22. Lo que otros no ven.

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-Capítulo 22. Lo que otros no ven.-

¿Y para qué quería volver atrás en el tiempo? En Agripnia no tenía nada a lo que poder aferrarse. Sus padres eran unas personas interesadas en ellas misma que solo querían a sus hijos para sacrificarlos, y así obtener la recompensa dada por la familia real. Sus hermanos eran unos buitres, al igual que sus padres que no podían ver más allá de sus propios pies. Christopher, su hermano mayor, la única persona que alguna vez había mostrado compasión por ella. Sin embargo, él no era razón suficiente para querer regresar al pasado.

No tenía amigos. Sus padres no se lo habían permitido. Su única misión en esa vida era trabajar para que sus padres pudiesen sobrevivir. Para eso había sido creada.

Pero, entonces, ¿por qué estaba llorando Clera?

La experiencia en la ciudad había sido casi mortal, por culpa del corte que le había provocado el jinete. Solamente había sufrido esa dificultad que por poco le cuesta la vida. Aún así, había podido ver con sus propios ojos cómo descuartizaban algunos animales a otros. Hombres a otros hombres. Ella se había podido salvar. En cambio, el precio por haber salido escasamente herida de la ciudad, había sido su salud mental.

Ahí, confesando sus mínimos pecados, Clera se dio cuenta de lo que de verdad quería era una vida normal. Sin complicaciones. Ansiaba ser como las demás adolescentes de su antiguo clan; simples, sin preocupaciones, sin estar alerta todo el tiempo. Quería pensar en chicos, en cómo sería estar con ellos, en vez de las planificar las posibles maneras de matar a una persona.

Sus lágrimas eran causantes de la rabia que tenía en su interior. Una rabia que había crecido durante toda su vida. Y que en ese momento era su fuego interior que hacía que Clera no se rindiese, provocando que siguiese adelante con su vida. O lo que quedaba de ella, porque llegando a ese instante, Clera sabía que con un mínimo soplido a su cuerpo, haría que este estuviese en ruinas, y nunca más se pudiese volver a reconstruir.

El sacerdote caminó por el cuarto para entregarle algo a Clera. Un pañuelo de seda. Nunca hubiese creído que lo iba a usaría. Esos lujos no los tenía permitidos, pero ahora ella era una princesa de un clan inventado, que se convertiría en la reina de Thiene. Esa era ella. Una mentirosa.

Sin estar muy convencida, cogió el pañuelo del sacerdote, y se sonó los mocos. Hacía tiempo que no lloraba de esa manera. No le gustaba que las personas la viesen como un ser vulnerable, pero es lo que era. Estaba tan rota por dentro que no se daba cuenta de que su apariencia también lo estaba.

-Sé lo duro que debió vivir en la ciudad durante más de un año -dijo el sacerdote Harrison acariciando el muslo de Clera-, pero eso pertenece al pasado. Pasado que seguramente te afectará, pero por el bien de este clan debes permanecer tranquila. Desde el momento que traspasaste las puerta de Thiene te has convertido en la admiración de unos, y la crítica de otros. Si eres una fiel creyente todo saldrá bien. Él hará que así sea.

Todavía con lágrimas recorriendo su cara, Clera miró con los ojos acuosos al hombre que tenía al lado. Todas sus palabras sonaban como una gran mentira. En especial aquellas que hablan de ese dios, innombrable.

Las imágenes que estaban grabadas en la pared de la pequeña habitación, daban otro sentido a la religión en la que a ella le habían obligado a creer. Ese niño... había algo extraño en él. Algo que todavía no sabía lo que era.

-Confío en vuestro Señor, solo espero que mis oraciones no sean en vano -mintió con la voz rota.

-Ahora vuelvo, hay alguien que quiero presentarte antes de que te vayas.

Sin dejar contestar a Clera, Harrison se fue cerrando la única puerta por la que se podía entrar o salir de la habitación.

¿Otra persona más con la que debía actuar?

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⏰ Última actualización: May 14, 2015 ⏰

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