1. El sacrificio.

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-- Capítulo 1. El sacrificio --

El sacrificio, era uno de los pocos eventos en los cuales todos los habitantes del clan se reunían juntos, sin ninguna separación, aunque pertenecieran a un diferente grupo social.

Normalmente, los sacrificios eran jóvenes de dieciocho años, correspondientes a la clase de los campesinos. Nadie quería ver como sus hijos morían desangrados en frente de todo el mundo, pero después de años de discusiones, acordaron que; la familia del chico y la chica que se presentase como ofrenda, recibirían una gran cantidad de alimentos. Por eso, los sacrificios eran los jóvenes que trabajaban la tierra, ellos muchas veces morían de hambre, necesitaban la comida para sobrevivir.

Los campesinos debían tener tantos hijos como les fuera posible. Al tener muchos hijos, estos podrían ayudar en el campo o salir fuera a cazar. Aunque, lamentablemente, la mayoría de las veces eran vendidos como esclavos. Normalmente, pocos jóvenes llegaban vírgenes a la edad de dieciocho años, porque empezaban a procrear a una temprana edad.

Ella, Clera Rossete, estaba observando desde cierta distancia como practicaban el sacrificio de este año. Era un completo espectáculo, todos los habitantes del clan se encontraban alrededor de la gran tarima, en donde solo estaban los dos vírgenes junto con el sacerdote. Los que estaban en la primera fila eran los familiares de las víctimas mezclados con la familia real. Era un gran privilegio socializar con la realeza, aunque solo fuera una vez.

Ella, tendría que encontrarse en la primera fila apoyando a sus padres por perder a uno de sus muchos hijos. Pero no, ella prefería verlo desde la distancia. Y tenía una única razón; el año que viene le tocaría a ella ser el sacrificio y era demasiado duro verlo en un primer plano, porque se imaginaba que la muerte de su hermana sería la misma para ella.

Las campanas empezaron a emitir sus característicos sonidos, que significaban el comienzo de la ceremonia. Toda la muchedumbre permaneció en silencio. Nadie quería enfadar a Él.

- Hoy estamos aquí reunidos para presentar nuestras ofrendas a nuestro único y magnífico amo -dijo el cura elevando las manos al cielo-. Como todos los años, tenemos a dos vírgenes, significado de toda la pureza que te puedes encontrar en la Tierra -el sacerdote cogió una daga de plata que se encontraba encima de una mesa cubierta de un mantel blanco-. Gracias a nuestro amo, nos encontramos vivos, ya que él decidió dar a algunos una segunda oportunidad. Nuestros antepasados se equivocaron al elegir el camino correcto de la religión y por eso ya no están -se acercó al chico moreno vestido con una túnica blanca-. Antes los humanos blasfemaban sobre Él, hablando de un Dios falso. Pero, hemos aprendido de nuestros errores. Sí -gritó-, y ahora los estamos corrigiendo.

El corte que le hizo en la muñeca del pobre chico, no fue muy profundo. Pero fue suficiente para que empezase a sangrar. El campesino no lloraba, ni gritaba, ni siquiera tenía una mueca en la cara que diese a entender el dolor que estaba sintiendo, porque no le era permitido.

Aunque todos los cortes hechos por la daga te estuvieran matando poco a poco, el sacrificio no podía llorar. Según los espectadores que veían lo que pasaba, era el mayor privilegio estar en ese altar desangrándose. Ellos nunca sentirían los deseos de morir del chico, ya no pedía a su dios piedad y que no sintiera el dolor. En ese momento, en el que las suplicas no son escuchadas, es cuando la mayoría de los muchachos se dan cuenta de la verdad; que no existe ese amo. Pero ya es demasiado tarde. Están muertos.

La tarima empezaba a gotear sangre de las jóvenes ofrendas. El chico yacía en el suelo de madera sobre puesto en el suelo, porque había perdido tanta sangre que no podía sostenerse en pie.

El sacerdote daba vueltas alrededor de la hermana mayor de Clera, mientras especulaba sobre esta tradición y el bien que hacía a los habitantes del clan. En realidad, al cura le gustaba este ritual, le hacía sentir poderoso -poder jugar a ser dios-, y ver como a dos muchachos se les escapaba el alma y ellos no podrían hacer nada, le satisfacía. 

Se había entretenido mucho con la anterior ofrenda y quería acabar rápido. Con un solo golpe la podría matar, pero necesitaba que su sangre fluyera por el altar. Empezó por los antebrazos de la chica, luego las piernas, junto con la espalda. Ella apenas se podía mantener en pie, hasta el último y final corte.

Clera ahogó un grito cuando vio como el sacerdote acuchillaba a la ofrenda. Por un momento había visto su cara en el rostro de su hermana mayor. Aun estando lo más lejos que le era permitido pudo ver como la camiseta blanca que tenía su hermana se teñía de rojo. Por instinto se miró su barriga.

Claramente no tenía ninguna herida ahí, por lo menos por ahora.

- No sientas pena. Ellos ya están muertos, siente el dolor que vas a sufrir dentro de poco -dijo una voz profunda a las espaldas de Clera.

Catástrofe mundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora