Molestos por tener que esconderse, pero a la vez preocupados por sus enemigos, los lobos entraron a un viejo depósito tras romper los cristales polvorientos de una ventana superior. Estaba oscuro así que utilizaron sus vistas lobunas. El lugar estaba repleto de cajas, maniquíes en posiciones extrañas y retazos de tela por todas partes. El aire estaba viciado producto del encierro y hacía bastante calor, aparte de que apestaba.
―Este será nuestro escondite por el momento ―anunció Dimitri.
―Todo por culpa de los asquerosos pajarracos ―maldijo David.
No tenían otra opción. Debían huir. Los pajarracos sabían de su presencia en la ciudad y que se ocultaban bebiendo la poción. No tardarían en encontrarlos nuevamente.
―No se desmoralicen. Todo lo contrario. Estamos cerrrca de lograr nuestro objetivo, por eso es que nuestros enemigos están alerrrtas. Tú David y Yuri hagan un recorrido y busquen las vías de escape en caso de un ataque. Pero tengan cuidado, ya sabes Yuri que nuestra prioridad es que te mantengas a salvo. Mientras, Gastón y yo prepararemos la poción ―ordenó el búlgaro.
―Entendido, Líder Alfa ―contestaron los jóvenes al mismo tiempo.
Yuri no pudo evitar sentir un revoltijo en las tripas como siempre que bebía esa sustancia como ácido.
Faltaba poco para que sacrificasen el cordero dorado. Era su primera misión. De ello, dependía la supervivencia de nada menos que toda su raza.
Al rato, siempre alertas, Yuri y David estaban subiendo las escaleras. Las ratas huían despavoridas a su paso. Sam las persiguió pero no pudo atrapar ninguna. Yuri estaba de buen talante. Por suerte, las misiones con Carolina estaban yendo por buen camino. Y ellos, ya pronto tendrían la suya.
―Que inmundicia, menos mal que no podemos contagiarnos de las pestes humanas ―comentó David.
―Vale, pero nuestras pestes no son menos complicadas que las de ellos tampoco ―se lamentó Yuri.
―Claro, con la peste de los pajarracos tenemos suficiente. Pero hay muchas más. La peste del cielo. La gripe de Otelo. La gripe anaranjada.
―¿Ah? ¿La gripe de Otelo? ―preguntó Yuri desconcertado.
―Aunque no lo creas, eso existe. La trasmiten las pulgas y sólo nos afecta a nosotros. Los síntomas son fiebres y reacciones violentas e impulsivas. Sobre todo por celos. Por eso se llama así. No es broma. Tuve un amigo en Inglaterra que la padeció. Se ponía como un tomate y parecía explotar.
―Pero, ¿qué tan peligrosa puede ser? ―preguntó Yuri intrigado y, sin pensarlo, algo preocupado.
―Muy peligrosa si se propaga. Puede hacer que perdamos el control.
―Ya veo... bueno, busquemos de qué salidas disponemos en este maldito lugar ―pidió Yuri algo turbado por lo que David le habían contado.
―Nuestra nueva madriguera ―celebró el inglés en broma.
―Da, espero que por mucho tiempo ―sonrió Yuri. Ya tenía que reconocer que apreciaba mucho al centinela. Habían pasado por mucho en ese tiempo. Lo consideraba su amigo. Quizás pronto deberían organizar alguna competencia con Gastón.
Recordó un día en el bosque, en aquellos tiempos en que era joven y feliz en Los Pirineos. Era un grupo de cinco machos de diecisiete años. Yuri y Gastón estaban participando. Frente a cada uno, a un metro exacto de distancia, había un tocón con una cruz roja dibujada. Con los pantalones por los tobillos, resoplando, todos estaban jalando sus miembros con fiereza y furia. Falos blancos, negros, rosados, café con leche. El objetivo era llegar al tocón con el disparo de elixir lechoso. Los que perdieran, se ganarían una tremenda paliza por parte de los demás.
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Fuego, plumas y luna llena
WerewolfSOLO +18. Esta historia contiene escenas EXPLÍCITAS. Por otro lado, esta historia es la segunda parte y continuación de "Aullidos, flama y un corazón". Así que para no enterarse de un spoiler tras otro, sería mejor leer la historia anterior.