Capítulo 3

509 44 2
                                    

Notó que el gitanito cambió su actitud petulante mientras Fernando se acercaba con decisión hacia él. Empezó a mirar con temor hacia todos lados, como si buscara con esperanza que el muchacho completamente vestido de negro se dirigiera hacia otra persona. Luego, volvió a recostarse sobre la lona verde del acoplado, aunque su rostro no lograba disimular su intranquilidad.

- ¿Me lees la suerte? - le preguntó Fernando.

- Mis poderes todavía no están desarrollados - respondió el gitano, con delicadeza.

- ¿Y cuál es tu gracia?

- ¿Cuál es la tuya? - retrucó.

- Hay muchos hombres a los que hice feliz - se jactó Fernando. Si Chris lo escuchara, probablemente le golpearía en la nuca. - ¿Y tú? ¿Te gusta hacer felices a los hombres también?

El joven gitano se impresionó ante la declaración. Estudió su rostro, como intentando descubrir si aquello era una falacia o estaba hablando en serio. Quizá sí podía leer algo de la fortuna o la suerte, porque su expresión dio lugar a una sonrisa lujuriosa.

- Podría hacerte feliz por un rato - afirmó. - Soy Kavi.

- Kavi... - repitió Fernando. - Es un lindo nombre. Me llamo Fernando. Antes de continuar hablándote, ¿tienes más de 18 años, verdad?

- Tengo 20 - respondió.

- No pareces tan grande - afirmó Fernando.

- ¿Tú cuántos años tienes?

- 32.

- No pareces tan joven - retrucó el gitano.

Fernando sonrió. Kavi era pálido a la distancia, pero cuando se aproximó pudo corroborar que tenía la piel bronceada. Era más que seguro que habrá pasado varias jornadas trabajando con el sol. El cabello corto y castaño con retazos de rubio, probablemente no naturales, y pequeños diamantes en las orejas. Era flaco a más a no poder y no era muy alto.

- ¿Te encargaron de cuidar los camiones? - preguntó Fernando, recostándose en la lona azul del acomplado que tenía enfrente.

Sin darse cuenta, poco a poco lo iba alejando de la multitud y sumergiéndolo en las profundidades de aquel estacionamiento improvisado. El murmullo, la fiesta y la alegría parecían distantes.

- De hecho, suelo encargarme de un puesto de comidas - respondió. - Pero salí a tomar un poco de aire y quise mezclarme entre los clientes.

Fernando caminó unos pasos por el estrecho pasillo oscuro que dejaban los dos camiones paralelos, en dirección hacia el oeste. Cada vez más apartados, aumentando los estímulos para que entre ambos sucediera un fugaz encuentro romántico. Notó que el gitano lo seguía.

- ¿Hace cuánto que andan de gira con esta feria? - preguntó.

- Desde que recuerdo - lo escuchó responder. - Esta feria jamás se detiene. Sólo se traslada de un pueblo a otro.

Se detuvo y se giró para observar al joven con deseo. El muchacho se acercó, apoyó su brazo derecho en el hombro de Fernando y detuvo su rostro al centímetro. Contempló su cara lampiña, sus dientes afilados y sus ojos marmolados, que estaban a su merced.

- Podemos meternos en problemas por esto - afirmó Kavi.

- Lo sé - dijo Fernando. - Si no quieres...

Pero Kavi quería. Lo besó en los labios y lo embriagó con su aliento a fresa. Cruzó sus delgados brazos en torno a su cuello y Fernando lo envolvió por medio de la cintura, atrayéndolo hacia sí y haciéndolo su propiedad.

- No tenemos mucho tiempo - afirmó Kavi, separándose brevemente.

Acto seguido, se aflojó su pantalón y dejó que cayera sobre el piso. Se dio vuelta por completo y apoyó su torso contra el acoplado, dejando al aire sus nalgas que lo invitaban a entrar en él. Fernando tomó el preservativo del pantalón antes de dejarlo caer en el piso. Abrió con los dientes el envoltorio y en dos segundos, se lo colocó en su miembro erecto, dispuesto a abrirse camino en el cuerpo jovial de Kavi.

- No te comportes como una bestia - le pidió el joven gitano. - No tengo mucha experiencia.

- Tranquilo - dijo Fernando. - Seré gentil.

Entró en él poco a poco. Sintió la presión en su miembro, la de la carne no queriendo expandirse.

- Tienes que relajarte - le sugirió. - De otro modo, no avanzaremos nunca.

- Lo siento - se disculpó Kavi.

Costó un poco de tiempo pero el muchacho obedeció. Kavi relajó sus músculos y sus nalgas parecieron darle paso. De pronto, Fernando comenzaba a sentir el placer que le proporcionaba aquel joven. La adrenalina de estar haciéndolo en un aparcamiento. La euforia que no podía compartir por estar en la feria. Aquel encuentro debía entrar en el Top 5 de los mejores cruising de su vida.

- ¡¿Qué es esto?! - una voz masculina y severa los alarmó a ambos.

Fernando se apresuró a quitar su miembro y como acto reflejo, se levantó los pantalones sin quitarse el preservativo. Kavi, a su lado, hizo lo mismo. La voz colérica pertenecía a un hombre en el otro extremo del pasillo. Era un sujeto de entrada edad, de cuerpo robusto y un bigote pronunciado que recordaba al de los villanos en las películas mudas.

- Bavol - murmuró Kavi. Su tono de voz era de pánico.

Se venía como una furia hacia ellos. Fernando se giró hacia todos lados esperando encontrar a alguna persona que los ayudara, pero estaban atrapados. Sólo había filas de auto y silencio alrededor. 

Maldición GitanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora