Capítulo 7

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Quitó las facturas que el señor Smith quería de su escritorio y lo cerró apresuradamente. Intentó que su rostro nervioso no se percibiera, aunque dudaba que estuviera haciendo un gran esfuerzo por ocultarlo.

- Aquí tiene - dijo.

Notó que sus manos temblaban cuando le extendió los papeles a su jefe. Si el señor Smith se dio cuenta, tuvo la suficiente elegancia para no decir nada.

- Gracias, Fernando - comentó, dirigiéndose hacia su despacho. - Cualquier cosa, te preguntaré.

Fernando asintió y una vez que quedó a solas con el personal de limpieza, se tiró sobre su silla y respiró con alivio. ¿Cómo diablos había llegado eso allí? No había ninguna explicación lógica. Su gabeta estaba con llave y estaba seguro de ser el único que tenía una copia.

<<No es posible>>, pensó. <<No hay forma de que sea el gitano. No hay forma de que fuera el mismo preservativo>>.

Pero si no lo era, ¿entonces por qué alguien dejaría un preservativo usado en el cajón de su escritorio? Abrió de nuevo su cajón, con la esperanza de que se lo hubiera imaginado, pero el condón continuaba allí. Lo tomó y lo escondió en el bolsillo de su pantalón. Tampoco podía tirarlo en el tacho de basura de la empresa.

- Oye, ¿te encuentras bien? - le preguntó Chris, en cuanto llegó. - Anoche me quedé preocupado por ti. Y por tu cara percibo que no has dormido bien.

- Vamos al patio interno - le dijo. - Necesito un cigarrillo.

El patio interno del negocio era un deprimente espacio pequeño, utilizado por los empleados que fumaban cuando necesitaban darse un recreo o la jornada no estaba muy concurrida por clientes. Se accedía por medio de unos ventanales de vidrio, por lo que su función principal era ofrecer luz natural al interior del edificio.

Chris le ofreció un cigarrillo, confundido e intrigado. Fernando lo tomó y lo encendió. No se le daba bien fumar, pero necesitaba calmar su ansiedad y era lo único socialmente aceptable que tenía a mano.

- Me encontré esto en mi escritorio - le dijo, extendiéndoselo a Chris.

Chris lo tomó por unos segundos hasta que cayó en cuenta qué era. Como acto reflejo, se lo arrojó directamente al pecho a su amigo.

- ¡¿Pero qué diablos ocurre contigo?! - exclamó. - ¡¿Qué es esto?!

- Creo que es el preservativo que usé anoche - respondió Fernando. - Cuando nos encontró el gitano, fue todo tan sorpresivo que me puse el pantalón teniéndolo puesto. Salí a correr entre los coches y me lo quité. Lo tiré allí. Bueno, ahora estaba en el cajón de mi escritorio.

Chris lo miraba como si hubiera perdido la razón.

- Eso no tiene sentido.

- Ya sé que no tiene sentido, Chris - le comentó Fernando. - Por eso estoy tan alterado. Cosas extrañas me han sucedido desde anoche. Creo que el gitano me echó una maldición.

- ¿Qué cosas extrañas te han sucedido? - preguntó su amigo.

- Cuando salí del estacionamiento, fui a buscarte - le relató Fernando. - Pero cuando ustedes se giraron a verme, tenían el rostro desfigurado.

- ¿Desfigurado? - preguntó Chris. - No tenemos el rostro desfigurado.

- Lo sé, lo sé, pero es lo que vi - insistió Fernando. - Fue un segundo, pero lo vi. Después me subí al taxi y alguien en la radio dijo mi nombre. Advertía a los taxistas que tuvieran cuidado conmigo porque se me daba por violarlos. ¿Puedes creerlo?

Era evidente, por el rostro confuso de Chris, que no podía creerlo.

- Y hoy en la mañana, creo que William se me insinuó sexualmente - culminó. - Y eso debe ser cosa de brujería. Y luego el preservativo. ¡Estoy maldito! Eso es lo que me dijo el hombre. ¡Estoy maldito!

- De acuerdo - lo detuvo Chris. - Creo que estás un poco alterado y tu mente está divagando demasiado.

- ¿Tú crees? - preguntó, enfurecido. - Sé que suena absurdo lo que te cuento, pero te digo que de verdad está pasando.

- Alterarte no va a solucionar nada, ¿o sí? - le preguntó Chris.

Fernando guardó silencio. Era un punto correcto.

- Ahora, intentemos pasar la jornada laboral - insistió. - Si llega a pasar otro suceso extraño, volveremos a hablar del asunto, ¿de acuerdo? Pero sin alterarnos ni asustarnos, porque eso sólo empeorará las cosas.

Fernando respiró profundo un par de veces y luego asintió. Seguía convencido que lo sucedido se debía a la maldición del gitano, pero era cierto que al alterarse, no iba a conseguir mucho.

No obstante, tuvo una inquietud que lo perturbó. ¿Qué otras cosas horripilantes podrían sucederle?

Maldición GitanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora