Capítulo 8: "Te amo, recuerda, eso nadie puede quitártelo."

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[...] Madrugada. (Prisiones - Centro Unificado, Feéra).

Después de todo aquello de la promesa, Magnus empezó a explicarle a Jonathan lo que le habían informado sobre el día de la boda. Al parecer la fecha escogida era el equinoccio de marzo, que caía el veinte este año. No estaba seguro de en cuánto tiempo sería, pues él sentía que ya había pasado mucho más de un mes, y su incursión había sido el siete del mes.

"Una última cosa," agregó el brujo antes de dejarle partir. "El hada que pretenden casar con Alexander, no es una mala persona en lo absoluto. Simplemente no hay mucho que pueda hacer por sí mismo, tenlo en cuenta."

Luego de asentir, el cazador le deslizó una cuchilla de hierro que tenía guardada, y prosiguió a retirarse del reino, otra vez de manera muy sencilla, casi demasiado. En su camino por el Central Park, no pudo evitar ver a una joven que se le hizo muy familiar con aquellos ojos turquesas y su cabello naranja. La reconocía de la salida en Croacia, y su ayuda para contactar con la Reina Seelie, era Enel.

Antes de poder buscar otro camino la seelie se le acercó. Jonathan trató de esbozar una sonrisa que ya antes le había sacado de varios problemas. "¿Cómo estás?"

"Ahora mucho mejor."

"Me alegro," de esta manera, el rubio continuaba su camino, sin esperar que le hiciera una zancadilla. Con sus ávidos reflejos evitó caerse, pero sí se giró hacia ella. "¿Pasa algo?"

"La reina estaría encantada de verte nuevamente."

"No comparto ese sentimiento."

Ella hizo una mueca. "Es una pena."

Y así le lanzó una patada al cuello. Jonathan trató de tomar su pantorrilla para fracturarla, pero ella fue más veloz y retiró su pierna. Intentó otra patada a su costado, que le hizo retroceder, pues esperaba un golpe de puños. Jonathan maldijo solamente haber tenido una daga de hierro –la que le entregó a Magnus- mientras sacó una cuchilla serafín de su cinturón de armas y susurró 'Haniel', prosiguiendo a clavarla en su clavícula.

Y ella, fuera de retorcerse en dolor, le tiró un gancho izquierdo. Jonathan volvió a retroceder por ese golpe, definitivamente no era la reacción usual. La piel bronceada de la joven donde estaba incrustada la espada no sangraba y ella prosiguió a seguir combatiendo sin incomodidad alguna. Después de más intercambios de golpes, el rubio la miró anonadado, se veía completamente sana, cuando estaba seguro que al menos un rasguño debía haberle hecho. Entonces algo tras ella le llamó la atención, se trataba de un árbol de nogal en muy mal estado, cuya salvia brotaba como si estuviera sangrando. Recordó repentinamente que cuando él solía estar unido a Jace algo así sucedía con sus heridas, que se reflejaban en él y Jace viceversa. Miró la marca de una hoja que ella tenía grabada en la piel de su frente y no lo dudó más, cogió una flecha –que ni él sabía qué hacía en su cinturón- y la lanzó hacia el centro del árbol. Enel se encogió de dolor y comenzó a sangrar de algún punto en su abdomen. Jonathan aprovechó esto para tomar su estela e ir hacia el árbol, dibujando en su corteza la runa para quemar. No necesito girarse, pues los gritos de Enel eran suficientemente horribles para saber que estaba siendo quemada viva.

Como ya había perdido mucho tiempo, Jonathan, al asegurarse de que no hubiera testigo alguno, corrió en dirección al Instituto de Nueva York. Entró fácilmente por su sangre nefilim, pero ya dentro no estaba seguro de dónde encontraría al resto. Buscó en la sala y la cocina, luego subió al segundo piso, donde de un ala escuchó unas voces que provenían de la que recordaba era la biblioteca. No esperaba una bienvenida cálida, pero tampoco tener que esquivar una cuchilla lanzada por la Cónsul. Y si bien no quería ganarse más odio, tampoco quería perder más tiempo, así que la inmovilizó de manera sencilla. Restringió el movimiento de sus brazos, luego colocó una espada a su cuello.

Al Menos Una LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora