Capítulo IV

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Segundo mundo

La luz me envolvió. Todo desapareció.

Estaba en mi hogar, en mi lejano y solitario hogar.

...

Un mes. Ochenta y tres años. Poco más de tres semanas para mí, casi cien años para él. Joder.

Desde que me fui, a pesar de estar bastante ocupado con nuevos objetivos, no podía quitármelo de la cabeza. Me convencía a mí mismo que había sido una estúpida coincidencia, que jamás nos volveríamos a encontrar. Simplemente, era el destino burlándose de mí y haciéndome creer cosas imposibles.

Observé mis manos, y recordé la suavidad de su pelo al revolvérselo cuando me molestaba. Supongo que sí que lo echaría de menos... solo un poco.

Me levanté, tenía una misión. Agradecido por poder despejar la mente de aquel mocoso, me dejé tragar por la luz.

Abrí los ojos, y delante tenía una verja. Al otro lado, se podía ver perfectamente un enorme jardín verde, que a pesar del clima frío y el fuerte viento, transmitía vida, decorado con diversas cosas para el entretenimiento de los niños; columpios, balancines, toboganes, casitas... y en el fondo, una residencia de estilo rústico que desbordaba un sentimiento cálido. Di unos cuantos pasos hacia atrás para leer el cartel que había encima de la verja, "Orfanato U.A.", ¿qué mierda de nombre era aquel?

De la casa salió una mujer mayor de pelo gris, con ojos pequeños y acompañados de una tierna sonrisa.

-Tú debes ser el chico de prácticas, ¿verdad? –asentí instintivamente. Aprovecharía aquella confusión para acercarme a aquel lugar-, me dijeron que llegarías la semana que viene, pero veo que tienes ganas de empezar –me abrió la puerta.

-Encantado de conocerla –me presente dando un nombre falso.

-Igualmente, soy la directora de este orfanato, mi nombre es Shuzenji Chiyo, pero los niños siempre me andan llamando Recovery Girl, ya que también soy la enfermera –se río-, a pesar de ser una anciana... ellos me vuelven atrás en el tiempo.

Mientras paseábamos y me enseñaba todo el establecimiento, me explicaba sobre ella y como fundó aquel lugar. Una mujer amable que no intentó sonsacarme información al ver que era de pocas palabras.

Llegamos a una habitación con una gran puerta, se escuchaban risas y gritos.

-Aquí es donde los niños pasan la mayor parte del tiempo, todos son muy buenos, pero con un duro pasado, espero que te lleves bien con ellos –abrió la puerta. La luz cegadora de los enormes ventanales me impidió ver al principio aquel paraíso para cualquier niño. Lleno de juguetes y compañeros para jugar corriendo sin parar.

-Cómo puedes ver, tienen mucha energía –tengo que admitir que en un primer momento estaba algo preocupado, ¿debería sentir lástima por aquellos niños? ¿tratarlos con pena? Pero con aquella imagen, me dejó en claro que no les hacía ni una pizca de falta mi compasión. Ellos eran fuertes y llenos de esperanza. Increíbles. Fue la primera vez que admiré a alguien.

Un estirón en mi pantalón me hizo bajar la mirada. Y lo que veía no podía ser verdad.

-Oh, vaya, has despertado el interés de nuestro miembro más tímido –acogió al pequeño alzándolo-, este es Izuku, ¿por qué no saludas al joven? –el niño estiró los brazos hacía mi-, parece que prefiere ir contigo –lo sujeté entre mis brazos, todavía sin saber muy bien por qué estaba pasando de nuevo.

Sus rizos verdes. La mirada esmeralda. Las pecas esparcidas sin cuidado alguno por su cara.

Era él.

Persiguiendo estrellas --KatsuDeku--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora