Capítulo 4: El ángel enmascarado. Ryan.

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El demonio caminaba a paso lento, las manos en los bolsillos y la mirada atenta a su alrededor. Estaba atardeciendo y, allá a lo lejos, los reflejos dorados del sol quemaban las agua turbias del puerto de Ciudad Pacífico.

Ya había agregado las dos primeras sangres a la vasija. Ahora, con mucha ansiedad, debía ir por la tercera: la de una sirena. Ya faltaba poco para convertirse en un Uganor. Por fortuna y su alivio, se sentía mucho más fuerte ahora, la adicción al SED había quedado en el pasado definitivamente. Ya no representaban tentación alguna.

Recordó que al día siguiente de la batalla contra la bruja y luego de reconciliare con Caro, se había puesto en campaña con el siguiente paso de su venganza. Así que ni bien vio que amanecía y les rezó al Ángel Caído y al Profeta Denis, realizó el ritual con preciadas gotas de su sangre y consultó con la enciclopedia diabólica. Necesitaba información acerca de las sirenas. El libro respondió y le dio datos sobre la historia, poderes y qué tan peligrosas eran estas mujeres mitos. Así que debía tener cuidado, no podía subestimarlas. Serían más difíciles de vencer que las brujas y las harpías. Además, le convendría recolectar toda la información posible de las sirenas de la isla frente a las costas de Ciudad Pacífico. Por esto, también buscó información sobre la Isla de los lamentos en un cibercafé cercano. Allí, tras una hora de hacer clics, sin importarle el barullo de unos adolescentes, descubrió que el lugar se llamaba así porque mucho tiempo atrás hubo una cárcel de mujeres. Y la gente en la ciudad aseguraba que por las noches, podían oír los lamentos de esas mujeres pidiendo por sus hijos. También el demonio vio algunas fotografías del lugar: la cárcel abandonada era como un gigante dormido de piedra y barrotes de metal. Todo estaba oscuro allí. Nadie se atrevía a pisar aquel lugar. Ningún barco se acercaba a sus costas, incluso estaban prohibidos los viajes en helicóptero a la isla luego de varios accidentes aéreos. Todos los pacificeños coincidían en que el lugar estaba maldito y era prudente mantenerse lejos. Incluso, ignorar esa isla.

<<Mejor que no haya testigos. Será solo entre ellas y yo>>, decidió conforme.

Por eso ahora se dirigía al puerto. Tenía su mochila cargada con el recipiente para guardar la sangre de la sirena. Planeaba hacerse con ese fluido y esa misma noche, completar otro paso más de su ritual. Por más que eran enemigos de temer, no podía perder más tiempo. Llegaría a la isla, se convertiría y las combatiría en las cuevas donde moraban. No sería tan insensato de intentar atrapar a alguna de ellas en el agua.

Dobló una esquina y con impaciencia, esperó a que los automóviles le dejaran el paso. A su derecha, había un cartel que promocionaba un documental acerca del peligro de extinción de los tigres. A Ryan poco le interesó el tema, pero no pudo evitar fijarse en las garras del animal y tragó saliva con culpa. Entonces, vio que al fin el semáforo lo dejó cruzar la calle y otra vez, se concentró en su misión.

Al fin, llegó a la zona del puerto. Frunció el ceño con decisión y traspuso un puente de piedra, apenas iluminado ya que muchos faroles estaban rotos. En ese instante, el demonio dio un respingo y, asqueado, trató de regular su olfato ante el hedor en aquel sitio. Vio muchos pescadores en el muelle de piedra y madera envejecida: Hombre de barba y atuendos harapientos. Destacaba un monumental barco, el cual estaba descargando su mercancía atrapada en enormes redes. Algunos peces, de vivos colores plateados y dorados, todavía se debatían infructuosamente por librarse de su prisión.

<<Un bote pequeño>>, se recordó el demonio. Le convenía pasar desapercibido. Incluso, debía optar por usar remos. No quería alertar a sus nuevas enemigas con el rugido de un motor.

Por esto, sumido en las sombras, concentrado, decidido, se alejó del barco y buscó en el muelle. Pasó junto a un grupo de pescadores que bebían cerveza junto a un bote. Decidió seguir adelante. No tenía nada en contra de los humanos, había tantas cosas de su cultura que le gustaba tanto; pero los lastimaría si era necesario, su misión era lo importante, los demás, no tenía importancia. Sin embargo, no quería llamar la atención y que sus enemigos alados pudiesen aparecer para entorpecer su cometido.

<<Esas palomas de mierda>>, pensó con animadversión.

Al fin, el mito de cabellos castaños y ojos color café, encontró una víctima. Era un anciano que acababa de amarrar su bote y se adentraba en una casilla de madera para dejar un bolso. De inmediato, caminando con tiento, Ryan se acercó y trabó la puerta con una barra de metal. Sin hacer caso a los golpes del hombre en la puerta, el demonio quitó las amarras del bote, se subió y tomó los remos con firmeza. Al principio le costó, es que jamás había remado en su vida, por esto gruñó molesto; pero pronto pudo ganar velocidad gracias a sus brazos macizos como el acero.

A la media hora, dejó el muelle atrás y, con fuertes brazadas, se fue acercando a la Isla de los lamentos. Algo nervioso ante lo desconocido, aguzó su vista infrarroja diabólica, y ya pudo divisar las torres y las ventanas oscuras, como ojos ciegos, de la antigua cárcel, la cual se asemejaba a un castillo medieval.

<<Solo una y me largo de aquí>>, se prometió.

De pronto, tras un sobresalto, oyó el canto de varias sirenas, de voz melosa como un coro de niños. Soltó lo remos, cerró los ojos y gritó de dolor mientras se tapaba los oídos. Era como si alguien serruchara su cabeza. Y esas voces le insistían que la única forma de calmar ese dolor, era arrojarse al agua.

―¡No! ―exclamó.

Sin embargo, el demonio se levantó y, sin dejar de gemir, sorprendido de su propio accionar, estuvo a punto de lanzarse. Quería resistirse. En ese momento, con verdadero temor, pudo ver a dos mujeres de cabelleras que chorreaban, asomar sus cabezas en las aguas oscuras como alquitrán.

<<Caro... prometí salir con ella>>, se recordó. Así que gruñó del esfuerzo, volvió a sentarse, tomó los remos y, desesperado por salvar su vida, todo lo veloz que pudo, empezó a alejarse de la isla. El canto seguía taladrando su mente. Le ordenaban precipitarse al agua. Allí sería feliz y el dolor cesaría. No obstante, se resistía con todas sus fuerzas.

<<¡Malditas!>>, pensó dolorido y desesperado.

Continuó remando. Sudaba y le costaba respirar, el dolor y la tentación de volver con las sirenas era demasiado fuerte. Ya casi no tenía energías. Pero al fin, para su alivio, el canto se acabó. De todas formar, siguió alejándose y no se detuvo a descansar hasta que dejó el bote junto a la orilla, bajó de un salto, trastabilló y cayó al suelo. Se quedó allí, mientras procuraba recuperar el aire y contemplaba las estrellas. Había estado muy cerca de morir, su corazón todavía galopaba a toda carrera. Había subestimado a esos seres. Se había apresurado y casi pagó con su vida tal osadía. Debía tener cuidado y elaborar un plan. Sobre todo, descubrir la forma de evitar ese hechizo de las sirenas.

Al rato, ya estaba de regreso a su departamento. Entró por la puerta principal, y al cruzar el pasillo, aminoró el paso. Aguzó su olfato pero no encontró todavía rastros de su Vecina de las preguntas. Sonrió ante su impaciencia. Ya se verían al día siguiente.

<<Menos mal que le fue bien con su entrevista>>, pensó.

Ingresó a su hogar, cerró con llave y, ávido, tomó la enciclopedia demoníaca que tenía bajo su cama. Realizó el ritual y preguntó al profeta Denis cómo evitar caer en el hechizo del canto de las sirenas. Esta vez, la respuesta se tardó más de la cuenta. Las páginas continuaban vacías. Ryan comenzó a impacientarse.

<<¿Pero qué mierda sucede?>>, maldijo.

Al fin, obtuvo una respuesta, aunque no era lo que esperaba:

"Las sirenas entonan su canto cada vez que un mito se acerca peligrosamente a sus dominios. La única forma de evitar caer en sus redes la conocen los centauros. Solo ellos tienen la clave para vencer esa atracción mortal."

Ryan suspiró decepcionado y a poco estuvo de darle una patada al libro sagrado. Se contuvo, se tiró en la cama, y con los brazos abiertos, miró el techo.

<<Que tonto fui al pensar que sería fácil>>, se dijo. Ahora solo le quedaba resignarse. Su misión había tomado otro camino: debía hallar un centauro.

Entonces, con una sonrisa sin dientes, se acordó que a la noche siguiente tenía la cita con Carolina quien había prometido llevarlo a comer unas pizzas deliciosas. Ahora alegre, entusiasmado, decidió que soportaría comer comida de humanos con tal de pasar una velada con su vecina. Por suerte, todo estaba yendo bien encaminado.

<<Mi preguntona... me gusta mucho>>, suspiró, pero aunque no quería reconocerlo, jamás se atrevería a decírselo con palabras.

Y, feliz y ansioso, decidió que debía acudirmucho mejor vestido para la segunda cita con Carolina.    

Fuego, plumas y luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora