Capítulo 5

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Fernando retroció unos pasos, lleno de terror al ver los rostros desfigurados de sus amigos.

Estuvo a punto de gritar y pedir ayuda cuando parpadeó.

Chris y Lorelei lo miraban como si hubiera perdido la razón, pero no tenían los ojos en blanco ni la mandíbula desencajadas. Eran ellos dos, como siempre, con sus caritas de modelos.

- ¿Fernando? - le preguntó Chris.

- ¿Dónde estabas? - preguntó Lorelei. - ¿Te encuentras bien?

- Yo... - tartamudeó Fernando. - Yo creo que me tengo que ir.

Atolondrado, se dio media vuelta y comenzó a dirigirse hacia la salida. Tenía deseos de llorar. Sabía que todo lo sucedido no podía ser más que un efecto de mente, pero de todos modos estaba sintiendo pánico de verdad. Probablemente mañana se dijera a sí mismo que reaccionó de una forma infantil, pero en ese momento, sólo tenía deseos de llegar a su casa y echarse a dormir.

Sintió que Chris lo siguió.

- Oye, Fernando - le dijo, corriendo para alcanzarlo. - ¿Qué diablos te ocurre?

- Me siento un poco enfermo - respondió.

- ¿Pasó algo con el gitanito? - preguntó Chris. - ¿Es por eso?

No sabía cómo explicarle la inverosimíl historia. Así que optó por comentarle los hechos reales. Los que sí estaba seguro de que ocurrieron.

- Pasó algo - respondió. - Estábamos teniendo sexo cuando nos encontró uno de los gitanos. Las cosas se pusieron violentas. Así que me tengo que ir antes de que me reconozca y me quiera hacer daño.

- Oh, ya veo - analizó Chris, comprando la historia. - Está bien. Te veré mañana en el trabajo.

- De acuerdo - afirmó Fernando.

- Mañana nos reiremos de esto - le dijo Chris.

- Seguro que sí - dijo y continuó su paso.

Salió hasta la vereda del predio y buscó con la mirada a un taxi. En esta clase de eventos, era normal que hubiera una fila de autos amarillos y negros esperando pacientemente. Los localizó a unos metros de la entrada y se subió en la parte de atrás del próximo que debía salir.

Le dio la dirección al taxista y suspiró aliviado mientras dejaba atrás la feria junto con la horrible e inquietante experiencia que vivió. En la radio sonaba un tango, lejano a toda la música gitana que inundaba el ambiente del evento.

- ¿Qué tal la feria? - preguntó el taxista, arrancando la marcha.

- No he podido recorrer mucho - afirmó Fernando. Estaba agradecido por poder tener una conversación. - Pero por lo poco que vi, es toda una atracción.

- Yo lo traje a mi hijo el sábado anterior - comentó el taxista. - Una de las gitanas me dijo que mi hijo podía ser uno de ellos. No quise saber qué significaba eso, pero me dio miedo de que quisiera robármelo. Esas personas pueden ser intimidantes.

- Ni que lo digas - murmuró Fernando.

- Por supuesto que no le despegué los ojos a mi niño en toda la noche - continuó explicando el taxista. - Él la pasó muy bien, pero yo terminé pasando un mal rato.

- Claro, entiendo - dijo Fernando. No podía consolar al taxista sobre su experiencia cuando él todavía no podía superar la suya.

El tango terminó dando paso a la voz de un animado conductor.

- Información de último momento - dijo. - Les avisamos a todos los taxistas que tengan cuidado.

El taxista subió unos puntos el volumen de la radio. Fernando miró los números de la emisora. No era una radio local.

- Un ciudadano, conocido como Fernando Acher, tiene tendencias a violar taxistas - informó el conductor de la radio.

¿¡Qué!?

Fernando sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

¿Acaso era una clase de broma?

- Les sugerimos a los taxistas que tomen las precauciones correspondientes - continuó hablando el conductor. - Este ciudadano seduce a los taxistas y luego abusa de ellos. Tiene una clara debilidad por los conductores que son rubios y rechonchos.

Fernando abrió la boca con horror.

Notó que el taxista que lo llevaba hasta su domicilio cumplía a la perfección aquellas características.

¿Qué clase de broma era aquella? ¿Acaso era otra mala pasada de su mente? ¿Acaso eso no estaba sucediendo en realidad?

- ¿Qué diablos...? - preguntó en voz alta. - ¿Tú estás escuchando lo mismo que yo?

- Sí, es perturbador - dijo el taxista, mirándolo por el retrovisor. - ¿Cómo te llamas?

- ¿Qué?

- ¿Cómo te llamas? - repitió el taxista.

- Soy William - mintió Fernando, reaccionado a toda velocidad.

El taxista lanzó un suspiro de alivio y continuó su marcha sin decir nada más. Unos segundos después, un nuevo tango inundaba el vehículo. 

Maldición GitanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora