Capítulo 12

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Aquel acto lo hizo recapacitar.

- Por favor, entra en la oficina un momento - le indicó William.

Fernando, ya con su pantalón puesto en su lugar y con su miembro en posición de descanso, obedeció. Tenía la angustia a flor de piel y estaba a punto de romper a llorar.

<<Es probable que no fuera ninguna maldición gitana>>, pensó Fernando. <<Quizá sólo me estoy volviendo psicótico. Tal vez no tenga que buscar ayuda en historiadores y debería ir urgente a internarme en una clínica psiquiátrica>>.

Pensó en la alternativa. Tenía sentido que todo aquello no fuera más que un invento de su imaginación, por no haber podido superar que Lucio lo engañara. Quizá lo amaba más de lo que creía y, al no soportar ser abandonado, se creó una maldición gitana para sobrevivir al dolor.

La oficina de William era un cubículo pequeño dentro del gimnasio, con el espacio para una mesa y dos sillas en cada lado. El entrenador ingresó y tomó su lugar. Estaba desorientado, apenado y probablemente asustado. Como si tuviera miedo de que Fernando perdiera la razón, guardó todos los objetos punzantes que estaban desornados sobre el mueble, como lápices, tijeras y un pequeño cuchillo con el que probablemente le quitó la cáscara a alguna fruta.

- No sé bien cómo actuar ante esto - comentó William. - Nunca me sucedió una cosa así.

Fernando quería hablar, pero sus palabras estaban ahogadas. Estaba a punto de llorar de la vergüenza.

- Es decir, hay muchas personas que vienen a este gimnasio - dijo William. - Incluso niños que acompañan a sus padres o los vienen a buscar. No pueden... Dios, no sé cómo encaminar esto.

- Lo siento mucho, William - se disculpó Fernando. - No tengo palabras para decirte lo avergonzado que estoy. Yo estoy...

<<Estoy maldito>>.

- Estoy muy apenado - terminó por decir.

- Debería llamar a la policía - comentó William, negando con la cabeza. - Este acto de exhibicionismo, la verdad es que es un asunto para llamar a la policía.

- Lo sé - dijo Fernando.

De algún modo extraño, no le dio temor terminar preso. Incluso eso le representaba un alivio. Al menos en prisión, podrían asegurarse de no comportarse como un peligro social.

- Por el único motivo que no lo hago, es porque esto traerá mala publicidad al local - respondió William. - Y tú... Diablos, realmente no sé por qué hiciste una cosa así.

- Haz lo que tengas que hacer - afirmó Fernando. - Si tienes que llamar a la policía, hazlo. No te lo impediré.

William clavó en él sus ojos claros y Fernando se estremeció. Había sido tan real. ¿Cómo era posible? Recordó el sueño de Kavi escarbando en su abdómen con sus garras. Eso también se sintió real.

- No puedes volver a este gimnasio, Fernando - sentenció finalmente William. - Lo siento. Tienes la entrada prohibida aquí.

Fernando asintió. Una parte de él le hubiera gustado que lo denunciara, pero otra parte se sentía aliviada de haberla sacado tan barata.

Cuando un rato más tarde le contó lo sucedido a Chris, en el patio interno del local, no tuvo pudor en derramar unas cuantas lágrimas mientras le relataba los hechos. Chris estaba impresionado.

- ¿Y si me estoy volviendo loco? - le preguntó. - Es decir, estas imágenes que están en mi cabeza, son vívidas. Estoy perdiendo criterio con la realidad. No sé si realmente estamos teniendo esta charla o acaso me la estoy imaginando.

- ¿Qué vas a hacer? - le preguntó su amigo.

- Principalmente, buscar otro gimnasio - afirmó Fernando.

- Hablaba de tu tema... - murmuró Chris.

- Oh, ya, eso. Bueno, puedo ir a hablar con este chico, Abel, y ver si me da alguna respuesta. Theo me dijo que sabe mucho. Pero si no obtengo ninguna, creo que lo único que me queda es recurrir a un psiquiatra.

- Yo te acompañaré - afirmó Chris.

- ¿Al psiquiatra?

- A hablar con el historiador - comentó Chris. - De ese modo, sabrás que no todo es un invento de tu cabeza.

Fernando asintió. Le agradaba la idea.

- Gracias.

- También te llevaré al psiquiatra si es necesario - afirmó su amigo. 

Maldición GitanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora