Richie llegó a su casa sin creer lo que había pasado.
Eddie se había acercado mucho a él, demasiado, y él no había podido evitar besarle.
"¿Quién podría, en su sano juicio y con todos sus sentidos activos, resistirse a Eddie cuando lo tienes a escasos centímetros de tu cara? Pues nadie, al menos yo no."
A pesar de que Richie no podía estar más feliz, también estaba lleno de dudas. ¿Qué pasaría ahora?, ¿era él el primer beso de Eddie?, ¿le habrá gustado que lo besara?, ¿lo hizo bien?, ¿usó demasiada saliva?... Al pensarlo, se dio cuenta de que quizá Eddie estaba realmente asqueado, que no había temblado por los nervios, ni se había puesto rojo de la vergüenza; quizá temblaba porque temía haberse contagiado algún virus, y quizá se puso rojo porque instantáneamente le dio fiebre.
Richie se sintió histérico, ¿qué había hecho?
Decidió vestir su pijama y acostarse sin más. No cepillaría sus dientes, quería tener un poco más el beso de Eddie en su boca.
A pesar de todo, la felicidad volvió a invadirlo y el sentimiento de histeria (que no era para nada propio de él) lo abandonó, dando paso a una extraña sensación: era algo nuevo, Richie jamás lo había sentido, eso podía jurarlo. Sentía su cuerpo débil, también sentía que una manada de rinocerontes peleaban y corrían en su estómago -¿no se supone que se deberían sentir mariposas?-. Cada vez que recordaba la sensación de juntar sus labios con los de Eddie, lo invadía la paz, porque con Eddie todo era así. Pacífico pero emocionante, maravillo pero simple... Eddie estaba en su punto perfecto. Todo lo que decía, todo lo que hacía, todo lo que expresaba, estaba en su justa medida, nunca se sobrepasaba.
El de lentes se durmió pensando en Eddie, y posiblemente soñó con él toda la noche, porque la sonrisa que tuvo desde que vio a su amigo mirar las estrellas aquella noche, la tuvo incluso al despertar al otro día.
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Era sábado y los sábados eran sagrados.
Podía haber una tormenta eléctrica y un tornado a la vez, pero los perdedores no pasaban un sábado sin verse.
Eran las cuatro de la tarde cuando Richie llegó a los Barrens, y no había nadie.
"¿Qué sucede?..."
Richie no terminaba de entender por qué no había llegado nadie, si siempre se reunían a las 3 y media, y él claramente había llegado un tanto atrasado.
De pronto, y como por arte de magia recordó que ese día no se reunirían ahí porque Bill los había invitado a su casa.
Tomó su bicicleta y se dirigió lo más rápido que pudo a la casa de su amigo, y cuando llegó, fue directamente al garage porque era ahí donde siempre se reunían.
Entró y vio a todos los chicos (incluida Bev), sentados en un circulo, con una botella en el centro y en completo silencio.
-¿Qué pasó aquí putitos?
-Nada bocazas, sólo siéntate que vienes tarde. Vamos a jugar a algo muy interesante -habló Beverly desde su lugar, sin dejar de mirar la botella-.
Richie sólo obedeció, y sin darse cuenta se encontró sentado al lado de Eddie. Pero no se atrevió a mirarlo, tampoco a decirle un chiste sobre su gorda madre que había creado hace unos días (y que era bastante gracioso), porque al igual que todos sus amigos, su vista se dirigió a esa botella en el piso.
Y es que Richie sabía exactamente cual era el juego que incluía una botella y a un grupo de adolescentes hormonales reunidos en un círculo. Así que sin pensarlo dos veces giró la botella, la cual al terminar de girar apuntaba en dirección a Stan.
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"Yo nunca, nunca..."
FanfictionRichie siente una "leve atracción" por Eddie, pero le da miedo arriesgarse a expresarlo. Por esa razón, decide saber si el más pequeño siente algo por él. Aunque no encuentra una mejor forma que hacerlo a través de juegos, donde el "Yo nunca, nunca...