Abrí mis ojos suavemente, él olor varonil invadió mis fosas nasales y mi boca se amplio de oreja a oreja. Giré mi cabeza a un costado, Paulo dormía tranquilamente de costado.
Sus pestañas castañas claro tocaban la parte de sus ojeras y su boca estaba entreabierta.
Con cuidado me levante de la cama, corrí silenciosamente al baño. Hice lo que hacía todas las mañanas, lave mi cara, cepille mis dientes y mi pelo. Ahogué un chillido cuándo vi un moretón en la parte derecha de mi clavícula.
¿Como se suponía que iba a esconder esta cosa?
–Nena
Voltee mi cuerpo hacia la puerta, Paulo sin remera y con cara de dormido me sonreía desde allí.
–Buenos días –caminó a mí.
Su pecho se apoyó en mi espalda, besó mi mandíbula y luego abrazó mi vientre.
–Y que buenos días –reí mientras dejaba caer mi cabeza en su hombro –¿Como cubro eso?
–Uh ¿lo hice yo?
–No, lo hizo mi novio él monstruoso.
Cerré mis ojos velozmente y mordí mi labio.
¿Nunca vas a cerrar esa boquita con la que decís tantas boludeces, Virginia?
–Mmm... novio, suena bien.
Escape de él antes de que dijiera otra cosa.
Abrí él ropero y busqué algo que me tapara él cuello.
–¿Ves? ¡Te escapas todo él tiempo!
–Paulo, no me estoy escapando –dije con tranquilidad –Estoy buscando ropa.
–Tenés excusas para todo –habló irónico.
–¡Que no me estoy escapando, nomas me pusiste incómoda!
–¿Te puse incómoda? –asentí ligeramente –Anoche no decías lo mismo.
Rodé los ojos y solté un suspiro.
Él silencio inundó mi dormitorio, nos vestimos cada uno por su lado y cuándo tocó bajar, nos miramos.
–Siempre la cago –habló él cordobés –Pero te quiero y lo qué no quiero es perderte.
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