Capítulo 18

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Se detuvieron frente a la puerta del galpón. No estaba cerrado con ningún candado.

- ¿Crees que lo tendrán aquí? - preguntó Christian, con cierta incredulidad. - No está con llave.

- Tal vez confían en que no puede salir - dijo Fernando y sintió un escalofrío.

<<Si confían en que no saldrá, ¿en qué condiciones se encuentra Kavi?>>, la pregunta le produjo un escalofrío.

Miraron hacia su alrededor para saber si alguien los había seguido, pero esa zona del predio estaba desolada. El ruido, la música y la gente parecían estar a kilómetros de distancia.

Abrieron el gigante portón metálico e ingresaron en la oscuridad más absoluta.

- Enciende tu celular - indicó Fernando, haciendo lo propio con el suyo.

Buscaron las linternas de sus teléfonos y alumbraron lo que parecía ser un depósito, lleno de telañaras, escombros y objetos rotos. El galpón no pertenecía a los gitanos, sino al predio, por lo que tendría chatarra desde años.

Cuando ingresaron y cerraron la puerta, el poco sonido que percibían, se eliminó por completo. Se envolvieron en oscuridad, polvo y pánico.

<<Quizá no está aquí>>, pensó Fernando.

- Por favor... - escucharon una voz apenas perceptible.

- ¡Kavi! - exclamó Fernando. Miró a su amigo, aunque sólo percibió oscuridad. - ¿Lo oíste, no? ¡Está aquí!

Por la poca luz que brindaba las linternas del celular, comprobó que Christian asintió. Estaba asustado.

- Lo escuché - confirmó.

Continuaron a paso firme, aunque lento, esquivando chatarras. Fernando comprobó que varias cucarachas se escondían entre los muebles olvidados, lo que le daba el ambiente más terrorífico y abandonado al lugar.

- No puede ser - murmuró Sebastián.

Se guió hacia la dirección donde miraba su amigo y ahogó un grito en cuanto vio lo mismo que él. Kavi estaba maniatado, colgando desde una viga, completamente desnudo.

Los dos amigos corrieron hacia él, buscando algún objeto con el que cortar la soga que lo sostenía.

- Kavi, ¿me escuchas? - preguntó Fernando. - Soy yo... Oh, cielos. Perdóname...

- Ayúdame - solicitó el joven gitano.

Daba muestras de haber sido golpeado. Su joven cuerpo presentaba marcas de látigos por la espaldas, labios quebrados y ojos morados. Lo habían destruido.

Christian apareció con un serrucho oxidado y comenzó a cortar la soga. Al cabo de un instante, el joven gitano se desprendió al piso, sin fuerzas para sostenerse por sus propios medios.

Fernando se tiró al piso para intentar agarrarlo y comprobó que había un terrible aroma a orina.

- ¿Te tienen aquí desde la otra noche? - preguntó, desesperado.

- Agua... - suplicó.

Miró a Christian, como si fuera que llevara una cantimplora escondida en el bolsillo. Su amigo, por supuesto, se encogió de brazos.

- Tenemos que sacarlo de aquí - afirmó Fernando.

Entre ambos, lo agarraron desde los brazos y comenzaron a guiarlo entre los escombros. Kavi pegaba pequeños gemidos de dolor mientras se movían, pero permanecía más inconsciente que en el plano real.

- Esto es una locura - comentó Christian. Había salido del susto y estaba indignado como Fernando nunca lo vio. - No pueden hacer esto. Tenemos que salir de aquí e ir a hacer la denuncia. No pueden atar a una persona, no darle de comer ni beber por días. Es una tortura. Además, fue castigado a los golpes. ¡Tenemos que llamar a la policía ya!

Fernando estaba más preocupado por salir de allí que por lo que la policía podría hacer. Abrieron la puerta del galpón y los tres salieron a duras penas. Para ser un joven delgado, pesaba demasiado.

- Diablos - murmuró Christian.

Fernando levantó la mirada.

Las pulsaciones aumentaron de una forma considerable.

Estaban rodeados por, al menos, una decenas de gitanos. El mismo rostro furioso los estudiaba, expectantes, ansiosos por anticipar el próximo movimiento.

- No vamos a salir de ésta - se lamentó Christian.

El mismo rostro.

- Todos... - Fernando se trastabilló. - Todos son la misma persona. 

Maldición GitanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora