Capítulo 1

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<<Si vas a estar de mal humor, es mejor que no salgas>>, se dijo mirándose al espejo.

Durante las dos últimas horas estuvo debatiéndose internamente entre salir o no esa noche. Los restos de su pelea con Lucio eran palpables en el aire de su departamento y no quería contagiar, cual virus, el humor de los demás.

Había terminado de ducharse y sus confusiones iban y venían, a diestra y siniestra. Se miró desnudo en el espejo largo que tenía en el living. Su cuerpo firme consiguió recuperar un poco del autoestima perdida por la traición del que, hasta hacía un día atrás, era su novio.

<<Al diablo con Lucio>>, decidió.

Pero pese a la seguridad que creyó tener, no pudo evitar tomar su celular y comprobar si había llegado algún mensaje de texto del muchacho, pidiendo perdón o implorando que se vuelvan a ver. Su teléfono sólo le mostró notificaciones de las redes sociales que no tuvo antojos de verificar. Lucio no daba muestras de arrepentimiento.

Como si estuviera dispuesto a hacer méritos a un duelo, esa noche se vistió de negro. Camisa, pantalón y zapatos del mismo color oscuro.

<<Sólo te falta delinearte los ojos>>, se dijo y se rió de su propio chiste.

Eso era bueno, algo de su escaso sentido del humor estaba volviendo a la vida.

Una bocina sonó fuera de su departamento y era señal de que Chris ya estaría afuera esperándolo. Tendría que dar las explicaciones correspondientes de la ausencia.

Salió hacia la vereda y comprobó que en el asiento de acompañante ya se encontraba Lorelei, con su abundante cabellera enrulada, su piel de nieve y sus ojos de felina. Era una de las mujeres más lindas y agradables que Fernando había conocido en su vida. Hacía una excelente pareja con Chris.

- Te ves guapo - le dijo su amigo, cuando él se sentó en el asiento de atrás. - Esperamos a...

- Lucio no vendrá - interrumpió Fernando, intentando sonar agradable. - Sólo seremos nosotros.

- Oh, vaya, qué pena - se lamentó Lorelei. - Pensé que vendría.

- También yo - respondió Fernando.

- ¿Acaso se...?

- Lorelei, déjalo en paz - dijo Chris, con más tacto que su novia para descifrar la situación.

- No tengo intenciones de torturarlo - se defendió la chica. Luego le dedicó una mirada inquieta a Fernando. - Sólo quiero saber si está todo bien.

- No de momento - dijo Fernando. - No entre nosotros. Pero yo estoy bien.

- Y es todo lo que nos importa - dijo Chris, que ya había arrancado el automóvil hacia la feria. - Espero que las atracciones no sean sólo para niños, sino que haya también para gente de nuestra edad.

- Adultos - le dijo Lorelei. - Es hora que empieces a asumir que es la palabra que nos define.

Hacía varias semanas que Lorelei intentaba que su novio incorpore esa palabra en el vocabulario y, por alguna razón no tan extraña, Chris jamás podía reproducirla. Fernando se rió, agradecido por tener un poco de normalidad.

- Gente de nuestra edad - sostuvo Chris.

- Escuché que sí los hay - dijo Lorelei, sin ánimos de continuar la pelea. - Me dijeron que es una especie de parque gigante, pero también hay sitios de comida y brindan espectáculos.

La fiesta gitana llegó hacía una semana a Bahía Ausente y, desde entonces, la multitud no dejaba de asistir ni hablar de ella. Habían estado recorriendo toda la región, trasladándose de lugar en lugar. Fernando tuvo mucha resistencia de asistir, pues pensaba que no tendría nada de relación con la cultura gitana. Pero cuando Chris lo invitó a ir con ellos, en aquel momento siendo organizado como una salida de parejas, lo alentó diciendo que era un evento para todos y que no era necesario que aprendiera nada sobre la cultura gitana si no le apetecía hacerlo.

Se habían instalado en el predio Festivo. Una suerte de campo gigante, de cinco cuadras de largo por tres de ancho, donde anualmente Bahía Ausente hacía su fiesta del pueblo y donde empresas de similares características podían alquilarlo.

Los autos que rodeaban el previo hacía imposible el paso, lo cual era algo de esperarse, así que Chris no tuvo más que decidir que iba a estacionar a unas tres cuadras, en uno de los barrios al extremo este, y tendrían que caminar desde allí.

- Creo que si venía caminando desde mi departamento, me iba a quedar más cerca - comentó Fernando, sonriente.

Chris lo lapidó con la mirada.

- Siempre haces el mismo chiste.

- Siempre estacionas lejos.

- No puedo pasar por encima de todas estas personas para que tú bajes, cual princesa, en la entrada del lugar - se defendió Chris. - ¿Por qué no aprendes a manejar tú y nos traes la próxima vez?

- ¿Me vas a prestar tu auto si aprendo a manejar? - se preguntó Fernando.

- No.

A una cuadra de llegar, pudieron apreciar la impotente estructura de la Feria Gitana. Montañas Rusas, Vueltas al Mundo, Zambas, Barcos Piratas. Todos los juegos para chicos y para persona de la edad de ellos, se desplegaron con luces llamativas que invitaban a la diversión.

- Fantástico - dijo Lorelei, la única capaz de expresar algo. - Esta noche será inolvidable.

Fernando coincidió, aunque en ese momento desconocía qué tan cierta era la resolución de su amiga. Esa noche, realmente, sería inolvidable para él. 

Maldición GitanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora