Capítulo 2: El ángel enmascarado. Yuri.

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Pensativo, con la mirada perdida, Yuri estaba en la guarida, apoyado con los codos en el alfeizar de la ventana mientras repiqueteaba con sus dedos la madera envejecida. Las viejas cortinas blancas y repletas de manchas volaban a merced de una ligera brisa. El joven no tenía camisa ya que estaba acalorado, además, le gustaba mirarse el torso y constatar a diario que esa marca deshonrosa se había esfumado para siempre. Ya ni aquellas pesadillas lo atormentaban por las noches.

Procuraba no pensar en la misión, pero la ansiedad lo dominaba. No podía esperar. Deseaba que la primera luna apareciera en el mapa cuanto antes. No obstante, para su desesperación, el pergamino, parecía no querer despertar todavía.

Por fortuna, tenían a Dimitri con ellos. Yuri estaba seguro de que el líder alfa no permitiría que la misión fracasase. Era fuerte y tremendamente sabio. Yuri se consideraba solo uno más, llegado el caso, debería sacrificar su vida con tal de que Dimitri continuara con la misión. Y el joven lobo estaba dispuesto a darlo todo. De eso no tenía dudas. Todo fuera para salvar a su familia, a su manada y a su amada. Para eso habían venido a América y no regresarían derrotados.

<<Di>>, pensó, cerró los ojos del color del cielo, suspiró con nostalgia y frotó su entrepierna con la palma de la mano por encima del cierre de sus jeans. Sin embargo, no pudo avanzar más que eso, sabía que tenía a David sentado a la mesa, acariciando al gato Sam mientras vigilaba el cofre. A cada instante, esperanzado, el lobo inglés se levantaba y abría la tapa para revisar el pergamino amarillento. Sabían que la próxima misión aparecería por la noche, cuando cambiase la fase lunar actual, nueva, y pasase a cuarto creciente. Sin embargo, David tampoco podía de la ansiedad.

―¿Cómo crees que será? ―preguntó el de los brazos tatuados.

―¿Ah? Difícil, eso sí. Mucho más de lo que pasamos hasta ahora, pero lo lograremos, ¿vale? ―respondió Yuri, lo miró y sonrió con optimismo.

De pronto, la puerta se abrió y entraron Gastón y Dimitri. Ambos mostraban un rostro serio. El lobo francés tenía la nariz sangrando.

―Nos estaban esperando ―anunció Dimitri, furioso, y se dejó caer pesadamente sobre una silla.

―No pudimos traer la comida. Nos vigilan ―agregó Gastón, todavía nervioso y asustado, y le dio un puñetazo a la pared.

Yuri y David abrieron la boca preocupados.

―Saben que estamos aquí por algo y nos están intentando cazar. De ahora en más, tendremos que tener cuidado. Buscaremos otra fuente de alimento. Ese frigorífico está descarrrtado. Nuestra ventaja es que todavía no conocen nuestro plan ―explicó Dimitri sin darse por vencido.

―¡Malditos pajarracos! ―graznó Yuri, con el puño apretado, rojo como un tomate. Odiaba tanto a sus enemigos, pero también, tenía bastante hambre.

Más tarde, ya de noche, luego de beber su odiosa y dolorosa cuota de poción, Yuri deambulaba por el centro de la ciudad en el autobús 178. No viajaba mucha gente en el vehículo, cuyo motor tronaba como si fuese a explotar. Llevaba un gorro visera negro casi hasta los ojos. Tenía decisión en la mirada. Debía proveerles de comida a sus compañeros. No podía permitir que el líder alfa se pusiera en peligro para alimentarlos. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Así que se dirigió a una sucursal del mercado Superwest. Sabía que ahora conseguir suministros sería peligroso. Los pajarracos no dudarían en masacrarlo si lo atrapaban. No era un juego. Su vida estaría en juego. No obstante, a pesar de esto, respiró fuerte por la nariz y decidió que correría el riesgo por su manada.

Entonces, recibió un mensaje. Sabía que era de su amiga humana. No pudo evitar sonreír como si la tuviera en frente. Era inútil negarlo, le hacía muy bien esa amistad y no veía la hora de que se encontraran otra vez. Pero habían quedado en que ella le avisaría si tenía alguna pista nueva de su madre o si estaba en peligro alguno. No es que Yuri quisiera que alguien la atacara, pero le gustaría muchísimo verla pronto. Por más que se habían reunido hacía poco, se le hacía una eternidad.

Fuego, plumas y luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora