Capítulo 20

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Quizá era una simple sugestión. Pero en el momento en el que el preservativo se convirtió en cenizas, Fernando volvió a tener sus pensamientos en orden. De repente, pudo dejar de sentir temor por todo lo que ocurría o, al menos, la incertidumbre de si lo que estaba pasando era parte de la realidad o de su fantasía.

- ¿Cómo te sientes? - le preguntó Christian.

Habían estado en el más absoluto silencio la última media hora. Los tres llegaron a casa, dieron algo de comer y beber a Kavi y le dejaron que se tomara una ducha. Fernando buscó algo de su antigua ropa que podría quedarle bien al gitano, ya que su contextura física actual se distanciaba muchísimo de ser similar a la del joven.

- Un poco más tranquilo - respondió Fernando. - Creo que ha funcionado.

Christian se mordió el labio. Todavía no parecía muy convencido.

- Sigo sosteniendo que tenemos que ir a la policía - continuó. - Lo que hicieron con este chico, fue aberrante.

- Lo sé - respondió Fernando. - Pensé en llamar a Theo y que venga hasta aquí, pero necesitamos saber que Kavi va a querer declarar contra ellos.

De nada serviría denunciar las torturas que el gitano recibió si el chico no iba a declarar que fue así.

- No va a ir en contra de ellos - se lamentó Christian. - ¿Qué vas a hacer con él?

La pregunta le tomó por sorpresa, aunque fue algo que estuvo pensando en todo aquel rato que estuvieron en silencio.

Habían rescatado a un gitano de una posible muerte. Eso es fantástico.

Pero el joven había sido repudiado de su comunidad y ahora se encontraba dándose un baño en su casa. ¿A dónde iría? Fernando no podría mantenerlo allí. Ni siquiera tenía un trabajo en ese momento.

- Hablaré con él - afirmó Fernando. - Y si es necesario, iremos a la policía. Gracias por ayudarme esta noche.

Christian interpretó el agradecimiento como una invitación a marcharse, porque en ese instante se incorporó como si recordara que hacía horas que no iba a su casa.

- Lorelei debe estar preocupada por mí - dijo Christian. - No va a creer lo que vivimos. Te llamaré mañana.

Se despidieron con un abrazo y Fernando se quedó mirándolo desde la entrada de su departamento, sobre cómo su amigo se subía al auto y se marchaba del lugar. Cuando volvió a entrar en el living, Kavi ya había salido de la ducha y estaba envuelto en una toalla.

- Tengo ropa para ti - le anunció. - Creo que va a entrar.

- Muchas veces lo hiciste dudar, ¿sabes? - dijo Kavi, mirando por la ventana al auto que se marchaba.

Fernando sintió un escalofrío. Estaba refiriéndose a Christian.

- ¿Dudar de qué? - preguntó.

- De si pasaba la línea o no - respondió Kavi. - Muchas veces tuvo ganas de hacerlo, pero no se atrevió.

Fernando se sentó en la cama, con la boca abierta.

- Vaya - dijo, tras unos segundos de meditarlo. - ¿Cómo sabes eso? ¿Acaso puedes leer la mente?

Fernando se puso a pensar en que quería que el gitano se quitara la toalla y quedara desnudo para él. Pero eso no sucedió.

- No, no leo mentes - afirmó Kavi. - Pero puedo ver ciertos momentos del futuro. Y Christian le terminará confesando esto a alguien. Hablará sobre ti.

Se desilusionó ante la alternativa.

- Si hablará sobre mí, significa que él y yo no vamos...

- No.

- Oh - se lamentó.

Lo que menos le importaba en ese momento era que se arruinara la posibilidad de que alguna vez Christian y él estuvieran juntos. Hacía tiempo que le había dejado de gustar y su fascinación por el muchacho había tomado un rumbo sumamente fraternal. Lo había dejado de sexualizar hacía años.

- Supongo que tendrás muchas dudas - dijo Kavi, sentándose en la cama.

El baño y la comida le habían sentado bien. Lejos estaba del joven vulnerable que se toparon en el granero.

- Sólo una principal - dijo Fernando, volviéndose hacia él. Ambos estaban recostados sobre la cama. - ¿Cuál era la finalidad de la maldición? ¿No iba a parar hasta que me suicide o toda mi familia muera de una forma horrible?

- La maldición estaba en el objeto, no en ti - respondió Kavi. - Tendría que haberte hecho pasar por un mal día o dos, pero luego se tendría que haber esfumado. Al no estar el objeto cerca tuyo, no tendría que haberte hecho daño.

- El problema fue que yo no tiré ese objeto - recordó Fernando. - Aunque ahora que lo veo en retrospectiva, quizá tendría que haber tirado la basura. Pero si lo hubiera hecho y yo dejaba de estar maldito, nunca te iba a ir a buscar y tú podrías haber muerto.

Para sorpresa del dueño de casa, Kavi sonrió.

- No iba a morir - respondió, con seguridad. - Ellos se iban a ir y me iban a abandonar, eso es seguro. Pero antes de marcharse, me hubieran soltado. Me hubieran dicho que no me podía acercar a ellos y que estaba excluído, con todo el drama y las miradas amenazantes posibles, pero no me hubieran dejado morir.

Se sintió un poco más aliviado, aunque no justificaba los horrores que lo hicieron soportar. Estaba a punto de añadir algo, cuando el joven gitano volvió a hablar.

- También sabía que tú irías por mí - afirmó.

- ¿Puedes decidir si va a pasarme algo bueno? - preguntó Fernando. - Porque he perdido todo...

- De momento puedo asegurarte que te pasará algo muy bueno - dijo Kavi, sonriendo. - Si es que quieres, claro.

Fernando y él se volvieron a mirar en un silencio que no fue incómodo.

Unos segundos después, se dieron un beso. 

Maldición GitanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora