19. Un pasado.

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-- Capítulo 19. Un pasado. --

El rey miró atentamente a Clera. Ella estaba espectacular con ese vestido negro que había elegido Owen. La tela suave del vestido se le pegaba hasta su cintura para luego hacer una especie de vuelo que llegaba a sus pies. Además, las partes de encaje hacían que su figura se estilizara aún más. Era una maravilla verla así, tan perfecta, tan preciosa... realmente parecía una princesa.

- Estás guapísima, princesa -dijo el rey sin salirse de su asombro.

- Gracias -contestó ella un poco sonrojada.

El rey se levantó del trono en el que se había sentado, esperando que Clera regresara de su habitación, y pensó que la espera había merecido el gasto de tiempo que había perdido. Juan José no podía creerse que se iba a casar con una chica tan guapa, es más pensó, mucho antes de que la princesa de Cosme llegara a Thiene, que iba a morir sin haber tenido descendencia, y sería Breaker quien se haría cargo del trono, o que Tristán ocuparía su lugar. Por eso desconfiaba del joven, tenía miedo de morir y que él se quedase gobernando lo que era suyo.

Caminó con la espalda recta hasta el lugar donde se había quedado Clera parada al entrar en la sala común. Clera llevaba unos zapatos de tacón que la hacían más alta de lo que ya era, lo que hacía que tuviera una gran diferencia de estatura con el rey, aun así el rey cogió la mano de la muchacha para conducirla por los pasillos de la gran casa donde vivía.

La casa del rey era inmensa, con pasillos interminables y puertas que podían dar al sitio menos esperado. Cogiendo un camino diferente por el que había ido Clera a la sala común, fueron a parar a una salida por detrás de la casa. Para Clera le fue imposible poder volver a recordar por dónde habían venido, solo sabía que al salir de la sala común el rey había girado hacia la derecha y abrió una puerta más pequeña de lo normal, quedaba a un pasillo oscuro iluminado con unas cuantas velas apunto de apagarse, ya que casi no quedaba cera que pudiese arder. Pasaron otra puerta más y los dos se encontraron con la claridad de un cielo azul celeste y sin nubes.

La pequeña y rechoncha mano del rey todavía estaba agarrada a la larga y blanca mano de Clera, y es que, les faltaban unos pasos más para llegar a su verdadero destino.

Clera visualizó el lugar en el que se encontraba. En ese momento estaba rodeada de un prado verde con arbustos fuertes y colores atrayentes. Thiene era una caja de sorpresas, porque podía pasar de unas calles sucias llenas de ratas y otros animales carroñeros, a tener un paisaje de ensueño como lo era ese.

- Ya estamos llegando -dijo el rey entrecortadamente.

El rey tenía tantas prisas de ir a ver al sacerdote que se había olvidado la poca resistencia que tenía para andar, por eso ya se encontraba cansado. El pobre siempre había estado gordo debido a que había nacido con una enfermedad en la cual necesitaba comer mucho, pero cuando cesó su mal estar, Juan José siguió comiendo tanto que alguna vez tuvo que vomitar para seguir comiendo.

En menos de dos minutos rey y princesa llegaron a un paraje donde se encontraba resguardaba un carruaje con dos caballos blancos. Clera asombrada por ver a esos animales estando tan pacíficos y dóciles, se acercó a acariciarlos.

Uno de ellos era completamente negro con una mancha en forma de rombo encima de sus ojos, el otro que se encontraba comiendo del pasto, era marrón con pequeñas manchas blancas alrededor de su lomo. La primera reacción que tuvieron los dos caballos fue de sumisión, lo que le indicó a Clera que podía acariciarles.

Empezó por tocar al animal negro la frente, nada más acariciarle, el caballo relinchó y se juntó más al cuerpo de la princesa. Inesperadamente, cuando Clera cortó las caricias que le estaba dando al animal, este lamió un poco de su cara. A lo que la muchacha empezó a reírse como nunca lo había hecho. Algo tan simple como un animal la había sacado una de sus verdaderas sonrisas.

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