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Caminaba en el centro comercial con Maya comprando cuanta mierda se le había ocurrido, ya ni siquiera había perdido el tiempo contando las bolsas que tenía en su mano, pues tan solo se quedaba afuera de cada tienda, mirando el aparador o perdido en el móvil, pensando en qué tan a la mierda lo podía mandar Noah si se le ocurría llamarle en aquel instante.

Lo había pensado ya varias veces: después de follar con Maya, antes de ducharse, a primera hora del día, después de los entrenamientos, mientras veía alguna basura artística en la televisión, después de que terminaba su show nocturno favorito, antes de comer. Todo el tiempo la castaña dominaba con vigor en el interior de su cabeza, conectando los cables que pudieron ser desactivados o reactivando la esperanza que parecía morir día con día.

La de rizos decide entrar en otra tienda.

—Vamos, H. —Pide tirando de su brazo. Styles forma una mueca, negando inmediatamente con la cabeza.

—Entra tú. Te espero afuera. —Repite, como lo hizo con las seis tiendas anteriores. La morocha coloca los ojos en blanco y bufa, cansada de tal indiferencia, antes de entrar a probarse cuantas prendas quisiera.

Camina un poco y se sienta en una banca vacía, vuelve a deslizar el móvil fuera del bolsillo de la chaqueta, con este paso está seguro de que la batería se le iba a agotar más rápido de lo que comúnmente hacía pero poco le importaba a costa del plan que tenía de irse tan pronto el pequeño dibujo de la pila comenzara a colocarse en rojo. Deja la gran cantidad de bolsas en el piso, notando cómo los otros dos chicos a su lado se encontraban en la misma situación que él, tal vez esperando por sus chicas.

Y joder, cómo quería a Noah a su lado justo ahora.

Sus ojos verdosos viajan sobre las demás personas que se encontraban paseando por el lugar, curioso de mirar a las parejas y extrañando la mano nívea y tersa de su exnovia entrelazada con la suya mientras paseaban justo en este mismo lugar. Ella veía ropa y él entraba con ella, veían un par de prendas y compraban un poco, pero la pasión de la menor se encontraba en las tiendas de arte y libros, aquellas donde podía pasar horas ella sola encerrada, ignorando la presencia del más alto que sólo atendía fascinado los caprichos de su pequeña princesa.

Ella parloteaba bastante acerca de la belleza del arte y cómo ésta radicaba en su subjetividad. Era la décimo quinta vez que Harry le preguntaba qué era subjetividad, por lo que la castaña reía un poco y le reprendía por ser tan distraído y no recordar las catorce veces anteriores en que se lo había aclarado, así como demás terminología a la que el rulado continuaba sin estar acostumbrado.

Continuaba divagando entre sus recuerdos y distintos pensamientos, todos girando alrededor de la pequeña bailarina de ballet, cuando parece que sus misma consciencia atrajo la presencia de la castaña, quien se encontraba caminando, señalando una tienda con su diminuto dedo índice, gira un poco la cabeza, apuntando tal vez a alguna tienda con una gran sonrisa, corriendo enseguida hasta ella. Harry se ha levantado de su puesto rápidamente y alza la mirada por sobre la muchedumbre, siguiendo la delgada silueta en jeans que corría libremente por cualquiera que fuese su objetivo.

Su mandíbula se pone tensa y los dientes chirrían en cuanto nota la figura alta trotar pesadamente detrás de su niña. Cabello azabache y ondulado, ojos azules como el claro de la luna, piel trigueña y al parecer, fanático de los Lakers con aquella hoodie puesta. Parecía un puñetero surfista con aquellos labios gruesos y Harry juraba que si tenía marcado el hombro con algún tatuaje de un sol, iba a partirle la cara a la de una sin dudarlo.

Noah le hace distintas señas, esos pómulos perfectos hinchados en la felicidad que él le dio durante dos años enteros, los cuales se rehusaba a que hayan transcurrido tan rápido. No podía sospechar que aquel infeliz era una clase de primo o hermano perdido, pues habían durado lo suficiente como para que se diera el tiempo de conocer a la mayor parte de su familia, menos aquella que seguía en Francia.

Pero el señor surfista no tenía ni un aire francés.

Camina inconscientemente en un amago de alcanzar a la nueva pareja, ni siquiera nota su propio ceño arrugado y los puños apretándose con fuerza, habiendo olvidado por completo las bolsas de compras con las que había estado cargando por todo el centro comercial. Ya ni siquiera le importaba la reprimenda que le daría Maya por abandonar sus preciadas prendas y por abandonarle en una de sus tiendas de marca favorita. Le sigue el rastro como el depredador que ha localizado a su presa. El chico alto continúa siguiéndole con una enorme sonrisa que sólo aumenta su necesidad de tumbarle la dentadura de un gran golpe. Noah sigue riendo mientras camina hacia la tienda de arte, donde muchas veces paraban a comprar algunos cuadros o material que su niña pudiese necesitar.

Pero la prisa y la escena se detienen súbitamente cuando el puñetero surfista rodea a la chica entre sus largos brazos, la envuelve en un efusivo abrazo en el que ella se sumerge entre risas y pequeños empujones juguetones. Su sangre hierve, el coraje le nubla la vista y su gruñido se ahoga en la garganta con la misma intensidad que sus puños se apretaban nuevamente, clavado las uñas en la piel hasta el punto donde ésta ardía pero él ni siquiera lo sentía.

Noah lo suelta, aun carcajeando de lo más natural, como si aquello fuese una nada. Parece maldito lo sincronizado del tiempo, cuando siente un roce en su brazo y una fuerza que lo rodea de forma pacífica, la manera en que los orbes pardos giran tal cual talismanes y se encuentran con los suyos tan jade como la piedra preciosa. La sonrisa en aquel pálido rostro se desvanece de golpe y pronto deja de parecer un venado asustado, para volverse una fiera molesta, esperando a soltar el zarpazo a su víctima una vez que la tuviese enfrente.

Pero su víctima es también un cazador.

Ballet & Flowers [h.s. -Short fic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora