Capítulo 9

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Cuando regresó a su departamento, Fernando sintió el amargo sabor de la realidad. Era consciente que lejos estaba Lucio de ser el amor de su vida y mucho menos se merecería más allá de unas horas de desconsuelo. Pero durante su vida, había aprendido que era necesario cerrar las etapas y soportar el duelo por las frustraciones antes de avanzar de página.

Así que inició su clásico ritual con el que despedía a todas sus relaciones fallidas. Se desnudó por completo, se arrojó en la cama con el celular en mano y se dirigió hacia la carpeta de fotos y videos bloqueada.

Una a una comenzaron a desfilar en la pequeña pantalla, momentos cargados de erotismo explícito que se había grabado con Lucio. Los mismos recuerdos, iban desde fotografías de Lucio y él desnudos, solos o juntos, hasta penetraciones, mamadas y acabadas.

Iba borrándolos para siempre a medida que los veía por última vez, mientras que comenzaba a tocar con delicadeza su miembro ya erecto. Una última acabada, por lo que fueron durante esos cuatro meses.

Uno de los videos más morbosos, fue aquel en donde Fernando se autopenetraba con un consolador gigante. Esa noche, Lucio lo filmaba, sentado en una silla al costado de la cama, mientras Fernando lo erotizaba con aquella imagen digna de un actor pornográfico. Y los gemidos que lanzó fueron alucinantes.

Fernando, fiel amante de su propia imagen, sintió mucha calentura al verse de esa manera. Tan diferente a lo que concebía como propia personalidad, allí estaba abierto de piernas mientras un falo entraba en su interior y lo hacía gozar como nunca. Incluso estuvo tentado en ir a buscar el consolador y revivir el momento.

Toc, toc, toc.

<<Diablos>>, pensó.

Se incorporó. Nunca nadie iba a visitarlo a su departamento sin avisar y ya pasaba la medianoche.

- ¿Quién es? - preguntó.

- ¿Fernando? - dijo una voz masculina del otro lado de la puerta.

- ¿Sí? - volvió a preguntar, mientras buscaba su ropa interior.

- Soy Kavi.

Sintió que su corazón daba un vuelco. El joven gitano, por el que había conseguido ganarse una maldición extraña, estaba del otro lado de su puerta. ¿Cómo había encontrado su casa?

- ¿Estás solo? - preguntó Fernando.

- Sí, estoy solo.

Entonces no era necesario buscar su ropa interior ni vestirse.

Abrió la puerta y lo miró, al tiempo que Kavi se quedaba perplejo.

- Puedes pasar ahora o puedes esperar a que me vista - le indicó Fernando.

- ¿Estás... Solo? - preguntó el muchacho.

- Sí.

- Quiero pasar ahora - afirmó Kavi.

Se movió unos centímetros para que el joven gitano pudiera pasar y cerró la puerta detrás de él. Su miembro todavía estaba a medio dormir, dispuesto para volver a atacar si es que era necesario.

Kavi ingresó estudiando el departamento.

- Tengo una maldición encima - le dijo Fernando.

- Lo sé - respondió Kavi. - Vine a ayudarte con eso.

- ¿Puedes culminarla? - le preguntó.

- Para lograrlo, tenemos que culminar nosotros - afirmó Kavi, dedicándole una mirada solemne, que posteriormente dio paso a una sonrisa cómplice.

Parecía un diálogo sacado de una película pornográfica de baja calidad, pero fue suficiente para Fernando, que de porno sabía mucho, para que aquello lo volviera a encender.

Lo besó con pasión, al tiempo que sus manos buscaban desesperadamente despojarlo de su vestimenta. Probablemente esa noche no dormiría, pero al día siguiente iría al trabajo con una sonrisa y, si todo salía bien, sin ninguna maldición encima.

Si concretar el encuentro sexual con otra persona era la forma de liberarse de la maldición, podía estar maldito todos los días de su vida.

El gitanito, desnudo y a su merced, se arrojó en la cama, entregado a complacer a Fernando, como disculpándose por los días de terror que le hizo pasar.

- Eres tan excitante - le confesó al oído.

- Tú también lo eres - le dijo Kavi, a su vez. - Déjame disculparme como sé hacerlo.

Giró a Fernando para que quedara acostado. Kavi entonces se sentó sobre su miembro erecto y se dejó penetrar, mientras lanzó un gemido de pasión al sentir al anfitrión dentro de él.

Se movió lleno de deseo, subiendo y bajando a pasos lentos hasta que adquirieron un ritmo desesperado.

Entonces arqueó su espalda hacia atrás y lanzó un cántico en un idioma que Fernando no comprendió.

<<Es tan hermoso>>, pensó Fernando. <<Su cuerpo tan joven. Su rostro lampiño. Sus brazos flacos. Sus hermosas garras. Su... Espera. ¿Garras?>>

Aterrorizado, vio que Kavi extendía sus extremidades y los que fueron sus manos, eran garras extrañas, puntuagudas y largas.

Fernando sintió un escalofrío de terror.

- ¿Qué demonios...? - preguntó.

Entonces Kavi se volvió hacia él. Metió la primera garra dentro del pecho de Fernando, provocándole un dolor tan tremendo que sintió marearse. Pero no perdió el conocimiento, sino que fue consciente de cuando Kavi volvió a introducir su otra garra dentro de su abdómen, como si buscara sus tripas para poder comerlas.

Fernando quiso gritar pero no podía, mientras todo se llenaba de sangre.

Ese monstruo lo estaba asesinando, sin dejar de cantar y cantar, en un idioma que no podía entender.

Maldición GitanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora