Otabek había salido a trabajar hacia un par de horas.
Lo que significaba que el omega se quedo solo y les tendría que dar de comer a sus niños.
Yuri solo miraba a Albek, suspirando, este estaba prendido por su pecho sorbiendo la leche materna del rubio.
Había preguntado al doctor sobre eso.
–Es normal– respondió el doctor–. Buscarán la leche como una forma de apego, yo recomiendo que la vaya retirando poco a poco.
Como si fuera fácil dejar a sus niños con lagrimitas cada vez que se negaba a darles el pecho. Lo había intentado cuando tenían seis meses y lo hacía cada mes.
¡Era absolutamente imposible!
Yulia se encontraba jungando con sus cubos de colores en el suelo, ella había dejado el pecho hace poco y ya no era tan molesta con eso. Con los cubos parecía estar construyendo un gran castillo.
–¿Qué haces amor?– le pregunto el rubio bajando a su niño y guardado su pecho.
–Casa– dijo la niña sonriendo.
Dios, las voces de sus niños eran lo más melodioso y hermoso del mundo. Apenas hablaban, pero cuando lo hacían ponían una sonrisa en los rostros de sus padres.
–Esta muy bonita amor, y ¿Quién vive ahí?– dijo el rubio sentándose en el suelo con sus cachorros.
–Al, Al va a vivir con Papi y Mami acá.
Yuri soltó una risa melodiosa acariciando la cabeza de su cachorra, a ella aún no le salía el nombre de su hermano, así que con Beka habían decidido llamar al pequeño por un apodo fácil de pronunciar para su hermanita.
–Y Yulia dónde va a vivir...vivir?– pregunto el pequeño abrazando a su mamá por el brazo.
–Yo voy aquí– dijo la pequeña en una torre que sobresalía de su casa de cubos–. Así puedo ver si vienen los abus Vitya y Yuuri chan.
El pequeño sonrió y miró a su mamá, el omega solo acarició el cabello de su niño.
–Bueno, es hora de comer peques, qué quieren.
Ambos cachorros compartieron una mirada cómplice antes de lanzarse a los brazos de su mamá.
–¡TETE!– dijeron al mismo tiempo ambos pequeños abrazando a su madre
Yuri suspiro y sentó a ambos niños es sus sillitas altas, saco de la heladera unos biberones con suplementos de leche y los calentó un poco.
–Cuando está papá si comen su comidita.
–Es que papi cocina rico– dijo el menor con todo su sinceridad de niño.
Un poco del ego y orgullo de Yuri se perdió en ese momento, pero no lo demostró. Solo acarició las caritas de sus niños.
Luego de que comieran los niños empezaron a bostezar, el rubio los acosto y arropó. Luego les contó una historia de un tigre ruso y los dejo dormir.
Cuando Otabek llegó el rubio se lanzó a golpearlo, el mayor solo lo dejo hasta que se cansó y entonces lo llevo a la sala para charlar.
–Ahora dime qué te pasa Yura.
El menor miraba hacia todos lados para evitar la mirada de su alfa, un poco luego se le acercó y le susurró:
–Enséñame a cocinar.
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2
3...
–!¿Eh?¡
–No grites, los niños duermen.
–Lo siento– dijo el azabache bajando su voz–. Es que nunca quisiste cocinar, que pasó.
–Es que, ahora quiero y ya está.
El menor estaba sonrojado y mantenía sus brazos cruzados en su pecho, soltó un bufido molesto y luego hizo un tierno puchero.
–Ya, enserio gatito ¿Qué pasó?
Yuri soltó un suspiro, se tiro a los suaves y fuertes brazos de su esposo acurrucandose en su pecho de alfa machote.
–Es solo que hoy los niños no quisieron comer, solo tomaron su biberón. Y cuando pregunte porque, bueno, Albek me dijo que tú cocinas mejor que yo y por eso prefieren tomar mi leche que comer mi comida. Y eso me hace pensar en que cuando dejen el pecho ya no me necesitaran.
Beka solo le acariciaba el cabello esperando no reírse, cuando sintió a su omega tranquilizarse hablo con suavidad.
–Bueno ahora escucha– dijo sentando a su rubio en sus piernas para que lo mire a sus ojos–. Ellos te van a necesitar siempre, solo porque no les des de comer algo tuyo no significa que ya no te necesiten. Además aceptalo gatito, tu no eres un omega de cocina y los sabes.
–Lo sé, lo sé– dijo colgando sus brazos en el cuello del kazajo–. Pero aún así me hace sentir mal.
–Ya cariño.
Beka lo abrazo y lo alzó, llevándole hasta su lecho. Cuando lo acostó le dio besitos hasta que se durmió.
...
Al otro día durante el almuerzo, el rubio no les pregunto a sus niños que querían, solo les sirvió un poco de puré y carne picada. Ellos comieron sin quejarse y después de que el rubio los bajará fueron corriendo con sus pequeños pasitos de un año hasta su papá que estaba descansando en el sofá.
–Papi– dijo el menor estirando suavemente de la camisa de su papá.
–¿Qué pasa dulzuras?
–Ñam Ñam.
Otabek sintió su corazón estallar y volver a formarse en su pecho por lo tierno que era su cachorrito, lo alzó y luego lo llevo a la cocina mientras su niña los seguía.
–Mami cocino hoy dulzuras, ¿Qué se dice?.
La pequeña corrió a abrazar a su mamá por las piernas sonriendole.
–Ñam Ñam– dijo la pequeña y soltó una risita.
El ruso sintió su corazón estremecer y pensó que iba a llorar, tomo a su cachorra en brazos y la acercó a su papá fundiéndose en un abrazo familiar. Yuri nunca pensó que algo tan simple como la carita de sus niños satisfechos lo fuera a hacer llorar. Sin duda eso de ser madre le pegó fuerte.
–Ahora quiero tete– dijo el menor sonriendo, mientras su hermanita asentía bruscamente aprobando su idea.
–No lo creo peques, ya saben lo que dijo el doctor. Les daré tete a la hora de la merienda ¿Si?
Los pequeños lucharon un poco más, pero se rindieron cuando y su papá les pregunto si no querían cantar algo en su estudio de grabación.
Sin duda ese hombre tenía una gran habilidad para cambiar de tema.
Se pasaron toda la tarde en el estudio del mayor, haciendo mezclas o tocando el teclado de Yuri. Solo hacían ruido, pero para los mayores esos ruidos eran la mejor melodía del mundo.
Porque era su melodía.
La melodía de su familia.
Una mezcla de ruidos de bocina y un teclado azotado por las manos de dos niños de casi dos años.
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Diario de la familia Altin-Plisetski
De TodoMuchas historias terminan con un bebé, la muestra más grande del amor que se tiene la pareja. Sin embargo la experiencia de ser padres por primera vez no se cuenta ni se muestra como es, se deja de lado como si lo más importante ya hubiera terminado...