas de soga que lo apretaron contra el respaldo de la única silla del lugar.
- ¡Ah, un circo importante! –exclama la rubia, algo obesa, sudada, desnuda con una sábana tapándole de la cintura para abajo, sujeta al cuerpo de él, también desnudo el pecho, tapado todo lo demás.
- Sí, un gran circo. Salimos con Felipe, el pibe nuevo, ese que no les gusta a tus chicas, hacia la casa de ese tal Raúl a buscar respuestas. Cuando llegamos, nos encontramos con un grupo de la treinta y ocho trabajando en nuestro edificio. Preguntamos qué hacían allí, nos contaron que había habido un asesinato y habían dejado el departamento patas para arriba. Encontraron todo revuelto adentro, cajones, cajoneras, baúles, armarios, y un muerto con mil nombres. Comenté que buscábamos a un tal Raúl que vivía en el segundo "B". ¿A qué no te imaginas quién era?
- ¿No sé?- responde aburrida, mientras un dedo mojado por sus labios baja del cuello a la tetilla de él, ida y vuelta.
- Arlequín, querida, Arlequín.
- El tipo que te buscaba por acá, ese que era tan buen mozo, pelo largo canoso – sonríe mostrando unos dientes blancos y poco amigables.
- Me quedé helado.- Aspira el humo del cigarrillo, ella mantiene la sonrisa y le pide con la cabeza que le dé una pitada a ella, Francisco le posa el cigarrillo en los labios para que ella aspire.- En fin, uno de los nombres era Raúl. En el lugar, hallaron sobres, documentos, papeles, con el nombre de Alberto, de un tal Esteban y otros que no sabemos dónde encajan como un tal Mapuche y una tal Elena, aunque cuando nombraron a esta mina Felipe pareció sorprendido, pero cuando le pregunté si sabía algo me dijo que no que posiblemente era de la banda de sicarios y que lo sorprendía el hecho de que haya una mujer en ese mundo. Yo no la conocía... Conozco pocas minas. Cuando subimos al departamento, nos encontramos con el muerto, como te dije, con Arlequín. ¿Podés creerlo? Dios me puso las piezas de un rompecabezas que empezó en tu cabaret para que arme una red increíble. Ese Arlequín me había venido a buscar dos semanas atrás para hablar de una banda de asesinos, lo creíamos loco por lo nervioso que hablaba y como movía los ojos, ¿te acordás? Se quedó varías noches. Y ahora esa carta, las muertes.
- ¡Qué cantidad de emociones, querido! Recuerdo a ese Arlequín, un tipo pintón, barba, flaco, alto. Era raro no deseaba a ninguna de mis nenas, sólo hablar con vos. Te esperaba cada noche, solo, con su whisky, fumando y fumando.
- Fue extraño, sí. Verlo ahí, muerto. Un tiro a traición en el pecho según los forenses. No había signos de que se hubiese defendido, insisto, fue traicionado, asesinado y el lugar revuelto por más de un hombre según los canas que estaban laburando la escena. ¿Entendés el quilombo que es esto? – Ángela sólo atina a asentir mientras le quita el cigarrillo acabado de entre los dedos a Francisco que parece poseído y lo apaga en un cenicero que se encuentra en la mesa de luz.- Encima el primer muerto, ese tal Alberto está relacionado con un caso en el que trabajé hace veintidós años y no había podido resolver. No sé si te acordás, unos militares asesinados por un hombre que dejaba unas balas grabadas con tribales. Crearon una mentira para taparlo y de paso justificar el asesinato de montoneros que habían chupado. Ese hombre se suicidó, por decirlo de algún modo, con una de esas balas y se declaró culpable, orgulloso, de los crímenes, lo que me parece una gran estupidez. También encontramos una foto de él besando a un pibe que gracias a papeles que tenía Arlequín sobre el grupo de sicarios pudimos relacionar con ese tal Esteban, rubio, flaco, alto. Mirá, la foto está en el bolsillo del saco.
- Insisto, cuántas emociones, gordito... a ver...- se ríe sin querer parecer burlona, sus pechos tiemblan cuando estira la mano para tomar la foto del bolsillo, la estudia sin reconocer a nadie, la vuelve a guardar en su lugar.- Ni idea quién es, mi cabaret no satisface a homosexuales. Y ese Arlequín, Raúl, era parco, como dijiste, un poco nervioso, pero conmigo fue bien macho. Nos acostamos una vez y fue tan intenso.
- ¡Cómo, te acostaste con él!
- Bonito,- se vuelve a acomodar en el pecho gordo- no vivo de tu protección. La plata me la gano aún con mi cuerpo.
-Perdón, linda. – Saca otro cigarrillo de su mesa de luz, en silencio y concentrado, mirando la pared, lo enciende, mientras que siente el cuerpo semidesnudo de ella y su mano que baja hacia sus genitales.- La noche de hoy fue demasiado, así que no vendría más un poco más. Disculpa si te aburrí necesitaba vomitar todo. Sé que no tiene sentido la narración de los hechos, ni su escritura, pero era necesario el exorcismo. Hay una locura de piezas sospechosas que se juntan y... acá estoy, con vos, tu cuerpo, sin creer en nada...sólo en tu cuerpo... vamos por otro...que mañana arranco temprano...
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