Capítulo 20: La niña encadenada en la torre. Caro.

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Concentrados, pero también con entusiasmo y buen ánimo, Caro y Yuri estaban debatiendo en el Fastburguer. Sentados en la misma mesa de siempre. Ya podría decirse que era su centro de operaciones secretas. Como siempre, el murmullo de la gente, más que nada adolescentes, contaminaba el lugar. Caro no pudo resistir la tentación y ordenó un café con las medialunas de manteca que tanto le gustaban. Por otro lado, tenía las monedas en el bolsillo. Su lucha recién había comenzado.

Estaban charlando sobre la misión. El objetivo de Caro era plantar la próxima semilla y no dormiría tranquila hasta haberlo conseguido. Cautelosamente, por el momento, la humana había decidido evitar el tema de Ryan.

―Pues estoy preocupada. Hace mucho que no tengo noticias de ella. Espero que no esté en peligro ―comentó la joven mientras soplaba su café.

―Venga, espero lo mismo. Así que hay que darrrse prisa con el hechizo.

―Sí, Yura. Esto me motiva todavía más.

―Venga, nadie nos está prestando atención. Saca el mapa ―dijo Yuri mientras, con ojos entrecerrados, miraba a su alrededor.

Ilusionada, Caro obedeció y desplegó el papel sobre la mesa. Ambos se acercaron y vislumbraron el próximo punto: calle 45 y Santa Jazmín.

―Es en la zona céntrica. No parece peligroso, ¿no lo crees así? ―murmuró Caro.

Sin embargo, repentinamente, el lobo se quedó en silencio y no despegaba la vista del mapa. Al advertirlo, la joven lo miró con preocupación:

―¿Qué ocurre, Yura?

―Mmm, Gas me contó de ese lugar. Es su zona de patrulla. Se puede oír a una niña llorando y suplicando piedad. Su voz viene de lo alto de una torre.

―Oh, ¿pero po' qué lloraba? ¿Qué le sucedía? ―quiso saber la humana con intranquilidad en su rostro repleto de pecas.

―No lo sé. Gas sólo la oyó suplicar por ayuda. Pero nuestra misión aquí no es ayudar a otros mitos en desgracia, tenemos nuestros propios problemas. Sé que es muy egoísta, pero es así.

―Oh, lo entiendo, Yura... ¿pero crees que nos topemos con ella?

Da, y con quienes sean que la estén lastimando. Así que mañana iremos a ese sitio. Cuando llegue a la guarida, le pediré más información a Gas. Y quizás me dé una vuelta por allí para echar un vistazo.

Caro se puso seria y le dio sorbo a su espumosa infusión. Con la mirada perdida, comprendió que no sería tan fácil como pensó plantar esa segunda semilla. Sería muy peligroso. Hasta tuvo miedo, una sensación espantosa en el estómago. Quizás ella podría estar atrapada en una torre llorando. No obstante, le fue suficiente recordar que se lo debía a su madre.

―Entendido, Yura. Ni bien salga de mi trabajo, nos vemos en este luga' ―anunció la joven con decisión. No faltaría a su nuevo empleo si podía evitarlo.

Con pasos lentos, disfrutando de su compañía, caminaron hasta la estación de subterráneo para abordar cada uno su sardinera. Lleno de fastidio y odio, Yuri estaba comentándole sobre lo mucho que odiaba a los pajarracos. Por culpa de esos seres alados, tenían que estar yendo de un lugar a otro. Escapando como cobardes.

―Los aborrezco tanto, Caro ―bufó el chico lobo.

Dolida, nerviosa, llena de ansiedad, Caro se quedó pensativa. De pronto, recordó a su padre: el mecánico del pueblo, de manos siempre manchadas de grasa, de pocos recursos; pero decente y trabajador incansable.

Fuego, plumas y luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora