7-"Un papel que contiene un corazón"

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Richie estaba decidido.

Nunca se había sentido así por nadie. Y era maravilloso sentir su corazón latir por algo más, por alguien más, no solo para mantenerlo con vida.

Así que se arriesgaría a salir roto de todo esto. Porque Eddie valía la pena. Por Eddie se sentía capaz de poner su corazón en el precipicio, a punto de caer o de ser salvado. Eso ya dependería del pequeño castaño.

Eddie había faltado 3 días a clases, aparte del día en que habían faltado ambos. Estaba seguro de que Eddie se sintió recuperado luego de esa noche en la que durmieron juntos, pero su madre aún así no le había permitido ir a clases.

Era viernes, y la campana que anunciaba el final de la jornada escolar al fin sonaba. Cada vez se acercaban más las vacaciones de invierno.

Richie corrió a su casa, empezaría desde ya a escribir esa carta. Y luego prepararía unos muffins para dárselos a Eddie al momento de entregarle lo otro.

Al llegar a su habitación, mientras buscaba papel entró un poquito en pánico porque él no sabía escribir cartas, y mucho menos sabía qué se ponía en una. Sin embargo, cuando tuvo sus mejores lápices y el papel más limpio y liso sobre su escritorio, las palabras simplemente fluyeron mientras él escribía.

Luego de más de una hora sentado en su escritorio, ya con el trasero liso y su mano acalambrada de tanto escribir, se dispuso a preparar los muffins que quería darle a Eddie. Su madre tenía un molde en el que podía hacer seis de una vez, con eso bastaba. Eddie no era muy bueno para comer de todos modos.

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Puso cara de disgusto al abrir el horno. Al parecer los quequitos hechos con amor se habían quemado un tanto.

"Diablos, me olvidé completamente de esto mientras hacía un sobre."

Y es que los quequitos que inicialmente serían de vainilla, parecían de chocolate negro ahora que Richie los sacaba del horno. Se regañó internamente por no haberle pedido a su madre que se los preparara. De todos modos ella había salido, no le había quedado otra opción que ser él el chef de turno.

Pero él no se rendiría tan fácil. Ya eran las 7 de la tarde y eso no le daba tiempo a preparar más muffins. Así que buscó el menos quemado entre los 6 y lo pasó por un rallador para quitarle lo más quemado posible. El resultado no era lo que esperaba, pero al menos se veía comestible.

Envolvió su fallido intento de repostería en una servilleta y luego lo puso dentro de una bolsita que había encontrado (al parecer su madre se la había dado para su cumpleaños). También puso la carta dentro y se fue rápido a la casa de Eddie.

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Eddie estaba recostado en su cama, miraba el techo mientras pensaba en el chico con esas gafas que lo hacían ver malditamente guapo. De pronto sintió que alguien entraba en su habitación por la ventana, y luego iba a poner el seguro a su puerta. Pero no quiso despegar su mirada del techo, porque sabía que la única persona que hacía eso era Richie. Y pensó, por un momento, que se estaba volviendo loco. Porque ya no sólo pensaba en él, sino que también lo sentía en su habitación, desordenando todo como siempre.

-Eds, ¿estás bien? -Richie se acercó al más pequeño y se dispuso a mirar el mismo punto en el techo que miraba Eddie-. Ahí arriba no hay nada, ¿qué miras?

-Dios, sí que es poderosa mi mente, incluso lo escucho.

Richie no entendía, ¿de qué hablaba Eddie?

"Yo nunca, nunca..." Donde viven las historias. Descúbrelo ahora