Capítulo 8: El Centauro. Cristal.

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Cristal salió del Nido real y se tomó un taxi. Estaba algo atrasada. Se dirigía a su lugar de entrenamiento. Mientras viajaba, contempló por la ventanilla la ciudad, luminosa y ruidosa en plena noche. La joven estaba vestida como humana y llevaba su broche de las palomas en el bolsillo de su campera. Por nada iba a separarse de ese objeto.

Sonreía con entusiasmo. La verdad, estaba muy conforme con su nuevo rango. Con veintiún años, era teniente ángel de plata del grupo amarillo de escuadrones de plata.

<<¿Qué más puedo pedir?>>, se dijo.

Además, no se creía capaz de llegar más alto. Con eso debía conformarse. Ser uno de los generales era pedir demasiado.

De pronto, con un sobresalto, al recordarlo, chequeó en su celular la aplicación Pluma145. Pasando su dedo pulgar, accedió al menú y desplegó el nivel de alerta. Era sólo nivel 1. Más alto fuera este número, más real sería la amenaza; pero todavía no ocurría nada importante. Así que suspiró aliviada. No tenía que preocuparse por ese asunto por ahora. Y quizás nunca.

Al rato, sudada, con la respiración acelerada, ya estaba entrenando con enardecimiento, compromiso y decisión. Peleó contra hologramas que representaban otros mitos: vampiros, licántropos, demonios, brujas. Peleaba con odio y los golpeaba con asco. Los detestaba. Tenía el ceño fruncido y ni parpadeaba casi, concentrada en darlo todo.

<<Si eres débil, te pasaron por encima>>, se recordó.

Lourdes no había ido a entrenar. Las regentes Durtea y Rialys, como siempre de túnicas rojas, le habían comentado a Cristal que la joven había tenido que investigar los asesinatos. Con la vista perdida, fingiendo concentración, la hija del rey hizo cómo que el tema no le interesaba en lo más mínimo. Pero por dentro, seguía muy preocupada. Su novia estaba enfrascada en ese serio problema. Eran asesinatos. Ojalá ella pudiera ayudarla de alguna forma. Entonces, volvió a recordar el mensaje anónimo por Facebook. Quizás debería contarle que lo había recibido. Pero de todas formas, todavía debía conversar y pedirle disculpas a su pareja. No habían vuelto a hablar luego del entredicho en el centro comercial.

<<Perdón amor. Ahora ya entendí que actué mal>>, pensó.

Así que cuando charlaran, todo se arreglaría.

—Ese asesino. Sea quien sea, será castigado con la muerte, segurísima de eso —comentó Durtea mientras Cristal hacía flexiones de brazos.

—No se merece otra cosa —respondió Rialys, siempre inexpresiva.

Alarmada, ahora con angustia, Cristal abrió los ojos en redondo y procuró no despegar la vista del suelo.

—Se rumorea que uno de los jóvenes asesinados tenía prácticas indecentes —agregó Durtea.

—¿Qué? ¿Una aberración? —se espantó Rialys como si su compañera hubiera dicho una tremenda grosería.

Mortificada, Cristal sintió que un terrible malestar iba carcomiendo sus entrañas.

—Sí, una aberración. Parece que se comprobó —corroboró Durtea.

—Menos mal que esas prácticas están prohibidas por la biblia de los ángeles. Es una aberración. Amo a mis hijos y estoy tan orgullosa de ellos, pero los ahorcaría con mis manos si alguno fuera una de esas aberraciones.

—Bien dicho, regente Rialys.

Con el corazón turbado, atribulada, la muchacha de enormes ojos azules se quedó callada y no aportó nada a la conversación.

Fuego, plumas y luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora