Presentación
La primera vez que me encontré con él, fue en el decimosexto viaje que hice entre mundos. Apenas tenía siete años y ya cumplía la complicada función que me había encargado el universo. Una mierda de trabajo que me duraría toda la vida, guardián del tiempo y la paz.
Suena genial, y la verdad, es que me sentía muy orgulloso de aquello, la mayoria de las veces cuando no me aburría, claro. Era un cargo importante y con mucho poder, pero también responsabilidad. A mis cinco años fui capaz de parar una guerra por un estúpido malentendido, y a los siete salvé a un país de una catástrofe natural. Esto lo tuve que revivir incontables veces antes de hacer las cosas bien y salvarlos, pero el resultado valía la pena y era satisfactorio. Mis méritos alegraban a los superiores de arriba, que vigilaban mis constantes hazañas.
Volviendo al tema principal, mi gran problema.
A los siete años llegué a un poblado que necesitaba de mí. Era todo muy anticuado y medieval, pero con el apoyo de la magia lo hacía de cierto modo encantador. Seguí a mi instinto y me adentré en el bosque que rodeaba el poblado. Cuanto más avanzaba, más complicado se volvía el sendero, lleno de ramas que me pinchaban, y piedras que me costaba esquivar con mi torpeza infantil. Cansado, continúe el camino. Las profundidades del bosque me infundieron algo de temor, los rayos del sol no podían traspasar las frondosas copas de los altos robles, y los ruidos de los animales moviéndose al percatarse de mi presencia no ayudaban.
Ignoré como pude aquello, y armándome de valor me centré en no dejar de mover mis piernas. Al final llegué a un claro, donde un enorme rosal con rosas blancas casi tan grandes como yo parecían esconder algo. Mi objetivo estaba allí, lo sentía. Me acerqué, intentando ver que era sin pincharme con las espinas, pero desgraciadamente mis intentos fueron en vano.
Bufé lleno de impotencia.
Con mis manos desnudas, aparté con brusquedad las flores y las hojas. Cada vez que quitaba de mi camino una rosa, otra se interponía rápidamente como si tuviera vida propia. Grité frustrado, y sin importarme el dolor de mis manos ensangrentadas, me abrí camino. Y lo encontré.
Un pequeño niño durmiendo, desnudo, acunado por las rosas y protegido también por estas. Sus rizos verdes parecían fusionarse con los tallos, y de su blanca piel podías ver pequeñas pecas que parecían manchas de tierra. Era hermoso.
Dudoso, me acerqué a él. Pero en cuanto estuve a unos centímetros de tocarle, retiré la mano. No quería manchar con mi sangre a aquel ser tan puro. Segundos después, sus grandes ojos como esmeraldas se abrieron somnolientos. No supe dónde meterme, sintiéndome de repente un total intruso en la guarida de aquel extraño niño. No me dijo nada, tan solo se incorporó y frotó sus ojos cansados. Me observó con curiosidad, y luego sin esperármelo me sonrío. Una sonrisa tan cálida y brillante que todo en mí se derritió por continuar observándolo con atención unos minutos más. Pero en mi interior algo se agitaba nervioso. Le cogí de la mano sin pararme a ver su reacción, y lo arrastré sacándolo de aquel lugar.
Una vez a las afueras del pueblo, le solté la mano y me volteé a verlo. Su tierna mirada observaba con detención todo a su alrededor. Le señalé el camino que llevaba al pueblo, mi trabajo esta vez era sencillo, ya había acabado. Ladeó su cabeza sin entenderme. Exasperado, lo empujé y le volví a señalar a donde tenía que ir. Inseguro, me enseñó una cara llena de preocupación. Chasqueé la lengua molesto, cosa que hizo que sollozara al instante. Empezó a andar a paso lento. Alejándose de mí.
Aquellos ojos verdes y esa dulce sonrisa que me dedicó quedaron grabados en mi memoria. Por primera vez, deseé algo solo para mí, quería volver a reunirme con aquel niño. En mi inocencia, anhelaba una amistad, una en la que esa cara pudiera mostrarme todas sus expresiones.
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Persiguiendo estrellas --KatsuDeku--
FanfictionUn joven destinado a vagar por todo tipo de mundos en solitario. Siempre con la obligación de salvar a los demás, siendo el mayor héroe de todos. Pero todo cambia cuándo se encuentra en sus travesias siempre la misma alma, una y otra vez, obligándol...