Septima Carta

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Toda alma buena siempre tiene un poco de oscuridad.

Después de mi ruptura con Patricia, estaba devastado. No había nada en el mundo que pudiera consolarme. Tenía el alma rota, no comía, no hacía la tarea y no podía platicar con nadie. Lo único que quería era desaparecer, ir a donde nadie me conociera, donde no tuviera que recordar lo que había pasado. Así que pasé unas semanas muy solitarias en la escuela.

Hasta que un día te apareciste a mi lado en el balcón de los salones de segundo año, donde yo pasaba el rato.

—¿Qué haces aquí? —me preguntaste.

—He venido a mirar el cielo —contesté.

Llevabas unos leggings negros, con una sudadera de gorro amarilla. Tenías el cabello suelto y tus ojos brillaban, pero reflejaban el dolor que te causaba verme en ese estado.

—¿Qué ha pasado? —dijiste.

—Ya lo sabes... —contesté.

—Quiero que me lo digas tú. —Entonces hablé, hablé tanto como pude y hasta que se me secó la garganta. Hablé hasta que el alma dejó de dolerme y me recargaste la cabeza en el hombro mientras mirábamos el cielo. Recargué la mía sobre la tuya, ladeándola ligeramente hacia la izquierda.

—Estoy para lo que se te ofrezca, soy tu hermana y debo cumplir mi deber —dijiste. Sonreí para reponerme y decirte mi plan.

—Estoy seguro de que si puedo hablar con ella, la recuperaré.

—No hay nada en el mundo que pueda detenerme. Sé que puedo recuperarla.

—Y yo también lo sé, pero debes dejar que ella regrese sola. Debes esperar a que ella regrese a ti, no puedes ir detrás de ella cuando se ha marchado con alguien más. Eso solo hará que te lastime más. Cuando una pareja se separa porque alguien se ha metido entre ellos, lo único que quien ha sido dejado puede hacer es esperar a que el tiempo te regrese a esa persona. Ir detrás de ella solo ocasionaría que te lastimen más.

—No puedo... —Miré el suelo y pateé una basurita.

—Sí puedes, lo harás bien, eres un buen chico, siempre lo has sido y ahora no será la excepción —me sonrojé.

Me acariciaste la cabeza y me revolviste el cabello.

—Sé valiente, el tiempo pondrá las cosas en su lugar y tú recuperarás el amor —dijiste.

Te despediste sin más y yo suspiré profundo, sabía lo que tenía que hacer: "aguantar". Eso era lo que los hombres hacen cuando las cosas están mal, aguantar sin quejarse ni victimizarse, pues solo aguantando se superan los problemas.

Me comí el dolor, lo tragué amargamente y me retiré para regresar a cumplir mis deberes.

Los siguientes días fueron muy buenos, platicaba contigo, compartíamos comida, jugábamos cosas tontas y simples, como encontrarle forma a las nubes, escribir nuestros sueños más locos y a imaginarnos con la ropa del otro.

Nunca había pasado tanto tiempo con otra persona como lo había pasado contigo, ni siquiera con mi propio hermano. Tampoco había dejado que nadie más me conociera. Nadie sabía mi sabor favorito de refresco, lo que hacía antes de irme a dormir o los videojuegos que jugaba durante toda la tarde hasta que el cielo se oscurecía. Pero tú eras especial, tú eras alguien más, tú eras una persona con magia dentro que se colaba hasta mis entrañas para sacarme todo lo que yo sentía.

Pronto regresé a ver a Iris y ella me aconsejó que tenía que regresar a la mansión Amati para cumplir la parte de mi plan. Que de no hacerlo, perderíamos la opción que teníamos de destruirlos. Pero ya no estaba seguro de hacerlo. La ira y la furia habían sido consumidas por la bondad que me habías mostrado. Ya no tenía deseos de venganza, no quería ver a Patricia sufrir por haberme dejado por Francoise. Claro que me dolía, pero ya no quería verla sufrir, no quería que le pasara nada malo. Solo quería que si de verdad me amaba, regresara conmigo.

Ámame Hasta el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora