Capítulo 11

366 31 2
                                    

Pasó la noche sin sueños. Cuando se despertó ese viernes por la mañana, se sintió aliviado de no haber sido perseguido por gitanos a los que le salían garras.

De hecho, el dormir bien lo había puesto de un humor y una adrenalina interesante. Independientemente de si lo que interpretó de William, el entrenador del gimnasio, dos días atrás fue producto de su imaginación, una maldición o realmente pasó, Fernando estaba dispuesto a averiguarlo.

Escogió los pantalones rojos que más ajustados le quedaban. Sabían remarcar bien su entrepierna y sus nalgas. Iba a tentar a William de cualquiera de las dos maneras.

Lo único que podía salir mal en su plan, es que algún cliente decidiera aparecer en el horario en que ambos estaban a solas. Pero afortunadamente, cuando llegó al gimnasio, se lo encontró tan vacío como siempre.

Fernando saludó con su sonrisa habitual y levantó con una mano su pequeña mochila.

- Voy a bañarme aquí después de hacer la rutina - le comentó a William.

- Vaya, pensé que eras una clase de fóbico o algo así - dijo el entrenador, halagándolo.

Fernando se encogió de hombros.

- Es que mi casa está a tres cuadras de aquí - le comentó. ¿Se habrá dado cuenta que la información que le ofrecía no era casual? - Nunca pensé que sería necesario ducharme aquí hasta que no me lo propusiste.

La forma de armar su oración no fue improvisada. Estaba tirando toda su artillería. Si William pescaba el anzuelo, debía ser esa mañana.

- Si lo cuentas así, parece que yo quería que te bañes aquí - analizó.

- Pensé que tal vez querías verme desnudo - dijo Fernando, fingiendo indiferencia. Antes de que William pudiera responder, se giró para observar las máquinas a su disposición. - Voy a empezar a entrenar.

Evitó sonreír durante los primeros minutos. Se sentía extraño por su manera de proceder. Fernando jamás utilizaba ese tipo de conductas con hombres que no sabía su orientación sexual. Y el hecho de que supiera que William tenía un hijo, le daba a suponer que al menos una vez, tuvo sexo con una mujer.

No obstante, la gran intriga de si acaso fue demasiado lejos, apareció unos minutos más tarde.

- Ya vuelvo - dijo William.

Fernando dejó las pesas para verlo salir por la puerta que daba al pequeño recibidor. Aquella actitud le causó una molestia increíble. No sólo no había conseguido sexo, sino que lo había asustado al punto de que ya no quería entrenar con él.

Derrotado, se acostó sobre una camilla y comenzó a trabajar con las barras. Con cada empuje hacia arriba de sus brazos, un golpe de remordimiento lo atacaba, diluyendo toda la seguridad con la que se había despertado ese día.

De repente, sintió el roce de una mano por su pierna. Se sorprendió al ver a William allí, al punto que casi pierde el equilibrio y la barra le aplasta el cuello. Dejó el instrumento en su lugar y puso los antebrazos en la camilla para incorporarse un poco.

- Fui a cerrar con llave - le anunció William, dedicándole una mirada triunfal.

- Pueden llegar clientes - comentó Fernando.

- No podrán entrar.

- Se enojarán creyendo que no estás - insistió.

- Si supieran lo que estoy haciendo, lo entenderían - respondió el entrenador.

Las manos de William, las cuales Fernando ansiaba que no se transformaran en garras, fueron subiendo por sus piernas hasta llegar a la altura de la cintura. El entrenador se arrodilló, entonces, e hizo descender el pantalón ajustado color rojo. Había sido una buena elección.

William se llevó el miembro a la boca y comenzó una exquisita mamada. A Fernando le gustó verlo. Su rostro jovial, tan atractivo, mientras sus boca de labios pequeños se atragantaba con su rabo. Era una imagen encantadora, pero la posición de la camilla lo incomoda.

Cerró sus ojos y se tumbó a disfrutar de la sensación.

<<Está sucediendo>>, pensó.

¿Quién sabe cuánto tiempo llevaba William tirándole indirectas que no supo descifrar? Probablemente podrían haber tenido esos encuentros matutinos durante muchas jornadas.

Se estremeció del placer al sentir que el entrenador jugaba con la lengua. Aquello, sin dudas, no era una fantasía ni producto de su imaginación.

- No sabes cuánto desee esto - le confesó. - Nunca pensé que sería tan bueno en la realidad como en mi imaginación.

William provocó un sonido similar a quitarse un chupón, cuando se sacó el miembro de la boca para hablarle.

- Pensé que no estabas interesado en mí - comentó.

- ¿Cómo puedes pensar eso? - preguntó Fernando. - Yo no sabías si eras gay. Además, siendo honesto, tenía novio hasta hace unos días.

- Es una suerte que te haya engañado entonces - dijo, volviendo a meter el miembro en la boca.

Fernando volvió a estremecerse. Pero algo le llamó la atención.

- ¿Cómo sabes...? - preguntó. - ¿Cómo sabes que me engañó? ¿Acaso fue contigo?

- No, no, no - se apresuró en agregar William. - No conmigo. Pero sé que te engañó porque si no hubiera sido así, nunca te hubieras lanzado sobre el gitanito.

Fernando sintió como todo su cuerpo se llenaba de escalofríos. No eran del placer por la mamada.

- ¿Qué estás haciendo? - preguntó una voz, más lejana.

Abrió los ojos y se incorporó.

William estaba en la puerta del gimnasio, mirándolo con una mezcla de sorpresa y asco. Mientras él, recostado en la camilla, solo, con los pantalones abajo y su miembro apuntando al techo.

Quiso decir algo pero de su boca no salió palabra alguna. 

Maldición GitanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora