Capítulo 17: El asesino de la cruz. Cristal.

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Cristal estaba tirada en la cama. Tenía el rostro hundido en la almohada y un brazo caído fuera del colchón. Se sentía tan mal, deprimida, triste, desesperada. No creía poder llegar a ser una de las generales, porque para eso, tenía que vencer a alguno de los altos rangos en un combate. Era una pelea peligrosísima, nunca enfrentó a alguien tan poderoso. Así que no le quedaba otra que resignarse a ser una novicia. No tenía sentido intentarlo siquiera. Ella era tan poca cosa. Solo era la hija del rey, nada más. No tenía el temple, el poder, la fuerza, la autoridad; en fin, ninguna cualidad como para tener semejante rango. Rompió en llanto al comprender que no volvería a ver a su madre ni a su amada Lourdes.

<<¿Por qué, papá?>>, se preguntó dolorida.

Tampoco tenía sentido seguir intentando que su padre la quisiera. La odiaba. No cabían dudas. Sus palabras habían sido como puñales. Era una decepción para él, no era digna, y después de todo, no quería un padre que no la quisiera. Para qué intentarlo. Ya le había demostrado la verdad: quería deshacerse de ella y tener otro hijo, un hijo varón.

Más tarde, fue a encontrarse con Lourdes en su Fastburguer. Sabía que tenía un aspecto demacrado, pero trató de disimularlo. No sabía todavía cómo le explicaría a su pareja lo que le había ordenado su padre. Y además, todavía desconocía si ella seguiría enojada o no. Es que no sabría cómo pedirle perdón. Cómo abordar el tema. No quería seguir lastimándola, pero tampoco podía decirle que ella no era como Lourdes esperaba. Era distinta. No quería mentirle. Temía ese momento en que Lola comenzara a reclamarle lo sucedido.

<<Ojalá haya olvidado todo>>, imploró.

Había llegado más temprano, así que pidió un combo con un jugo de naranja y se sentó a esperar, en el primer piso. Lourdes llegó al rato. Vestía una musculosa blanca y unos jeans celestes. Cristal vio su figura y la deseó como siempre. Se sintió agraciada de que fuera su pareja. Verla, le levantó el ánimo.

Lourdes se acercó y le dio un beso en la mejilla. Sonreía y se la veía más animada que la vez anterior.

Cristal sonrió al ver que su novia estaba de buen humor. Parecía ser que el enfado se le había pasado. Así que decidió que no era necesario hablar de lo ocurrido la vez pasada. Sintió alivio y hasta olvidó por unos instantes su congoja.

Conversaron como si nada hubiese pasado. Lourdes se encargó de contarle su problema con la investigación de los asesinatos. Por ahora, no tenía nada en concreto. Buscaron huellas, sangre, algo que pudiese servir para identificar el ADN del agresor, pero no había nada. Ahora debería avocarse a investigar en el entorno de las víctimas. El asesino podría conocerlos. Quizás allí encontraría el móvil.

—Estoy segura de que lo encontrarás. Y el asesino obtendrá su castigo —le dijo Cristal y le apretó la mano por debajo de la mesa.

—Bien, amor. Ahora dime qué te sucede —le preguntó Lourdes y la miró fijamente. —Te conozco. Sé que me estás ocultando algo.

Cristal cerró los ojos e hizo un esfuerzo por no llorar. De inmediato, le contó lo de su padre y su ultimátum. Fue un alivio desahogarse.

Cuando Cristal terminó su relato, Lourdes se cruzó de brazos.

—¿Y por qué crees que no serías capaz de ser una de las generales? —le preguntó seriamente.

—Vamos... los generales son los ángeles más poderosos... yo no podría.

—Por supuesto que puedes lograrlo.

Cristal bajó la mirada; pero Lourdes le apretó con fuerza la mano, siempre a escondidas.

Fuego, plumas y luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora