2. Los caminantes.

530 24 2
                                    

-- Capítulo 2. Los caminantes --

- No sientas pena. Ellos ya están muertos, siente el dolor que vas a sufrir dentro de poco.

Clera se estremeció al oír esas palabras. ¿Era una amenaza? En este caso era más bien una predicción, aunque eso ella lo desconocía. Se giró hacia donde había escuchado esa voz profunda y ronca, que en un principio le pareció desagradable.

Había sido un chico bastante más mayor que ella, el cual nunca había visto. Esas palabras tan hoscas, hicieron que Clera se diese cuenta que; en realidad, ella no se estaba preocupando por su hermana, solo pensaba en sí misma. Una de las pocas cosas que le había enseñado la vida, era eso; velarse por uno mismo, ya que nadie más lo iba a hacer.

Clera se quedó callada meditando las palabras de aquel extraño.

- ¿Qué hace una princesa tan lejos del gran espectáculo? -Preguntó el chico.

El chico creía cada una de las palabras que decía. Él pensaba que Clera pertenecía a la familia real, y tenía sus razones. Normalmente, los campesinos tenían la piel morena debido a la continua exposición a los rayos solares.

En cambio, ella, tenía la piel blanca, tan blanca como la nieve, y aunque muchas veces trabajara bajo el sol en el campo, nunca se había puesto morena. También era alta y delgada, pero no era lo suficientemente delgada para pensar que solo comía una vez al día. Tenía unas piernas no muy musculadas, aunque a lo largo de los años se habían fortalecido por los continuos paseos y el trabajo. El cabello era castaño con destellos negros.

- No soy una princesa -dijo repasándole con una mirada observadora.

Al contrario que ella, el chico, era de piel morena y cabello completamente negro. Tenía una buena musculatura, lo que significaba que pertenecía a los nobles que se encargaban de proteger las puertas de las murallas. Pero, Clera nunca le había visto ni fuera ni dentro del clan. Se extrañó aún más cuando vio que llevaba la ropa desgastada de color negro.

- Que no quieras serlo no significa que no lo seas, princesa.

Sus palabras empezaban a confundirla. Miró el atuendo que ella llevaba puesto. Tenía una blusa blanca y unos pantalones negros largos, toda su ropa se encontraba limpia ya que su madre la mandó expresamente que la lavara hasta que esta quedara impoluta y estaba en perfecto estado, cosa que era muy extraña.

Cuanto más limpia estuviera la ropa, significaría que tenían una buena posición en los grupos sociales. Y parecía que había tenido éxito, ya que el desconocido se negaba a creer que esta chica fuera una simple campesina.

- Soy Owen -dijo el chico, haciendo una reverencia a Clera.

La verdad es que, ella, estaba muy interesada por este chico. Era un completo desconocido, su curiosidad cada vez iba aumentando. Nunca había hablado con una persona del sexo opuesto, sin contar a su padre o sus hermanos.

Cuando era pequeña le había quedado terminantemente prohibido hablar con cualquier chico. Sus padres ya habían decidido el futuro de Clera desde una muy temprana edad. Su destino era ser un sacrificio.

Ellos creían que si no hablaba con ningún niño, podría llegar virgen a los dieciocho años. Y lo habían conseguido.

- ¿Cómo te llamas tú, princesa? -Preguntó Owen.

- Clera -dijo ella, sin quitar la vista del altar.

Su corazón iba a mil por hora. Y no era porque estuviera hablando con un chico. No, el corazón bombeaba más y más rápido porque, el sacerdote estaba terminando el ritual.

A medida que las ofrendas se desangraban, él, tomaba su sangre para rellenar hasta arriba un cáliz. Más tarde, el recipiente lo beberían la familia real y algunos nobles. Según el cura, la sangre bendecida por Él tenía un efecto mágico en las personas que lo bebiesen.

- Asqueroso, ¿verdad? -Afirmó Owen cuando Clera hizo una mueca- En mi clan también hacen este tipo de rituales.

Clera palideció. No podía ser cierto lo que sus oídos estaban oyendo. Estaba hablando con un caminante.

Los caminantes son personas que divagan por todo el mundo. Son gente nómada, que normalmente suelen trabajar como un chivo expiatorio de los clanes, ya que solo unos pocos suelen salir fuera de las murallas, a excepción de ciertos campesinos y ella.

Ella creía que los caminantes no existían, es más quería no creerlo. En muchas ocasiones los pueblerinos se reunían para contar anécdotas o cuentos. En casi todos los cuentos hablaban de ellos, los caminantes. Las personas provocadoras de las guerras entre los clanes. Sólo se interesaban por ellos mismos, y si tenía que morir unas cuantas personas para comer un buen chuletón, les daba igual.

- ¿Princesa, qué te pasa? -Preguntó más cerca de Clera.

- Me... me tengo que ir -tartamudeó-. Mi familia me espera.

No esperó ninguna respuesta por parte del chico y se adentró entre la multitud para poder llegar hasta donde se encontraban sus hermanos. 

Clera no quiso alzar la vista, porque si lo hacía encontraría el cuerpo desangrado y muerto de su hermana tirado en el suelo, mientras que el sacerdote se relamía los labios después de haber bebido un buen trago de sangre.

El mundo había cambiado pero, la humanidad nunca podrá liberarse de la violencia.

Catástrofe mundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora