Capítulo 9: El Centauro. Ryan.

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Esa noche, entusiasmado, ansioso, de buen talante; Ryan bajó de un autobús, consultó el nombre de las calles y avanzó por "Santa Juana". Era tarde y no había muchos transeúntes, así que imperaba el silencio. Iba con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. No llevaba su mochila ya que todavía no necesitaría de la vasija del hechizo. Su objetivo era el centauro. La enciclopedia diabólica le había informado que estos mitos amaban la avena. Así que el demonio estaba confiado en que encontraría alguno viviendo en los alrededores de la fábrica "Pink" de aritos de avena para el desayuno.

Mientras caminaba, anhelante, con una media sonrisa, recordó la última cita con su vecina de las preguntas. Todo iba bien encaminado. Luego de aquella noche de las pizzas, las cuales tuvo que vomitar en el baño, ahora estaban en una sala de cine, ambos con lentes oscuros ya que se trataba de una función 3D. Ryan amaba el cine y mucho más en compañía de Carolina, sin embargo, no podía concentrarse en "Los capitanes de negro". Tener a su vecina sentada al lado era demasiado para su autocontrol. Deseaba tanto poder abrazarla, acariciarla, degustar sus olores. Pero no se atrevió y por fortuna, la película no duró ni hora y media. Ya el silencio, la oscuridad y encierro de la sala lo estaban alterando.

Así que ahora ambos caminaban por la vereda. Feliz, con regocijo, el puenteño llevaba consigo el balde de papel con el emblema de la película, dentro había todavía bastantes palomitas de maíz.

―La cosa e' que no entendí por qué simplemente no se subieron a la nave y escaparon ―comentó Ryan dubitativo quien, como siempre, cubría las cicatrices de sus muñecas. Se había rociado con mucho "evil night", por fortuna, ya no sudaba y por lo tanto, apestaba menos.

―¿Y po' qué mejo' no destruyeron la esfera roja desde un principio? ―agregó Caro divertida.

―Ajá, creo que fue una película absurda ―corroboró el demonio.

De pronto, tras un respingo, alerta, le pareció percibir el hedor de unos vampiros. Muy lejanos, es verdad. Y pronto el olor se esfumó. De todas formas, ya tendría que ocuparse de esos mitos.

―Pues sí, muy mala; pero de todas formas, la pasé genial, Ryan ―rió Caro.

―Al meno' no' podemo' reír de ella. Ya veremo' mejore' ―agregó el demonio, nuevamente alegre y encantado con esa cita.

―¡Oh, sí! Me encantaría ve' esa de caballeros de la edad media.

―Coincido. Espero me invite'.

―Mmm, voy a pensarlo ―bromeó Caro entre risas y le aferró un brazo.

Ryan también sonrió y experimentó una electricidad placentera ante el contacto de la joven de las deliciosas pecas.

En ese instante, de vuelta a su misión, dispuesto, serio y decidido, se detuvo a pocas cuadras de la fábrica de aros de avena. Abrió los ojos en redondo y gruñó satisfecho. Es que había detectado el olor de un centauro, o quizás más de uno: establo y césped recién segado. Así que arrugó el entrecejo y enfiló hacia su derecha con pasos rápidos y furiosos.

<<Espero que el Ángel Caído y el Profeta Denis me ayuden>>, imploró.

Continuó con sus recuerdos. Ahora Ryan y Carolina estaban sentados en un banco de madera frente a una heladería. Era el momento del postre luego de cenar en un colorido y ruidoso restaurant de comida oriental, donde ambos habían fracasado en utilizar palillos de madera; pero se habían divertido muchísimo.

―¡Rápido, Ryan! Se está derritiendo ―advirtió Caro encantada al señalar con su cuchara de plástico todo el helado chorreando en los dedos del joven.

Fuego, plumas y luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora