Capítulo 21: La niña encadenada en la torre. Yuri.

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Ya pasada la noche, luego de beber la poción, humeante y candente como siempre, y de rezarle al Rey Licaón; Yuri y los licántropos salieron de su nueva guarida por una de las ventanas. Por fortuna, sus enemigos alados todavía no habían descubierto ese escondite repleto de maniquíes mutilados. Sin embargo, estaban listos para mudarse ante cualquier emergencia. Decididos y concentrados, los cuatro escalaron al techo y, sendos saltos, se perdieron en las sobras.

Era momento de cumplir su primera misión. Debían ir al bosque señalado en el mapa y sacrificar la oveja dorada. Sabían que no sería tan sencillo, pero estaban listos para enfrentar cualquier peligro.

Con el semblante serio, Yuri sabía que no podía echarse atrás ahora que le había prometido al Líder Alfa intentar superar su miedo a los psilos.

<<Lo superaré>>, se juró con ira.

Robaron una camioneta vieja, de vidrios ennegrecidos y que apestaba a humo de cigarrillos. Incluso habían herramientas grasientas en la cajuela. De inmediato, con rostros serios, concentrados, emprendieron el camino hacia el bosque "Pino Viejo".

Durante el trayecto, para distenderse, mirando por la ventanilla, Yuri recordó la misión con Carolina en el edificio por la tarde. Había sido muy peligrosa. Sobre todo cuando aparecieron los ángeles del perdón. Él no podía convertirse de día y no hubiese soportado que algo le sucediera a su amiga humana. Por suerte, Gastón sirvió de fuente información y no sospechó de su repentino interés por esa torre. Hubiese sido más delicado encontrarse con eses seres por sorpresa.

<<¿Qué quieren con Caro? ¿Por qué la persiguen?>>, se preguntó sin comprender. Aún tenía algunas quemaduras en el cuello que todavía no habían sanado.

Sin embargo, él no la dejaría sola. La protegería.

<<Aunque parece que no soy el único macho en su vida>>, se dijo y automáticamente, sus orejas se pusieron rojas como lava ardiendo. Tuvo deseos de arrojarse del vehículo, correr de regreso a la ciudad, buscar a ese maldito que rondaba a Carolina y desgarrarle la garganta a mordiscos. De pronto, abrió los ojos claros sobresaltado y colmado de alarma.

<<¡La gripe de Otelo!>>, pensó espantado.

Al fin admitió que tenía ese mal. Era un enfermo de celos. Siempre lo fue, desde pequeño.

<<No puedo ceder a ella. Tengo una gran responsabilidad. Tengo que superarla>>, se apremió con desesperación. No podía sucumbir a sus celos. Menos ahora que estaba en juego la misión.

Entonces, comenzó a respirar profundo y pensar en Caro, sobre todo en los momentos divertidos de su amistad y también en los instantes en que estuvieron en serio peligro. Y de a poco, el ardor fue desapareciendo. Inspiró con normalidad y tragó saliva varias veces.

<<Como si tuviera poco en lo que preocuparme. Resulta que soy un celoso súper enfermo... pero lo superaré. Ahora que sé que lo tengo, empieza mi lucha>>, se dijo Yuri con decisión, y tuvo que volver de sus pensamientos por que el Líder Alfa estaba hablando. Nuevamente quería repasar el plan por vigésima vez.

El viaje duró unas horas. El motor rugía de forma ruidosa. Los carteles iban indicando cuantos kilómetros faltaban para llegar a aquel bosque. Al fin, un letrero les indicó que habían entrado en los territorios de "Pino Viejo". Yuri sintió un escalofrío al cruzar ese umbral. Sabía que debería enfrentar aquella herida. No pudo evitar tener miedo. Hasta temblaba. Es que era tanta la presión. No podía ni quería fallar. Sin embargo, tragó saliva y endureció el rostro con decisión.

Llegaron. David apagó el motor y las luces. El bosque se hizo más oscuro. El concierto de insectos era lo único que se oía entre los pinos. Se apearon de la camioneta.

―Nos separaremos. Este es el punto de encuentro. Recuerrrden el olor de las herramientas. Tú, Yuri, norrrte. Gastón, sur. David, este. Yo iré por el oeste.

―Entendido, líder Alfa.

Los cuatro tomaron diferentes caminos.

Yuri, quien tenía un cuchillo ancho colgando del cinturón, se adentró entre los árboles. Muy nervioso, aguzó sus sentidos, listo para defenderse. Fuera el mito que fuera, lo dudaría en acabarlo si se interponía en la misión. Incluso, le pareció percibir un dejo de hedor de demonio, "satánicos", como los llamaban los hombres lobo.

<<Los detesto a todos. Son traidores y malignos. Sobre todo a los pajarracos y a los dientes podridos>>, pensó con inquina.

Estuvo largo rato caminando entre la espesura de aquel bosque. Estaba atento a ver el resplandor del cordero dorado. Esperaba que sus amigos tuvieran mejor suerte.

<<Pero creo que terminaré encontrándolo yo...>>, pensó preocupado.

Llegó a un arroyo repleto de arbustos y agua negra y turbia. Con un salto, lo sortearía con facilidad. Entonces, al levantar la vista, vio una luminiscencia dorada que provenía de entre los árboles de la otra orilla. Por esto, comenzó a jadear ansioso y torturado por los nervios.

<<¡Por fin!>>, pensó exultante.

Se dispuso a dar un salto, pero entonces, le llegó el sonido que tanto temía: cientos de huesos castañeando entre los arbustos del otro lado del arroyo. Reculó, la boca y los ojos bien abiertos.

―No... ¡No! ―suplicó.

Retrocedió todavía más. Temblaba. Se tapó los oídos y cerró los párpados con fuerza. Quería llorar de la impotencia y el horror.

<<¡No! Todos dependen de mí. Mis seres queridos. Los amo a todos>>, pensó y entonces, gruñó furioso, tomó carrera, y corriendo a toda velocidad, con decisión, cruzó el arroyo de un gran salto.

Aterrizó con gracia. De inmediato, se preparó para combatir. No obstante, el ruido de los huesos había desaparecido. Con tremendo alivio, feliz, a Yuri le costó recobrar el aliento, su pecho bajaba y subía.

Entonces, vio la luminiscencia dorada frente a él. Sonrió. Trotó y se adentró en el bosque. A los pocos pasos, pudo ver al animal de vellones de oro. Estaba pastando. Yuri temió que fuera a huir o atacarlo con alguna magia. Sin embargo, el animal lo ignoró por completo.

<<¡Al fin!>>, quiso gritar.

Tomó el cuchillo, se acercó con pasos medidos y, con decisión, le dio una puñalada en el pescuezo. La sangre caliente brotó, pero era de oro en vez de roja. El animal quedó tumbado formando un manojo de lana dorada. Ahora debía volcar la sangre en el pergamino y esperar que se iluminara la segunda luna.

<<Dimos un paso más. Pronto liberaremos a nuestra raza de esos pajarracos inmundos. Con la espada derrotaremos al gran enemigo que profetizó el Rey Licaón>>, pensó y, esperanzado, alegre, miró al cielo estrellado intentando conectarse con su familia y Diana allá lejos en otro continente. No veía la hora de regresar y que la muchacha loba fuera su esposa.

Fuego, plumas y luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora